Millones de ciudadanos chinos celebran este jueves el Día Nacional de China dejando atrás la pandemia de coronavirus. Desde Pekín, las autoridades nacionales animan a sus compatriotas a viajar durante esta semana de vacaciones y a no olvidar la victoria sobre la covid-19. Mientras tanto, el resto del mundo sigue luchando contra esta enfermedad que ya ha superado el millón de muertos y que amenaza con convertirse en la peor amenaza de la historia para el orden económico mundial.
El pasado 8 de septiembre, el doctor Zhong Nanshan, uno de los mayores expertos locales en enfermedades respiratorias proclamaba en un acto en la capital el final de la pandemia de coronavirus. Sus palabras aún resuenan en el resto del mundo: "Hemos derrotado el actual brote".
China ha pasado en estos nueve meses de pandemia de ser la vergüenza del mundo a mostrarse orgullosa por su capacidad para derrotar una enfermedad que obliga al resto de naciones poderosas a hincar la rodilla ante un virus que destruye las economías nacionales y amenaza con socavar los sistemas sanitarios públicos.
Prueba de esta satisfacción podemos verla en la encuesta realizada a principios de septiembre por el diario local Global Times. Según este medio, más del 63 por ciento de la población china cree que el país tardará menos de un año en recuperar la situación previa a la pandemia, y de estos, el 21,3 % confía en que lo haga en menos de seis meses.
Las calles de Pekín se han llenado estos días de grandes murales con fotos en las que se rinde homenaje a los sanitarios chinos por su papel en la derrota de la pandemia. Se trata de un esfuerzo de memoria para no olvidar los duros meses en los que la población de Wuhan, primero, pero también del resto del país se encerró de forma absoluta para detener la espiral de contagios que se cree comenzó en el mercado local de animales vivos de la capital del Estado de Hubei.
En Wuhan hace meses que los ciudadanos pasean con normalidad por sus calles. Muchos de ellos ya no se protegen con mascarillas debido a que no son obligatorias, al contrario que en otros muchos países.
Tampoco hay restricciones de aforos que impidan a los restaurantes estar a rebosar de clientela. Parece que nadie recuerda ya los duros meses de confinamiento que arrancaron el 23 de enero ante las sospechas de un virus desconocido que causaba una elevada mortalidad y contra el que no había tratamiento alguno más allá de la suerte o la esperanza.
Pero desde el 9 de marzo, el gigante asiático ha visto descender el número de casos diarios por debajo de los cien contagios, una cifra que ha llegado hasta hoy con menos de una decena de nuevos casos al día. Durante los 77 días en los que Wuhan estuvo confinada (del 23 de enero al 8 de abril), la ciudad parecía una urbe fantasma. De hecho, en vísperas de la pasada "nochevieja china", el Gobierno puso la ciudad de Wuhan en cuarentena el 23 de enero y hasta se prolongaron las vacaciones en todo el país después, para evitar los desplazamientos masivos (y con ellos, una posible proliferación de contagios) que caracterizan esas fechas. Sin embargo, las imágenes de ciudades vacías, casi fantasma, no se repetirán en estas vacaciones, con ofertas turísticas de toda índole, descuentos, hoteles llenos y billetes agotados.
Nada de eso queda ya tampoco en las discotecas y salas de fiesta de Wuhan o en el resto de la provincia o el país. Ahora vemos multitudes celebrando la normalidad mientras en los bares y centros de ocio del resto del mundo languidecen sin clientes por miedo a los continuos contagios y rebrotes.
En el centro de Pekín, donde en los días más crudos del virus uno podía escuchar sus propios pasos, hoy el barullo vuelve a ser protagonista, mezclado con la imagen de las omnipresentes banderas chinas que cada portal planta a la entrada del edificio. En los alrededores de la Ciudad Prohibida, el antiguo palacio imperial (reconvertido en museo), riadas de gente paseaban -muchos con la enseña china a cuestas-, seguían al guía del tour organizado de turno o se fotografiaban, excusa perfecta para quitarse momentáneamente la mascarilla. Solo éstas desbancaban a las banderas como elemento más repetido del paisanaje, mientras la distancia de seguridad queda como un recuerdo lejano. Las entradas para visitar el monumento están agotadas durante todas las vacaciones, hasta el 8 de octubre. El mismo panorama se ve en la Gran Muralla: en el tramo más cercano a la capital china, el de Badaling, incontables visitantes subían y bajaban pacientemente por el monumento debido a la aglomeración de gente.
En otra muestra más de normalidad tras la pandemia, más de 242 millones de estudiantes chinos volvieron a las aulas el pasado martes 1 de septiembre. Las autoridades sanitarias y educativas exigieron a las familias que 14 días antes de la vuelta a las aulas informasen en caso de síntomas de covid-19 en sus hijos y las aulas son desinfectadas mediante el uso de luz ultravioleta.
Pero por qué ellos ya han recuperado su vida normal mientras nosotros aún luchamos por salir de las peores fases de la pandemia. Para Margarital del Val, viróloga investigadora del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, "los chinos están muy entrenados para controlar epidemias, tiene una cada año o cada dos, como es el caso de la reciente gripe aviar, por eso, reaccionaron rapidísimamente manteniendo a la población encerrada en sus casas".
Del Val recuerda que no solo mantuvieron "aislado al país sino que aún bloquean la entrada incluso para los propios ciudadanos chinos".
Para Luis Enjuanes, colega de Margarita del Val en el Centro Superior de Investigaciones Científicas y director del Laboratorio de Coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología, además del entrenamiento hay que señalar la disciplina ciudadana: "Creo que ellos han sido muy disciplinados" además de que el Gobierno hizo buen trabajo asesorándose con comités científicos, lo que permitió bajar los niveles de la infección".
Un año después de que empezasen a registrarse los primeros casos de una enfermedad desconocida, China celebra el regreso a la normalidad sin poder evitar las sospechas sobre el origen de un virus del que parece haberse liberado antes que nadie. Para los expertos españoles Del Val y Enjuanes, no hay ninguna duda de que el origen del SARS-CoV-2 está en la naturaleza y no en un laboratorio secreto como se ha llegado a afirmar, y concluyen, "nadie tiene el conocimiento científico suficiente como para haberlo creado".
Para la veinteañera Jiang, a punto de comenzar su semana de vacaciones, el único fastidio derivado de la pandemia de coronavirus es tener que usar mascarilla. Por lo demás -cuenta sin despegar la vista del móvil- no tiene miedo alguno, ya que China encadena 46 días consecutivos sin registrar un solo contagio local. Luego, mientras espera en la Estación Sur de Pekín a que parta su tren con destino a su Jinan natal (este), matiza: "Desde que empezó la pandemia, no he viajado. Antes tenía miedo". Ahora, a juzgar por los 550 millones de desplazamientos internos que esperan las autoridades locales durante la próxima semana, el miedo se ha desprendido de sus ciudadanos cual hojas caducas en pleno otoño.
De hecho es el festival del Medio Otoño el parcialmente responsable de este periodo vacacional, que se junta con el Día Nacional, hoy, 1 de octubre, para proporcionar a los chinos una de las dos vacaciones "largas" de que disfrutan cada año. La anterior había sido en enero, durante los festejos del Año Nuevo lunar, y entonces el país se vio obligado a permanecer encerrado en sus casas puesto que coincidió con los primeros compases de la pandemia de coronavirus.
Por contra, en la Estación Sur de trenes de la capital (de donde saldrán 1,72 millones de pasajeros estos días), pocos son los que dicen viajar por turismo, como el universitario Zhang, que vuelve a la provincia oriental de Jiangsu a visitar a su familia. En su caso, como en el de millones de estudiantes, hace falta un permiso especial para abandonar el campus, ya que las instituciones educativas tratan de controlar la circulación de gente y minimizar los riesgos de posibles contagios.
Wang, una mujer en la treintena, también aguarda la partida de su tren trasteando con su teléfono móvil. Al igual que Zhang, vuelve al hogar familiar durante 7 días, solo que en su caso no necesitará tanto tiempo de viaje: ella es originaria de Tianjin, a media hora en tren bala. Un viaje inverso ha hecho la familia Zhao, que ha venido a la capital desde Hefei -a unos mil kilómetros al sur de Pekín- para visitar a sus familiares. No se plantean unas vacaciones de mucho dispendio, dice el patriarca con uno de los nietos en brazos, ya que su negocio, la restauración, lleva un 2020 que no da para alegrías.