Castellar Viejo, una fortaleza habitada en pleno siglo XXI
Desde Castellar Viejo se divisa un espectacular paisaje del Parque Natural de Los Alcornocales
"De lunes a miércoles no hay casi nadie y los jueves se llena", aseguran los vecinos de Castellar viejo
Esta fortaleza habitada del siglo XXI está completa para el puente de la Constitución, Navidades y Semana Santa
Esta historia empieza con el viajero y su coche atrapados en una puerta medieval. A un lado un gran desnivel, al otro, una gran roca. Hay dos opciones, destrozar el coche en la caída, o destrozarlo contra la roca. La tercera opción la ofrece uno de los cincuenta vecinos de Castellar Viejo, que guía al viajero entre el abismo y la roca hasta conseguir ponerlo a salvo.
A Castellar Viejo, ya lo ven, no se puede entrar en coche. De hecho, esta fortaleza se construyó para que fuera inexpugnable. Fue uno de los baluartes más poderosos de los Nazaríes frente al avance de las tropas castellanas. Una pequeña Alhambra, que hoy alberga en su interior un dédalo de calles y de casas. Una fortaleza habitada en pleno siglo XXI.
Una pequeña Alhambra, que hoy alberga en su interior un dédalo de calles y de casas. Una fortaleza habitada en pleno siglo XXI.
"Antes había mucha mas gente, estaban todas las casas llenas, y hasta faltaban", recuerda María Avilés. "Cuando llegaba el Corpus, poníamos toda la calle llena de juncos, hacíamos procesiones, estaba el pueblo tan bonito...". María, 89 años, y su hermano Francisco, de 95, son literalmente, los más viejos del lugar. Les llaman los Avileses, y haber pasado aquí toda su vida les ha hecho merecedores del titulo de hijos predilectos, que cuelga en las paredes de su casa.
Su mundo cambió en la década de los setenta. Se construyo un embalse y un Castellar nuevo. Muchos vecinos se fueron buscando nuevas comodidades. María y Paco se hubieran quedado solos si no fuera por los hippies.
"Fueron unos años un poco salvajes", reconoce Ula, alemana, que llegó aquí a mediados de los ochenta. "No había recogida de basura, faltaba luz y agua, pero lo que me gustaba es que se convirtió en un pueblo con muchas familias jóvenes y muchos niños". Han pasado casi cuarenta años, y Ula tiene una pequeña tienda donde vende pañuelos pintados a mano.
Alemanes, franceses, norteamericanos, holandeses o ingleses, compraron casas aquí. Muchos, sólo las ocupan unas semanas al año. Otros, como Stevie, se han quedado en la fortaleza. "La vida aquí es muy interesante, de lunes a miércoles no hay casi nadie y luego, los fines de semana, esto está lleno de gente. A mi me gusta la tranquilidad, pero también la vida social, así que tengo las dos cosas".
"La vida aquí es muy interesante, de lunes a miércoles no hay casi nadie y luego, los fines de semana, esto está lleno de gente. A mi me gusta la tranquilidad, pero también la vida social, así que tengo las dos cosas".
Stevie tiene además una curiosa asociación. En la puerta un letrero dice: "Si no eres socio, por favor pide el libro". Así que para entrar los turistas deben registrarse. Stevie va ya por los 1.500 socios. "Ponemos música, también comidas, lo que pasa es que no puedes entrar si no me conoces. Tenemos la puerta cerrada y ya está", dice sonriendo.
Este puente de la Constitución el libro de Stevie sumará unos cuantos socios más. Las calles de la fortaleza se llenarán de gente asombrada ante lo que encierra.
"Había oído hablar del pueblo, pero no conocía esta zona y, realmente, estoy muy sorprendida", nos cuenta Daniela. "La ubicación es impresionante, la carretera de acceso es una maravilla, y luego el pueblo dentro del castillo también es muy sorprendente".
Casas rurales, y el antiguo alcázar reconvertido en hotel por la Diputación de Cádiz, pondrán el cartel de completo.
"El hotel tiene nueve habitaciones", cuenta Rocío, que teléfono en mano, da una negativa tras otra a peticiones de reserva. "El turismo cada vez va a más. Los fines de semana siempre estamos completos, el 24 y el 31 de diciembre ya están llenos y Semana Santa también".
Desde lo que un día fueron torres de vigía se comprende el por qué. El viajero puede hacer discurrir su vista desde el Parque Natural de los Alcornocales, al Estrecho, Gibraltar o el norte de África. El coche lo ha dejado fuera. En una fortaleza, lo sabe por experiencia, no da más que problemas.