El empresario puso la maquinaria y la formación para los trabajadores. La ONG Sauce reclutó al personal entre los más desfavorecidos de la zona. Y Manos Unidas financió la construcción de la nave.
El empresario se lleva sus prendas perfectamente tejidas y remalladas, listas para entregar a marcas españolas. Lo que paga por ellas se reinvierte en el resto de proyectos sociales de la Prefectura.
Además la fábrica cumple con el reto de dar empleo a la población de esta zona. Hay 90 trabajadores, la mitad son personas con algún tipo de discapacidad y el resto, población rural que no tenía más oportunidades de empleo que el campo.
La supervisora de la planta es Chaná, de 27 años. En la aldea de la que procede solo podría trabajar en el arrozal. Pero aprendió este oficio gracias a una española y ahora su sueldo mantiene a su familia.
Aquí trabajan con salarios y condiciones dignos. Nada que ver con la mayoría de empresas del sector repartidas por el país.
Esta fábrica demuestra que se puede ser rentable en Asia sin explotar a los trabajadores. Y además tener un fin solidario.
Fotos: Iciar de la Peña y Marta Carreño (Manos Unidas)