“Estamos corriendo mucho”, dice Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología (SEI), al hablar del vertiginoso proceso para encontrar una vacuna contra el coronavirus, el santo grial —la tierra prometida— que mueve desde hace meses a medio mundo, entre Gobiernos, multinacionales farmacéuticas y otras instituciones.
Cuando la pandemia sigue haciendo estragos en contagios y muertes, con la economía mundial en jaque —Estados Unidos y Alemania entraron esta semana en recesión—, la velocidad no sobra. A más de medio año de lanzada la carrera, después de que fueran secuenciados los genes del virus en enero, es casi lo que más importa.
En medio del pulso geopolítico de la búsqueda, la inversión global no es menor: según cifras del think tank Policy Cures Research, ya hay más de 7.500 millones de dólares (unos 6.300 millones de euros) invertidos en investigación y desarrollo frente a la enfermedad, con casi la mitad destinado a vacunas.
Pero, como aclara López Hoyos, la ciencia corre porque puede: hay fundamentos para ir deprisa y acortar a menos de dos años lo que normalmente tomaría una década o más. “Se ha corrido más porque teníamos el conocimiento previo de la investigación en vacunas contra el SARS y el MERS”, dice el también jefe del Servicio de Inmunología del Hospital Marqués de Valdecilla (Santander).
En rigor, los científicos sabían que tenían que ir a la ya hoy célebre proteína Spike, la que permite el acceso del virus a nuestras células. La mayoría de las más de 140 candidatas a vacuna tienen a la 'proteína S' como objetivo, incluyendo por supuesto la de la compañía estadounidense Moderna, una de las más avanzadas.
“En ese caso se ha corrido porque es una técnica de biología molecular”, dice López Hoyos. “Las técnicas que usan ADN o ARN van muy rápido, porque simplemente es producir por biología molecular los productos, otra cosa es después comprobar la efectividad. Pero lo que es producirla es, digamos, más rápido que los métodos tradicionales”, añade.
En esa medida, la búsqueda ha sido también un cruce de caminos entre técnicas: las más clásicas (con el virus atenuado o inactivo, como en el caso de la china Sinovac), las más actuales (un adenovirus o similares, como la de AstraZeneca y la Universidad de Oxford) y las que, como en el caso de Moderna, podrían señalar un camino.
Dentro de las 6 vacunas que están ya en fase 3 (además de la china CanSino, que tiene aprobación limitada y ya es suministrada a militares del país asiático), hay dos que utilizan la técnica del ARN: la de la empresa estadounidense y la que producen conjuntamente la alemana Biontech, junto a Pfizer y a la china Fosun Pharma.
“Tú lo que haces es cortar y pegar, cortas un trozo y pegas la secuencia que a ti te interesa”, ilustra Guillermo Quindós, catedrático de microbiología en la Universidad del País Vasco. “En este caso, la que lleva información para que se sintetice la proteína Spike”, añade.
La singularidad de Moderna, que empezó el 27 de julio sus ensayos de fase 3 con 30.000 personas sanas en Estados Unidos, es que nunca antes patentó una vacuna o un fármaco.
Eso no parece importar, al menos tras los resultados alentadores en las pruebas con monos, que mostraron protección de la vacuna contra la enfermedad, según publicó esta semana el Instituto Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de EE. UU. —asociado con Moderna— en The New England Journal of Medicine.
“Eso es importante”, detalla Quindós, “porque nos encontramos por un lado que la vacuna hace que se produzcan anticuerpos, pero también que se produzcan células que lo que hacen es coordinar la respuesta”, en referencia al estímulo a los linfocitos T cooperadores. “Es una respuesta más eficaz y más potente”, agrega el experto.
Además de Moderna, que ya anunciado que pretende cobrar entre 40 y 50 euros por su vacuna, también han publicado buenos datos de fases I y II tanto la alianza Biontech/Pfizer/Fosun Pharma como la investigación de AstraZeneca y Oxford, otra de las más avanzadas, a partir de un adenovirus de chimpancé, el ChAdOx1 (chimpanzee adenovirus Oxford 1).
Pero en la fase 3, el reto será aún mayor, ya que tendrán que incluir a la población más vulnerable. “Los ensayos de fase dos, digamos, habían mirado sobre todo a población adulta madura de entre 18 y 55 años, y no han incluido a gente de más de 50 o 60 años, la gente que se tiene que proteger. En eso están ahora”, expresa López Hoyos.
También será distinto a las fases previas, porque en este punto se trata de demostrar “que es efectiva y el objetivo primario es ver que la vacuna evita la enfermedad”, y ya no solo de ver si genera anticuerpos o que no produzca grandes efectos adversos, agrega.
¿Podremos seguir corriendo tanto como hasta ahora? Ante uno de los grandes anuncios de esta semana, el de Moderna y su vacuna lista para diciembre, los expertos muestran escepticismo.
“Vamos a poner el primer semestre de 2021”, dice López Hoyos, que recuerda que tendrá que existir “infección activa para poder valorar si es efectivo”, además de calibrar bien los efectos secundarios. “Sería un sprint, sería un hito en ciencia”, expresa. “Casi casi lo vería más probable para la primavera del año que viene”, coincide Quindós.
En medio de la carrera por llegar a la vacuna, ha sido llamativo que tanta información haya sido compartida, sobre todo en revistas científicas, a veces incluso hasta el exceso. “Hay mucha gente que va detrás del mismo camino, porque lo que han hecho la mayoría de farmacéuticas es abrir sus bibliotecas y compartirlas”, afirma un experto del sector que prefiere mantener el anonimato.
Dadas las circunstancias, dice, ocurre algo que “no se da jamás en un modelo capitalista de competición: que todo el mundo esté a la vez y conociendo lo que sucede”. “Aquí en este caso”, sigue, “vas a saber casi a tiempo real si un competidor tuyo ha fracasado”.
“Se ha avanzado también por eso”, dice López Hoyos. “La información ha fluido, la hemos compartido y la gente que trabaja en las vacunas ha podido ir adelante”, agrega el médico, que detalla, por ejemplo, que en las candidatas a vacuna ya no solo se miran los anticuerpos, sino también la inmunidad celular.
Y aun cuando una farmacéutica o un país consigan dar con la vacuna en unos meses o el próximo año, el éxito de otras opciones siempre será bienvenido, sobre todo por las posibilidades de acceso.
“No nos sobra nada”, sentencia Quindós, que cree que el futuro será de varias técnicas. Y si bien la primera vacuna que se comercialice se llevará “bastante tajada”, tras ese primer lote suministrado en un primer corte, “luego nos van a hacer falta”.
Vacunas que, como detalla, “sean capaces de llegar a otras poblaciones de vulnerables, que puedan llegar también al resto de la población, que den igual una inmunidad más duradera”.
“Lo ideal es que podamos utilizar las mejores en todos los sentidos, aunque las mejores sean cada una de un envase diferente”, explica.
En esa línea, el experto señala que es clave que España tenga una vacuna propia, a pesar de que no llegará tan pronto como las de Moderna o Astrazeneca. “Es importante, no solo por tener una vacuna propia, sino por tener una aproximación diferente”, expresa para mencionar la vacuna que desarrollan Isabel Sola y Luis Enjuanes —el mayor experto español en coronavirus— en el Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, a partir de replicones del ARN del SARS-CoV-2.
El método de esta potencial vacuna, que se administraría con un spray intranasal, estimularía específicamente la inmunidad de las mucosas. “Muchas veces es importante estimular lo que son nuestras defensas justo en la puerta de entrada”, explica.
“Yo creo que es importante que tengamos producto nacional sobre todo por no quedarnos tirados luego porque no hay acceso a ello”, estima López Hoyos, que menciona también la investigación de Mariano Esteban, igualmente en el Centro Nacional de Biotecnología, “en una aproximación semejante a la del adenovirus” que califica de “muy prometedora”.