Hay algunos de estos bulos que perduran en el tiempo a pesar de ser desmentidos una y otra vez. Se trata de los que afirman que las vacunas provocan autismo, que el uso de sujetadores con aros o las mamografía provocan cáncer de mama.
Todos tienen la pretendida intención de salvarnos de una enfermedad inmediata exagerando sus componentes como aquel aseguraba que el plomo de los pintalabios nos provocaría un tumor, lo mismo que el aire acondicionado del coche o que el cáncer de piel lo provocan las cremas solares y no la exposición al sol.
Pero también los hay que de forma intencionada alejan a los enfermos de sus tratamientos médicos sustituyéndolos por terapias o productos alternativos que poco o nada aportan al organismo más allá que una alimentación sana. Es el ejemplo de las denominadas 'dietas equilibradas' por la cual quien la sigue se centra solo en una suma y resta de los nutrientes y calorías que se ingieren diariamente.
Hay gente que cree que la dieta insana es estar comiendo todos los días comida rápida, cuando realmente pueden estar cayendo en su cesta de la compra productos que parecen favorables porque llevan mensajes de 0 %, alimento natural etc, pero realmente son un cúmulo de una serie de ingredientes insanos.
Los hematólogos se enfrentan día sí y día también a los bulos de los superalimentos como forma de superar una leucemia o un linfoma que se resiste a los tratamientos habituales. En esta caso, se habla de 'superalimentos' que creen que van a mejorar sus defensas. En este campo también están las falsedades sobre donaciones de médula que en España son siempre anónimas.
Todas estos bulos se alimentan del miedo que suelen invadir a los pacientes tras un diagnóstico de cáncer. Muchos se refugian en el miedo y en dolor y buscan explicaciones más allá de la ciencia. También buscan culpables en el mundo de la medicina y sus intereses cruzados con las farmacéuticas.
Así no es raro que nos hayan llegado bulos que aseguran que el cáncer no se cura por que las multinacionales farmacéuticas necesitan que sigamos enfermos para vendernos sus medicamentos.
Quizás sea este el bulo sobre salud más extendido y que el que más daño ha hecho a la sociedad. Sobre todo porque afecta a los más vulnerables: recién nacidos y menores y porque tumba décadas de investigación y progreso sanitario.
El origen de esta noticia falsa está en una publicación en la revista especializada The Lancet en 1998 en la que un médico británico, Andrew Wakefield afirmaba la relación entre la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubeola) con el autismo. El estudio de este investigador se realizó solo entre 12 niños.
El falso estudio de Wakefield sobrevivió dos años en las páginas de esta prestigiosa revista hasta que el Colegio General Médico Británico denunció esta investigación y terminó retirando en 2010 la licencia que le facultaba a atender a pacientes. La investigación sobre su publicación demostró que tanto los métodos como sus conclusiones eran falsos.
Pero el daño ya estaba hecho y aunque esta revista retiró el artículo muchos siguen aún creyendo esta relación a pesar de que en 2015 se llevó a cabo otro estudio en el que participaron 95.000 niños, en vez de los 12 de Wakefield, concluyendo que no había ningún tipo de relación entre la vacuna y el autismo.
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