Dicen que la vida es una carrera de fondo. Y en esa disciplina Mari Carmen y Lorenzo están entre la élite. Llevan 43 años juntos. Se conocieron cuando ella tenía 14 y él 17. Ambos son enfermeros, y trabajaron durante años sin saber hasta qué punto y con qué grado de sincronización terminarían cuidando el uno del otro.
Ya con 3 hijos y superados los cuarenta, una degeneración en la mácula retiniana dejó a Mari Carmen prácticamente ciega. Conserva sólo un uno por ciento de visión. Lo que cualquiera divisa y distingue a 60 metros ella solo lo percibe cuando está a 2 metros de distancia. Una mancha borrosa le impide apreciar los detalles.
El golpe fue brutal, pero se levantó gracias a la actividad que su marido llevaba practicando durante años. Decidió empezar a correr, precisamente cuando Lorenzo ya empezaba a aburrirse de eso mismo.
La paradoja es que Lorenzo encontró en la necesidad de Mari Carmen una nueva motivación. Porque se convirtió en su guía de carrera y entrenamientos.
Los atletas con deficiencia visual corren con una cuerda atada en la muñeca que les conecta con la muñeca de su guía.
Así llevan 10 años, en los que el gen competitivo de Mari Carmen le ha llevado a alcanzar un magnífico palmarés. Consiguió, por ejemplo, el récord del mundo de maratón en su categoría hace 5 años. Participó en los juegos de Río y, hace muy pocas semanas, en la maratón de Londres, se llevó uno de los peores sinsabores de su vida deportiva.
Arrastrando una lesión en los isquios completó los 42 kilómetros con dolores insufribles para conseguir su objetivo: una plaza para los juegos de Tokio. Pero 3 horas después de la prueba, cuando aún lo estaban celebrando, la organización les comunicó que habían sido descalificados.
En el sprint final antes de meta a Mari Carmen le falló la pierna y Lorenzo, su guía, cruzó la línea antes que ella. Fueron unos centímetros pero las reglas son rigurosas en este sentido y no hubo piedad.
Pero ninguna queja. Mari Carmen y Lorenzo aún tienen alguna oportunidad y la van a apurar al máximo. Son dos abuelos de 57 y 60 años de Cornellá, en Barcelona, con tres nietos a los que siempre podrán contar historias comparables a la batalla de maratón.