Joaquín José Martínez, salió de la cárcel de Orient Road en 2001 tras pasar tres años en el corredor de la muerte. Cuenta su experiencia a Informativos Telecinco. Echando la vista atrás recuerda que cuando oyó la sentencia: "hasta ese momento pienso y creo que voy a salir libre, que me van a abrir la puerta de atrás y voy a estar libre pero no fue nada de eso, solo sentí que el mundo se me venía encima".
En su proceso de asimilación destruyó todo aquello en lo que creía: “lo que ocurre es que pierdo un poco la fe en todo sinceramente: pierdo la fe en Dios, pierdo la fe en la humanidad y en el sistema que yo había creído y apoyado que básicamente era el norteamericano”.
Pasar por aquella experiencia de dos años en prisión provisional más los tres del corredor de la muerte le llevó a replantearse convicciones tan arraigadas en él como la necesidad de la pena capital como forma de hacer Justicia: “Yo creía en la pena de muerte y en la Justicia y me sentí traicionado por este sistema”. Una traición que le dejó solo con el único apoyo de sus padres.
En el momento de su detención acusado del asesinato del supuesto traficante de drogas Douglas Ray Lawson y su novia Sherry McCoy Ward, la vida de Joaquín estaba en un momento dulce: tenía un buen trabajo y altos ingresos, pero a pesar de ello tomó una decisión que, --confiesa-- es la que terminaría llevándole al corredor de la muerte. Prefirió seguir con los servicios de su abogado de toda la vida, el que le llevó su divorcio y el que se encarga de sus asuntos profesionales en vez de contratar a un bufete especializado en su situación.
Martínez señala que lo peor de estar en el corredor de la muerte es el "miedo" y el "sentimiento de soledad": "estar solo, privado de libertad y saber que en cualquier momento van a firmar esa sentencia y te van a ejecutar"..
Y el miedo que que acrecienta ese "sentimiento de soledad" y que hace que te vuelvas loco: "ahí dentro tiene miedo, especialmente a morir, pero no tanto a morir sino el miedo al sufrimiento que te va a provocar esa ejecución. Por encima de todo creo que eso es lo peor del corredor de la muerte: el miedo.
Dieciocho años después de aquella pesadilla, Joaquín sigue recordando la injusticia de su condena y la de otros tantos que conoció durante su estancia en el corredor de la muerte. "El error que se comete ahí dentro puede ser tan brutal...", lamenta. Sus recuerdos se tornan en homenaje cuando evoca el caso de Frank Lee Smith.
Smith murió de cáncer en el corredor de la muerte de Florida antes de ser exonerado de los delitos de violación y asesinato. Martínez le recuerda completamente destrozado por el dolor de su enfermedad reclamando a gritos asomado por los barrotes de su celda que le realizaran una prueba de ADN para demostrar su inocencia. Pero no fue hasta once meses después de fallecer que se le tomaron muestras, se cotejaron con las evidencias biológicas halladas en el lugar del crimen demostrando lo que tantas veces había asegurado: que era inocente. Los resultados no solo exoneraron a Smith sino que apuntaron al verdadero culpable. "Una persona inocente que muere de cáncer abandonado, solo, sin familia y sin nada, eso si que es inhumano", concluye.
Miles de personas son ejecutadas cada año tras ser sentenciadas a la pena capital. Más allá de su consideración como justicia o venganza, su aplicación tiene un lado oscuro: los errores. Los exonerados, condenados que lograron salir del corredor de la muerte, nos demuestran que el sistema es extremadamente vulnerable a las equivocaciones. Tampoco queda claro que los familiares de las víctimas de estos brutales crímenes logren satisfacción alguna tras su aplicación. Por eso, cada 10 de octubre, la comunidad internacional celebra el Día Mundial contra la Pena de Muerte.
La pena de muerte sufre un cierto retroceso según datos de Amnistía Internacional. La organización celebra que las ejecuciones se hayan reducido un 31 % en 2018, alcanzando su cifra más baja en la última década.
En su último informe recoge que el año pasado se registraron 690 ejecuciones en 20 países de un total de 2.531 condenas en 54 países. En estos 44 años de labor en defensa de los Derechos Humanos, se ha pasado, según A. I. de estar abolida en 16 países a estarlo en 142 tanto de forma absoluta como en la práctica.
Los cinco mayores ejecutores del mundo están encabezados por China con miles de ajusticiados. Le sigue Irán con más de 250, Arabia Saudí, con 1489, Vietnam, con 85 y cierra este listado Irak, con más de 50. La excepcionalidad del caso chino hace que sus ejecuciones no se sumen al cómputo global dado lo complicado de verificar su aplicación ya que las autoridades de Pekín consideran esta cuestión un secreto de Estado.
Defensores y abolicionistas de la pena de muerte contraponen sus argumentos a favor y en contra de esta condena extrema, pero es difícil justificar el alto índice de errores en los que incurre. Juristas y escuelas de derecho de Estados Unidos aseguran que el 4,1 por ciento de las condenas a muerte en este país se deben a errores judiciales. Un dato que crece un 2,5 por ciento si se le incluyen aquellos reos a los que se les conmuta por cadena perpetua.
Asociaciones civiles y medios de comunicación son las principales puntas de lanza en esta guerra sin cuartel contra la pena de muerte. Los datos publicados por PNAS, la revista científica de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, concluye en este informe que de los 1.320 reos ejecutados desde 1977 en este país, alrededor de 50 habrían sido inocentes. Y es un “dato muy conservador” según los autores del trabajo.
Joaquín José Martínez y Pablo Ibar son solo dos ejemplos de cómo el sistema falla a la hora de hacer justicia. Los dos ciudadanos españoles han logrado salir del corredor de la muerte tras pasar tres y dieciséis años respectivamente, aunque la suerte de ambos ha sido bien diferente: Martínez quedó en libertad mientras que a Ibar se le conmutó por cadena perpetua.
Así, mientras Martínez pudo recuperar su vida y rehacerla con una nueva pareja, Ibar podría terminar muriendo en la cárcel en lo que constituye un castigo globalmente más cruel que la ejecución.
La hemeroteca nos recuerda que si hay personas que lograron salir del corredor de la muerte, otros no han tenido tanta suerte. Es el caso de Nie Shubin, un joven chino de 20 años que en 1995 fue condenado y ejecutado por las autoridades de Pekín. Su familia, de origen mongol, tuvo que esperar 21 años para que un tribunal reconociera el error de la primera sentencia y lo declarara inocente. La confesión de un convicto sobre detalles desconocidos de los crímenes que se le atribuyeron a Nie abrió la puerta a este reconocimiento oficial. Sus padres jamás dejaron de luchar por limpiar el recuerdo de su hijo ejecutado injustamente.
Un tesón que es común también en los casos de Martínez e Ibar en los que la sociedad española en su conjunto se volcó en ayudarles a salir del corredor de la muerte. Actores internacionales como la UE o el Vaticano se sumaron a esta lucha.
Pero más allá de esta solidaridad, del dinero o de las creencias personales, Joaquín José Martínez reconoce que “al final del día tiene que existir o bien un fiscal, un juez o alguien dentro del sistema que crea en ti aunque no lo pueda expresar, para que salgas por esa puerta, porque si no harán todo lo posible: pagarán, mentirán, todo lo que tengan que hacer para que no salgas del corredor de la muerte como hicieron con Pablo”.
Este injusto azar es el que ha jugado muchas veces a favor o en contra de otras víctimas de un sistema judicial que parece estar más interesado en lograr una condena que en encontrar a los verdaderos culpables de los crímenes.
Kirk Bloodsworth y Colin Pitchfork representan las dos caras de una moneda que jamás debería caer del lado equivocado.
Pitchfork, un asesino y violador británico, ostenta el triste título de haber sido el primer hombre en ser condenado en base al ADN encontrado en la escena del crimen. Su condena permitió liberar a Richard Buckland, un joven local de 17 años con dificultades de aprendizaje al que la policía creía hasta el momento responsable de la violación y estrangulamiento de Lynda Mann y Dawn Ashworth dos adolescentes de 15 años en asesinadas en 1983 y 1986.
La historia de Pitchfork y Buckland, llegó a manos de Bloodsworth, un pescador del estado de Maryland, en Estados Unidos, condenado en 1985 por la violación y asesinato en primer grado un año antes de una niña de nueve años.
Tras su condena a muerte, Bloodsworth se ocupó en la biblioteca de la penitenciaria y dedicó todo su tiempo a encontrar un resquicio al que agarrarse para demostrar su inocencia. Su momento “eureka” llegó el día que cayó en sus manos una revista en la que se relataba la historia de Pitchfork y Buckland y cómo el ADN condenó al primero y liberó al segundo. La historia le recuerda como el primer estadounidense en librarse de la pena de muerte gracias a esta técnica forense.
Los casos de Martinez, Ibar o Buckland demuestran como un sistema injusto y viciado es capaz de destruir nuestro concepto humano de Justicia.
En 2015, la poderosa Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) reconoció que entre los años 1970 y 2000 falseó cientos de pruebas de ADN exagerando la coincidencia de las muestras con la de los sospechosos.
La denuncia partió de una investigación de The Washington Post que coincidía con otros trabajos de la Asociación Nacional de Abogados Defensores Criminalistas (NACDL, en sus siglas en inglés) y de Innocence Project en los que se concluía que el 95 por ciento de los juicios estudiados se manipularon las pruebas para favorecer la versión de los fiscales.
La magnitud de esta mala praxis de la unidad de análisis forense de cabello del FBI es tal que afectó a pruebas en más de 3.000 casos sometidos a revisión. Las asociaciones de defensa de los Derechos Civiles en Estados Unidos lo ha llegado a calificar como uno de los errores judiciales más grande de la historia estadounidense.
Y no es para menos ya que durante las primeras revisiones se detectó que al menos, 35 personas habían sido condenadas a muerte usando estas pruebas manipuladas de las que 9 habían sido ya ejecutadas y otras 5 fallecieron en el corredor de la muerte por diferentes causas mientras esperaban ser ajusticiadas.
La vida ha vuelto a sonreír de nuevo a Joaquín. Su experiencia, el haber sentido tan de cerca la muerte, conocer desde dentro los errores del sistema le ha llevado a posicionarse en contra de la pena de muerte. De hecho, ha convertido su abolición total en un objeto vital porque está convencido de que "no se trata de Justicia sino de venganza".