Hace justo 32 años, el 16 de noviembre de 1989, se celebró en España el primer juicio militar contra dos jóvenes insumisos en nuestro país. Sus nombres, Josep María Moragriega y Carlos Hinojosa. "Nos hicieron un Consejo de Guerra en el Gobierno Militar de Barcelona", recuerda el primero. Ambos fueron condenados a 12 meses y un día de cárcel por negarse a realizar la mili vigente entonces en España. "La sentencia tardó en salir 48 horas así que nos fuimos de allí por la puerta y pasamos a la clandestinidad", explica Moragriega.
"La idea era entregarse cuando más le interesara al movimiento, para que causara el mayor impacto posible. La fecha elegida fue el 15 de Mayo, Día Internacional de la Objeción de conciencia", relata. "Aquel día se organizó una importante manifestación en las calles de Barcelona. Todas las Ramblas y el centro de la ciudad estaban ocupadas por miles de personas que nos acompañaron y nos mostraron su apoyo", relata.
Ambos formaron parte de los 57 primeros insumisos declarados en todo el territorio español. "En Barcelona empezamos siendo ocho y a ese número se le sumaron luego unos cuantos ceros", dice con satisfacción Moragriega, ahora profesor de historia en un colegio de la ciudad condal.
Aquel movimiento formado por jóvenes antimilitaristas consiguió, sin ejercer la violencia, sin tirar una piedra, sin quemar un contenedor, acabar con el servicio militar obligatorio. Fue una lucha pacífica que llevó a prisión a cientos de jóvenes españoles que incumplieron la ley a conciencia en la mayor campaña de desobediencia civil registrada en España y una de las más importantes de Europa.
Pregunta. Cuando estabais planeando esa campaña pensasteis alguna vez, con sinceridad, que iba a tener tanto éxito...
Respuesta. De verdad que no. Conseguir acabar con el el servicio militar nos sorprendió hasta a nosotros. A pesar de la represión salían insumisos por todas partes. El Gobierno, los militares y el Estado creyeron que con la amenaza de cárcel, que cambiando mili por prisión, nos íbamos a echar atrás. Cuánto se equivocaron. Conseguimos un amplio apoyo y aquella lucha se extendió desbordando a las autoridades. De hecho, el gobierno de Felipe González tuvo que optar por juzgar a los insumisos en tribunales civiles ante el desgaste grave que estaba sufriendo el ejército en la opinión pública. Pero los juzgados civiles también quedaron desbordados ¿Cuántos insumisos se quedaron sin juicio? Muchísimos...el porcentaje de represión fue alto, pero es que el porcentaje total de insumisos fue muchísimo mayor. Fue una ola que creció exponencialmente. No tuvo fin ni siquiera cuando sacaron la ley civil para regular la Prestación Social Sustitutoria. Entonces la gente se hizo insumisa también a la PSS. Fue algo increíble.
P. ¿Erais conscientes entonces de que estabais haciendo historia?
R. No, estábamos luchando por una causa justa de la forma más inteligente que encontramos. Aunque con el tiempo es evidente que aquel movimiento creó unos precedentes muy importantes en lo que son las movilizaciones de todo tipo, no solo antimilitaristas y pacifistas. Independientemente del éxito de la abolición del servicio militar, que digamos que es el mayor logro, creo que dejó una escuela de resistencia, un poso importante en la sociedad que se moviliza, que es responsable, que no se conforma y que lucha por las libertades y los derechos. Supuso un tremendo éxito para una juventud que se organizaba, que consiguió sus objetivos a base de mucho esfuerzo, de mucha convicción y de mucha insistencia.
P. ¿Qué crees que tuvo de único aquel movimiento?
R. Pues que desde el minuto cero tuvimos la iniciativa. Las autoridades y los militares iban a remolque. Nosotros siempre movíamos la ficha primero. Diseñamos la campaña de insumisión basada en dos ejes, uno la concienciación y otro la movilización, y para eso teníamos que llegar a la sociedad civil. Lo conseguimos y ahí nunca pudieron ganarnos la partida.
P. Fue un logro tener tanto impacto social cuando no existían internet ni redes sociales...
R. Sí, a veces lo pienso, qué hubiéramos conseguido con los medios de ahora. Entonces establecimos una red de coordinación estatal digna de estudio. De hecho, aquella campaña se forjó en Zaragoza en el año 87, pero se expandió por las principales ciudades del país. Nos coordinamos con los colectivos antimilitaristas de todo el estado español. Era muy espectacular, detenían a dos insumisos en Sevilla, por ejemplo, y desde allí llamaban por teléfono, local por local, a todo el país. A la mañana siguiente ya había concentración en Valencia, Madrid, Barcelona... Había mucha cohesión de colectivo. Eso ayudó mucho a mantener la lucha.
P. ¿Os sentíais arropados?
R. Mucho, y a todos los niveles, por el propio movimiento, por la familia, por las amistades... nosotros lo que teníamos que hacer era organizar, movilizar y asumir los riegos que la desobediencia civil no violenta conllevaba. En esa acción hubo noches oscuras, como es natural, pero mereció la pena.
P. En tu caso seguro que hubo más de una noche oscura. Un año de cárcel siendo tan joven debió ser duro. ¿Cuántos años tenías?
R. Tenía 23 años cuando recibí la sentencia, 24 al entrar en la cárcel y 25 al salir. Antes del juicio ya estuve quince días en prisión provisional. En total pisé cuatro prisiones: Modelo y Trinidad en Barcelona; Modelo de Valencia; Sangonera en Murcia y finalmente Cartagena, donde cumplí la mayor parte de la condena, en el Penal Naval de Santa Lucía, lejos de la familia, para castigarlos a ellos también.
P. ¿Seguiste ejerciendo la desobediencia civil dentro de prisión?
R. Sí, con actos simbólicos. Por ejemplo negándome a vestir el uniforme presidiario militar. Reivindicaba así que estaba secuestrado, puesto que yo no era militar, era civil. También rechacé el pequeño sueldo que reciben los sodados, el pecunio, eran pequeñas luchas que reforzaban la dignidad ante un sistema que combatíamos. Al principio nos tenían aislados, apartados, pero conseguimos que nos pusieron con el resto de presos. Nos consideraban un virus y tenían miedo que contagiáramos a otros militares de nuestros ideales antimilitaristas.
P. ¿Compartiste cárcel con más insumisos?
R. En mi caso tuve el placer y la satisfacción de compartir prisión con los desertores del Golfo. Acordaos que en aquella época estalló la guerra del Golfo y España participó enviando sus fragatas. Hubieron varios militares que desertaron, varios jóvenes que estaban haciendo la mili que desertaron. Esos jóvenes se unieron al movimiento antimilitarista y tuve la satisfacción de recibirles en la cárcel donde yo estaba. Fueron momentos emocionantes.
P. También difíciles, supongo.
R. En prisión es como en la calle, hay días buenos y malos, pero los malos son peores. Yo intenté aprovechar el tiempo al máximo. Allí dentro cumplí los 25 y acabé la carrera de profesor.
P. Me imagino que una experiencia así le marca a uno la vida...
R. Claro, pero te digo que la han marcado más otras cosas, como la Guerra De Bosnia, en la cual tuve la oportunidad de participar con la asociación Maestros por Bosnia después, en el año 95.
Lo de la insumisión fue una consecuencia de mi activismo político que empezó cuando tenía 17 años y perdura aún hoy, que sigo siendo un joven activista de barba blanca y canas.
P. Ahora, ¿por qué luchas?
R. Estoy muy implicado en el tema educativo, eso es lo que ahora mueve mi mayor actividad. La educación es mi vida, es mi pasión. A los 54 años sigo con la voluntad de crear un mundo mejor del que nosotros recibimos, aunque últimamente parece que vamos un poquito para atrás.
P. Te ha pasado que aún hoy en día se te acerque alguien y te de las gracias por lo que conseguisteis con vuestro movimiento?
R. Pues sí, me ha pasado en alguna ocasión y me incomoda bastante porque no me gusta que se personifique en mi, lo que se consiguió fue fruto de los esfuerzos de miles de personas. En mi caso me tocó jugar un papel, pero fue una lucha colectiva. No había líderes.
P. ¿Crees que la sociedad civil ahora sería capaz de llevar adelante una lucha como aquella?
R. Está habiendo iniciativas que no son de ahora mismo, que ya llevan su trayectoria, como la lucha contra los desahucios, todas estas personas desarmadas, recibiendo porrazos, ahí está... La calle es mucho más rica de lo que se ve en la televisión y en lo digital, mucho más rica, y mucho más castigada.
Hay muchos motivos por los que luchar y sigue existiendo el mecanismo para hacer frente a las injusticias. Se llama desobediencia civil no violenta. Entonces sirvió. La historia se repite hasta que se cambia.
P. ¿Sabes que fue de aquellos compañeros insumisos más cercanos?
R. Sí, sigo en contacto con la mayoría, organizando eventos de vez en cuando.
P. Todos, imagino, jóvenes activistas con canas...
R. Sí, jajaja. Al fin y al cabo es una actitud ante la vida. Esa desobediencia humanista que vamos a mantener hasta que nos vayamos de este mundo.