En las últimas semanas ha habido dos casos con gran resonancia social: el beso no consentido de Rubiales a Jenni Hermoso en la final del mundial de fútbol femenino y la agresión a la periodista Isa Balado a la que un joven tocó el trasero en directo mientras cubría la noticia de un robo. Ambos han sucedido ante una cámara de televisión. Han quedado registrados en el acto. Han sido vistos por millones de personas y reproducidos en las redes sociales. Y ambos han contado con una condena social prácticamente unánime.
También con una respuesta judicial. La Audiencia Nacional ha imputado a Rubiales por agresión sexual y coacciones y el sujeto que agredió a la reportera de Cuatro ha sido detenido por la policía y, aunque ya se encuentra en libertad, la denuncia contra él sigue su curso.
Independientemente de que termine habiendo o no consecuencias penales para ambos, los dos casos han permitido comprobar que algo ha cambiado en nuestra sociedad. "Hace unos años actos machistas como estos era imposible que provocaran reacciones como las que hemos visto", reconoce Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba y conocido por sus trabajos sobre lucha de género. "En la última década se ha ido generando progresivamente una conciencia social sobre lo intolerable de determinadas conductas. Con la única excepción de la derecha más extrema y reaccionaria, se ha generado un nuevo consenso social acerca de las líneas rojas que no se pueden pasar", destaca.
"Los debates sobre el consentimiento, sobre la ley del solo sí es sí, han tenido un efecto pedagógico en la sociedad”, comenta Salazar. "Ha ido calando en la gente poco a poco la capacidad para reconocer ese beso o ese tocamiento como una agresión", explica el jurista.
"Si esto hubiese sucedido hace cinco años, lo que hubiera trascendido seguramente hubiera sido que Rubiales agarró por el brazo a la Reina o que se echó las manos a los huevos en el palco, pero no el beso a Jenni. Sin embargo ahora esta agresión ha caído en un caldo de cultivo que ha hecho posible que grandes sectores de la sociedad lo consideren inaceptable", recalca Rosa Cobo, profesora de Sociología del Género en la Universidad de la Coruña.
"Para ello ha sido esencial la presión del movimiento feminista, que ha hecho que pongamos el foco en determinadas realidades que antes dábamos por normales, las naturalizábamos, no nos percatábamos de ellas, o incluso hacíamos humor o chistes sobre ellas", reconoce Salazar.
Un análisis con el que coincide Cobo. "Desde el año 2015 hasta ahora hemos visto cómo ha surgido una cuarta ola feminista. Y el corazón de esa ola ha sido la lucha contra la violencia sexual", apunta. "Este tipo de violencia se ha convertido en una preocupación enorme para madres, hijas, abuelas... sobre todo a partir del Me too", explica la especialista.
"Por eso lo que ha pasado con Rubiales y con vuestra compañera Isa Balado ha tenido una reacción tan unánime, porque había un suelo fértil para que ese malestar se pudiese manifestar. Un sector amplísimo de la sociedad, en el que están presentes casi todas las mujeres, independientemente de su edad, clase social y hasta ideología se han visto reconocidas en el acto de Rubiales y en el sufrido por la periodista. Un comportamiento, un tipo de agresión sexual que muchas han sufrido alguna vez o han visto cómo sufrían otras mujeres cerca de ellas", argumenta la socióloga.
"Yo creo, fíjate, que es mucho más poderosa la conciencia que ha creado el feminismo que el propio movimiento feminista. Y esto es en realidad la prueba irrefutable del éxito de este movimiento, porque ha tenido la capacidad de crear una conciencia crítica colectiva contra la violencia sexual, que era sencillamente inimaginable hace pocos años", asegura Cobo.
"Tampoco hay que olvidar el hecho de que las mujeres han ido adquiriendo un poder y una fuerza que les está permitiendo tomar la voz y decir: Se acabó, hasta aquí hemos llegado. Eso tiene que ver con que las mujeres se sienten acompañadas en esas reivindicaciones. Se sienten más fuertes que en etapas anteriores. Tienen herramientas en sus manos para denunciar públicamente determinados comportamientos", indica Salazar.
Un consenso feminista que ha acabado tumbando a Rubiales gracias a la respuesta de la sociedad civil, de la mayoría de los medios de comunicación y también de la posición tomada por los políticos. "El poder político es esencial porque tiene la capacidad de debilitar o de reforzar, de dar legitimidad o quitársela a una acción, comportamiento o idea, y en este sentido el poder político ha jugado muy a favor de la lucha contra la violencia sexual", reconoce Cobo.
"Incluso algún partido que no ha podido tener tan claras estas cuestiones o que en algún momento se ha podido oponer a ellas, al final se ha visto obligado a posicionarse. El empuje social ha sido tal que ahora ya difícilmente va a poder colocarse públicamente en contra de este nuevo consenso social", sentencia el jurista.
Ha sucedido antes con las conquistas de otros derechos sociales. "Yo recuerdo cuando se aprobó, por ejemplo, la ley del matrimonio gay. Hubo una oposición tremenda por parte del PP, que votó en contra, la recurrió ante el Tribunal Constitucional... pero la sociedad aceptó de manera tan natural este derecho que incluso fuerzas políticas que en un primer momento se posicionaron en contra acabaron viéndolo como parte de nuestra realidad", argumenta.
"En el caso Rubiales ha costado, pero hemos visto como día tras día iba perdiendo aliados, y entre ellos, también hombres que han reconocido en público que se han concienciado", dice Salazar, que espera que este caso “sirva para hacernos comprender que esto tiene que ver con nosotros, que tenemos una especial responsabilidad en el cambio, que no debemos sentirnos amenazados ante los nuevos valores".
Es algo que lleva pasando desde hace unos años, y no solo en nuestro país. "Hay una reacción de un sector masculino que se siente agraviado, atacado por el feminismo, que piensa que todas las conquistas que están alcanzando las mujeres suponen un detrimento de sus posiciones de poder, de sus privilegios tradicionales. Y entonces se sitúan en ese discurso reaccionario y a la contra", advierte el experto, que alerta del peligro de contagio de estos mensajes machistas y retrógrados entre los jóvenes. "Se difunden con rapidez por las redes sociales. Se trata de posiciones muy poco argumentadas, muy viscerales, que es fácil que contaminen a determinados sujetos. Mientras que por el contrario, defender un cuestionamiento de la masculinidad tradicional requiere mucho más esfuerzo, una argumentación detallada y que los hombres seamos capaces de renunciar a determinados privilegios. Una posición mucho más incómoda", arguye Salazar.
"Ahora mismo conviven varios modelos de masculinidad", confirma Cano. "Hay una pequeña parte que tiene una actitud crítica con la desigualdad y con la violencia contra las mujeres. Hay otro sector, que no me atrevo a decirte cómo es de grande, que sostiene y practica una masculinidad bastante violenta y activa contra las mujeres y luego hay una mayoría que tiene cierta resistencia a la igualdad, pero una resistencia pasiva. Te pongo un ejemplo. Este año se está asesinando a muchísimas mujeres en España y los hombres no salen a manifestarse. No escriben columnas de opinión en los periódicos. A eso le llamo yo masculinidad pacífica. Piensan que igual no está bien lo que le pasa a las mujeres, pero que no es cosa suya".
"Muchos hombres se resisten a dar ese paso hacia delante porque posicionarse implica en muchos casos que tengas que cuestionarte no solo a ti mismo, sino también a tus compañeros de trabajo, a tus colegas, a tus amigos, a tus familiares y eso es difícil, porque un elemento clave en la masculinidad es ese sentimiento de grupo, ese apoyo en nuestros iguales, a través de los cuales nos reafirmamos como hombres. Entonces, romper con esa especie de pacto no escrito cuesta a la mayoría de hombres", reconoce el jurista.
"En materia de derechos humanos lamentablemente la historia nos demuestra que siempre es posible la vuelta atrás. Siempre caben la regresiones. Pero lo que sí es cierto es que en este país tenemos un nivel de legislación, de jurisprudencia, de reflexión académica, de movilización social por parte del feminismo, que yo creo que nos ha llevado a un punto muy positivo en cuanto al avance en igualdad, pero sin duda necesita seguir trabajándose", interpela Salazar.
"Yo entiendo que lo que ha ocurrido con Rubiales y con el agresor de Isa Balado es una advertencia, una advertencia a los varones para que no se pasen, para que no agredan, porque les pueden suceder cosas si lo hacen. A muchos se les olvidará, pero es muy posible que a otros no se les olvide y eso es ya extraordinario", sugiere Cobo. "Otra cosa que se ha demostrado es que se pueden conseguir avances fuera del poder político. Nos ha mostrado la relevancia que tiene la sociedad civil a la hora de introducir cambios en el imaginario colectivo".
"Lo fundamental ahora es que esto no quede en acontecimientos puntuales, sino que hay que seguir trabajando en el terreno educativo y muy especialmente con los hombres", apunta Salazar, miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional. "Al final esto tiene que ver con el machismo, con esa cultura que tantos hombres tienen dentro que les hace entender que las mujeres son casi objetos que tienen a su disposición y a las que pueden tocar, magrear, insultar o incluso violar. Eso es lo que hay cambiar poniendo el foco en la educación y en la prevención. El machismo no se cambia de un día para otro. Es un proceso largo de trabajo personal y colectivo. Ojalá esto sea como esa ficha de dominó que vaya tumbando los comportamientos abusivos contra las mujeres en todos los espacios".