Ver matar a tu madre: el trauma de los niños huérfanos tras los asesinatos machistas que puede superarse
Los crímenes machistas de Almería y Córdoba con los que arrancó esta semana elevan a 39 los niños que han perdido a sus madres en lo que llevamos de 2023
Lo que viven los menores es un trauma, un golpe seco, inesperado, que les colapsa y bloquea su capacidad de reaccionar y defenderse, explica a NIUS José Antonio Luengo, decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid
Huérfanos de violencia machista: "Tenía 11 años cuando mi padre mató a mi madre y me tocó crecer deprisa"
Seis niños se han quedado huérfanos esta semana. Sus madres murieron a manos de sus propios padres. En Almería, un hombre degolló a su mujer delante de sus tres hijos, de 9 y 8 años y cinco meses de edad. En Pozoblanco, una niña de tres años vio como presuntamente su padre mataba a su madre con una escopeta y luego se suicidaba. ¿Cómo se puede superar algo así?
Los crímenes descritos han teñido de negro el comienzo de agosto por las mujeres que han perdido la vida y por los hijos que se han quedado sin madre y sin padre. Padres asesinos que irán a la cárcel. Algunas veces, suicidas. Madres desangradas sobre el suelo de la cocina o en el rellano de la escalera. Las madres y sus hijos, víctimas de la violencia machista, aunque los menores sobrevivan, sobre los cuerpos todavía calientes de sus madres, habiendo sido testigos de la escena más dramática que jamás pudieron imaginar.
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Cientos de huérfanos
Los crímenes de Almería y Córdoba con los que arrancó esta semana elevan a 39 los niños que han perdido a sus madres en lo que llevamos de 2023. Son 416 desde que comenzaron a contabilizarse en 2013. La ley les reconoce como víctimas de la violencia de género -con la protección que ello supone- desde 2015.
Es difícil imaginar qué protección puede lograr que superen el trauma vivido, muchas veces después de una infancia llena de episodios violentos, golpes, gritos, amenazas. Los casos se repiten. Apenas ha pasado un mes desde que un niño de 12 años presenció el asesinato de su madre a manos de su pareja en Antella, Valencia. Su padre la mató y luego se quitó la vida. En apenas un instante, toda su vida se derrumbó. Desde entonces, el crío pide ver a su madre todo el tiempo. Está en casa de una amiga de la madre y no deja de preguntar por ella. Repite una y otra vez “que quiere ver a su madre, que quiere ver a su madre”.
Colapso emocional
“Lo que viven los menores es un trauma, un golpe seco, inesperado, que les colapsa y que bloquea su capacidad de reaccionar y defenderse”. Así describe José Antonio Luengo, decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, la reacción de los niños que pierden a su madre de manera violenta. En conversación con NIUS, Luengo explica que el efecto es parecido al que se produce cuando se recibe un impacto físico. “Es un episodio de conmoción, que produce una especie de anestesia psicológica. A pesar de lo que se ha presenciado, los hechos provocan en los menores un bloqueo temporal durante el que no saben muy bien lo que pasa”, añade Luengo. Una reacción así explicaría el relato de Antella. El muchacho, pese a que su madre murió delante de sus ojos, quiere verla a toda costa, no acepta lo que ha pasado.
“En ocasiones, esta conmoción emocional y cognitiva”, prosigue el decano del Colegio de la Psicología de Madrid, “permite a los pequeños superar los primeros momentos sin sentir el dolor terrible y lógico que deberían tener. Es en esos momentos cuando resulta más necesario intervenir”.
Los expertos saben que no hay plazos determinados. Pueden pasar horas o días, dependiendo de la edad y de las características de los niños, hasta que tomen conciencia de lo ocurrido. Entonces es cuando hay que facilitar los recursos necesarios para que, entre todos, especialmente, su entorno protector, sus abuelos, sus tíos, los amigos de la familia, les permitan entender lo que ha sucedido y les acompañen en todo el proceso del dolor. “Es una rasgadura en el alma, que hay que intentar curar creando situaciones y experiencias de seguridad y protección”, dice Luengo.
Ver matar a tu madre
El diagnóstico de Javier Urra, también psicólogo y exdefensor del Menor en la Comunidad de Madrid, es coincidente. "Ver que tu propio padre mata a tu madre supone una quiebra emocional. Es como el cristal cuando se rompe, que queda roto", ha declarado Urra a Europa Press. Por su experiencia, Urra sabe que los menores, que son las víctimas más vulnerables y, en ocasiones, olvidadas, de la violencia machista, tienen grandes problemas emocionales tras este tipo de sucesos. "Muchos de ellos muestran unas conductas muy retraídas, cambios emocionales desproporcionados. Debemos tener en cuenta que los padres son la figura de seguridad y amor y cuando te dejan en una situación de riesgo, de desamparo, pues el niño sufre en el vínculo, en el apego", ha afirmado.
“Cuando todo es tan duro y repentino, muchas veces se desarrolla un trastorno por estrés postraumático”, explica José Antonio Luengo. “Es un trastorno psicológico muy importante. Aunque el apoyo sea correcto y las decisiones adoptadas sean las mejores, no se pueden evitar los recuerdos, no se pueden evitar las imágenes, la sensación de pérdida, de orfandad y de tragedia. El camino a seguir es siempre el de generar un entorno protector, que canalice el dolor y la pena”, comenta el psicólogo.
La edad, un factor determinante
La edad de los menores en el momento de producirse el asesinato de su madre es uno de los factores más importantes. Cuanto menor es el niño, más capacidad de recuperación tendrá. “Al ser más pequeño, la niña o el niño tienen menos posibilidades de sufrir un bloqueo, lo que se conoce como ‘impasibilidad psicológica’ por lo vivido. Cuanta más edad tiene el niño, más conciencia tiene de lo que ha pasado y el daño psicológico puede ser mayor. Pero al mismo tiempo, también tiene más herramientas psicosociales. La peor franja, desde luego, es la que va de los 3 o 4 años, la edad en la que ya se forjan los recuerdos, a los 12 o 13 años, plena preadolescencia. “Hay que asumir que el daño ahí es muy significativo”, indica Luengo.
“En todos los casos, hay que equilibrar sus sentimientos y proporcionarles un contexto de relaciones afectivas, potenciar la vivencia de momentos de tranquilidad, de seguridad”. Según José Antonio Luengo, este es el mejor tratamiento, aunque no niega que en ocasiones haya que recurrir a los fármacos, si se producen cuadros severos de ansiedad.
El papel de los abuelos maternos
Probablemente, los abuelos maternos son las personas más cercanas, son aquellos en los que se piensa inicialmente en cualquier proceso de acogida. Lo saben los equipos psicológicos que atienden a los menores que han quedado huérfanos. “Pero tienen pros y contras”, comenta Luengo: “Pros, por ejemplo, son la cercanía, la experiencia de amor previa con sus nietos, la atención y la educación que ellos mismos les han dado. Generalmente, además, pueden tener más tiempo para dedicárselo. Pero también hay contras: la edad, que hace que las competencias físicas y mentales sean más limitadas, y a veces las dificultades económicas”. Para Luengo, “los tíos son también una muy buena opción para hacerse cargo de los niños que han perdido a su madre. Son una buena alternativa, aunque también es frecuente que tengan su propia familia, sus propios compromisos”.
En todo caso, casi siempre se buscará en la rama materna. “Los abuelos paternos suelen quedar descartados pues son los padres del asesino”, dice Luengo. “Puede ser un poco injusto, ya que podría darse el caso de que los abuelos paternos fuesen los más adecuados por distintos motivos. Pero, como primera opción, se trabaja con los padres de la mujer asesinada porque dan más garantías, existen menos riesgo de contaminación emocional a los menores en el día a día. Es muy complejo. A veces, son inevitables los comentarios, los recuerdos”.
Colegios y compañeros de clase
Otro factor importantísimo es el colegio. “Mi opinión sobre el centro escolar”, dice Luengo, “es que lo mejor es seguir en el mismo. Cuantos menos cambios, mejor. Allí están los profesores, los amigos que les quieren. Los niños pasan 175 días al año, 7 horas al día, en un centro educativo. Más tiempo que con los sus familias. La labor del sistema de protección aquí es fundamental. Y el centro, por mi experiencia, siempre se pone al servicio de la causa”, nos cuenta Luengo. Un problema asociado pueden ser las redes sociales. "No es la primera vez que los huérfanos por un crimen machista sufren una doble victimización. Pero por lo general el ámbito escolar responde bien" nos dice José Antonio Luengo.
“Una de las cosas que cuento, cuando tengo que acudir a un colegio a dar una charla ante una tragedia de este tipo, es que yo fui un niño que perdió a su papá con diez años. Recuerdo perfectamente el día en que volví al colegio, cómo me miraban, cómo me trataron mis compañeros. Es un recuerdo imborrable. Cuando les explico mi propios recuerdos por la pérdida irreparable de mi padre, las caritas de los niños se iluminan porque entienden cómo deben comportarse con sus compañeros, comprenden que quizás no sea necesario preguntar constantemente, sino hacer que sientan calor y compañía”. Por eso, para este profesional de la psicología, es muy importante aprender a gestionar el duelo.
El duelo en la infancia
Luengo argumenta que ahora se está trabajando mucho en que las escuelas trabajen con el concepto de la muerte, saber convivir con algo que más tarde o más temprano va a llegar. “La reflexión que siempre surge es que tenemos un modelo de sociedad que ha privado a los menores de la experiencia de la muerte y el duelo”.
El duelo en los centros educativos es precisamente una materia sobre la que ha ahondado José Antonio Luengo y en la que está volcado el Colegio oficial de la Psicología de Madrid. Su estudio sobre esta materia, elaborado junto a su compañera Raquel Yébenes y titulado ‘El duelo en el centro educativo’, aspira a ser incorporado a la dinámica de los colegios e institutos de Madrid. En él se establecen las líneas a seguir cuando se producen hechos traumáticos, como el asesinato de una mujer, la pérdida de una madre. En esencia, el centro debe reflexionar y pautar una respuesta a los acontecimientos, con la creación de un equipo que planifique la respuesta y que cuente con el conocimiento y el acuerdo del claustro. Porque los profesores, al igual que las familias de los niños que han perdido a sus mamás, son fundamentales.
Pasos a dar
Tras un asesinato machista, las comunidades autónomas, a través de sus consejerías de Familia o Asuntos Sociales, se guían por pasos bien pautados. “Lo primero es intentar que los niños sean acogidos en el entorno familiar. Es el que genera más confianza y permite la readaptación de los menores. No podrán curarle, pero le acompañarán en su dolor”, cuenta este experto consultado por NIUS. “Lo ideal siempre sería que los niños pudieran ir a un entorno cercano, que ya conociesen, donde tuviesen primos de su edad o parecida, y donde las condiciones sociales y económicas permitiesen la mejor adaptación”.
El último recurso debería ser el entorno residencial, que es cuando las administraciones, a falta de otras soluciones, se encargan de los menores que se han quedado solos. “Pasan los días y no hay nadie”, explica Luengo. “Algunos niños no encuentran ningún sitio. No hay acogimiento, no hay adopción. El acogimiento residencial de menores debería ser de urgencia, no estable, pero la realidad es que en cientos de casos no es así”, lamenta este psicólogo. Son los llamados “niños invisibles”. En España hay cerca de 17.000 niños y niñas en acogimiento residencial, a cargo de las administraciones públicas. Esos menores, muchos de los cuales vieron a sus padres matar a sus madres, saltan de centro en centro durante toda su infancia y adolescencia, hasta cumplir los 18 años.
Optimismo, el mejor consejo
En general, los chicos y chicas evolucionan bien cuando el entorno familiar, con el apoyo de los psicólogos, les ha dado atención y cariño. En esos casos, la evolución de los niños suele ser buena. “Porque son niños”, dice Luengo, “y tienen una capacidad para acomodar su vida a nuevas circunstancias si reciben el cuidado que necesitan. Serán necesarios al menos dos años para sacar conclusiones sobre la evolución emocional de los menores” tras a muerte de una madre.
Para que todo salga bien, estas son las reglas básicas a seguir: tranquilidad y seguridad, asumir que los niños que han perdido a su mamá pueden desbordarse emocionalmente, que no siempre será posible controlar las reacciones, que no es culpa de los demás, ni culpa del menor, paciencia, escucha. Y, sobre todo, optimismo. La vida de los huérfanos, tras la muerte de una madre, por muy provechosa que sea, no va a tapar la tragedia vivida. “La vida posterior no es un camión de arena que oculte el dolor”, concluye José Antonio Luengo, “pero las perspectivas son buenas y siempre hay que pensar y comportarse con optimismo”.