Cuatro millones de españoles viven enganchados a los ansiolíticos: "Los tenemos en el botiquín como si fueran paracetamol"
España es el país del mundo con mayor consumo de benzodiacepinas, un tipo de ansiolíticos cuyo uso se ha normalizado
La Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia reconoce que se prescriben en exceso y alerta de sus efectos nocivos sobre la salud
Piden una acción liderada por el Ministerio de Sanidad para acabar con este abuso que ha crecido un 25% entre los más jóvenes
Si hablamos de ansiolíticos quizás haya quien no sepa identificar estos medicamentos, pero si les ponemos nombre: Lexatín, Valium, Trankimazin, Orfidal...la mayoría no solo los reconocerá sino que seguramente los tendrá en el botiquín de su casa. "El problema es que hemos normalizado y banalizado su uso", denuncia en NIUS Antonio Torres, responsable del grupo de trabajo de salud mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), que estos días celebra su congreso nacional en Granada.
Allí se ha vuelto a alertar de un problema que es cada vez más grave en nuestra sociedad. España es el país del mundo con mayor consumo de estos ansiolíticos, las benzodiacepinas, con 110 dosis diarias por cada mil habitantes. Una cifra 2.750 veces superior, por ejemplo, a la de Alemania, con 0,04 dosis diarias.
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"El 9,4% de la población reconoce tomar sistemáticamente un comprimido de estos al día. Y entre el 10% y el 12% reconoce haber tomado como mínimo una dosis en el último mes. Lo cual es muy triste", lamenta Torres. "El abuso o mal uso de las benzodiacepinas está degenerando en adicción. Hay cada vez más gente con dificultad para desengancharse, con síndromes de abstinencia serios cuando dejan de tomarse su ansiolítico diario".
Se trata de medicamentos rápidos, baratos y eficaces que llegan a nuestros botiquines "por un exceso de prescripción médica", reconoce Torres, pero también porque "hay una conciencia social extendida de que sus efectos son inocuos, y no es así", recalca. "Hay que hacerle llegar a la población los verdaderos riesgos del uso de estos fármacos, sobre todo si es prolongado y sin control médico".
Los efectos de los ansiolíticos
"El uso crónico y prolongado de los ansiolíticos tiene consecuencias, entre ellas un aumento del riesgo de mortalidad en un 21%", corrobora Torres. Estos fármacos tienen una extraordinaria utilidad y una extraordinaria potencia utilizados puntualmente y con un tiempo de uso limitado", insiste "pero una cosa es que se prescriban en un tratamiento concreto frente a la ansiedad o en un proceso depresivo, combinados con fármacos estabilizadores del ánimo, o también como respuesta puntual al dolor, y otra muy distinta es que pasen a formar parte del día a día de la población".
"Para empezar porque dejan de hacer efecto muy pronto, al generarse una tolerancia al fármaco y también por la posibilidad de generar una adicción", comenta. "No puede ser que a una persona con ansiedad y problemas para dormir le recetes un ansiolítico en un momento concreto y seis años después siga tomándolo aunque ya ni se acuerde de por qué empezó a hacerlo. Eso no se puede tolerar porque es peligroso para su salud", indica.
"Tomados de manera continua -durante más de tres meses- las benzodiacepinas provocan debilidad muscular, problemas de coordinación motora, de psicomotricidad, alteraciones en la memoria, también afecta a algunas capacidades de tipo cognitivo, como el uso de la palabra, mareos, etc. Pero además mantiene en un estado de sedación a quienes se las toman durante toda la jornada que provoca multitud de accidentes de tráfico, domésticos y laborales", explica Torres, "sobre todo en las personas mayores".
El perfil de los que piden ansiolíticos ha cambiado: nadie se salva
"Antes había un perfil bien definido, que eran mujeres en la edad media de su vida, con conflictos casi estandarizados: tensión laboral, tensión familiar, con un estrés casi permanente y multifactorial. Eso era lo habitual. Sin embargo el uso de ansiolíticos se ha extendido y disparado en toda la población", asegura el médico.
"Ha habido un crecimiento enorme en la banda de edad de 15 a 64 años. En esta franja se ha incrementado un 25% la demanda. Esto quiere decir que cada día hay más personas que creen que estos medicamentos son útiles e inofensivos", destaca.
"Yo en la consulta he visto de todo, padres que te los piden para sus hijos adolescentes, para que no vayan nerviosos a los exámenes, jóvenes universitarios o en periodos de oposiciones a los que les tienes que decir pues no se lo voy a mandar porque no quiero ser la causa de que usted suspenda, porque debe saber que estos fármacos alteran la memoria y sobre todo la memoria inmediata, con lo cual se va a presentar a un examen con una capacidad de memoria disminuida de la que tiene usted habitualmente, también gente que va a sacarse el carnet de conducir y te piden tranquilizantes para aprobar, cuando está prohibido conducir si has tomado ansiolíticos, adultos que los quieren para sobrellevar el mal humor de su jefe, o la propia carga del trabajo o un desamor...", indica, "te los piden absolutamente para todo".
"No te puedes ni imaginar la cantidad de gente que te pide que se los recetes para tenerlos simplemente en el botiquín, por si algún día les hace falta. Ha llegado un punto en que se tienen como si se tratara de paracetamol y se le presta un lexatín al vecino o al amigo como si le estuvieras dejando alcohol o betadine. Es una locura", denuncia.
Doparse para poder vivir
Un examen, un despido, la enfermedad o muerte de un ser querido, una separación sentimental... en España es cada vez más común medicalizar los problemas. “Estamos intentando resolver problemas emocionales o laborales con dopaje, en lugar de aprender a gestionar las cosas normales de la vida", afirma Torres. "Para sobrellevar situaciones reales la solución no pasa por dar pastillas".
En este consumo abusivo de ansiolíticos influye mucho la percepción que nuestra sociedad tiene actualmente de los conflictos vitales: "El umbral para afrontar cualquier conflicto ha descendido mucho. Tenemos poco aguante. La gente tiene un problema y quiere una solución inmediata, o si no se le soluciona, quiere algo para no sufrir. Esta es una situación que viene dándose en los últimos 20 años y que va a más. No tenemos paciencia ni tenemos conciencia de que la vida se compone de muchas cosas, pero la mayoría no suelen ser bonitas y buenas. Muchas de ellas van a ser normales, y algunas malas. Y las malas las llevamos muy mal y las afrontamos con mucha dificultad".
"Yo veo fundamental preparar a nuestra juventud en ese sentido, generar estados de respuesta que favorezcan la resiliencia. La resiliencia es uno de los fenómenos psicológicos adaptativos más potentes. Y es probablemente lo que debería salvar a esta sociedad de esta especie de terror a los conflictos en el que está cayendo".
Es fácil y rápido. Las benzodiacepinas te aíslan de las emociones y te ayudan a seguir. Alivian, pero no curan. A su rápido efecto se suma la facilidad con la que se recetan desde las consultas de atención primaria. "Es cierto, pero esto no significa que el médico sea el unico que tiene la culpa", ingiere, "porque el facultativo se ve obligado a responder, en los cinco minutos de una consulta de Atención Primaria, a una demanda social en la que el paciente le exige "alivio rápido" a sus síntomas. Pero "la gente no sabe lo que se está tomando”, afirma Torres. Por lo que insiste en que es fundamental "advertir de las consecuencias que tienen estos fármacos en el momento en que se prescriben" y que haya un mayor control.
"Es necesaria una concienciación de los profesionales, médicos y farmacéuticos, pero también sería fundamental una iniciativa a nivel ministerial. Hay que actuar a nivel social como hizo Francia, cuando liderados por el Ministerio de Sanidad, se mandaron cartas a todos los usuarios que tomaban ansiolíticos informando de los riesgos, se contactó con los médicos prescriptores para que advirtieran a los pacientes, se les informó de que se les iba a ayudar a desengancharse, que no se les iba a abandonar, y esa iniciativa francesa hizo que en pocos años bajaran de ser el segundo consumidor de Europa al octavo", dice Torres.
"Eso es un poco lo que nosotros estamos buscando", crear conciencia de que los ansiolíticos son un medicamento que se les va a suministrar durante el tiempo estrictamente necesario y que después se va a retirar, que no son fármacos que puedan ponerse a perpetuidad ni pueden quedarse en un botiquín para cuando a uno le apetezca tomárselos", concluye.