Dicta la normativa de la Policía Nacional, y el Plan Nacional de Tiro en concreto, que los agentes tienen que hacer prácticas con su arma reglamentaria cada tres meses para mantener la pericia. Sin embargo, Juan J. L y su compañero, como tantos otros agentes del cuerpo en Jaén, tenían que hacer sus ejercicios en la parte de atrás de un camión habilitada para ello, tal y como denuncian fuentes sindicales. Cuando ambos salieron a la calle el pasado domingo, poco sospechaban que uno perdería la vida presuntamente a manos del otro, en mitad de una intervención para salvar a los ciudadanos de Andújar de un hombre armado con un martillo y un arma blanca.
La actuación, grabada por los vecinos y que se produjo tras varios minutos de amenazas y golpes al portal de una vivienda por parte del agresor, ha suscitado polémica dentro y fuera de los ambientes policiales. Hay un consenso unánime en reconocer el valor y el trabajo de ambos agentes a la hora de anteponer su vida a la de los demás, pero también ciertas dudas sobre la formación que el Ministerio del Interior ofrece a los agentes en materia de uso de armamento, e incluso sobre las instrucciones y protocolos que dictan dentro del cuerpo para intervenciones como la que vivieron ambos agentes, donde un hombre armado con una navaja y un martillo se abalanzó sobre uno de los policías con clara intención de hacerle el mayor daño posible.
“Lo primero que hay que entender es que una cosa es la teoría, y otra la práctica de verse en una situación de tensión como la que vivieron estos compañeros”. Quien así habla es un agente especializado en la formación de operativos para este tipo de ataques. “Tampoco es igual un agente que se dedica a muchas labores y que se encuentra con estas situaciones en contadas ocasiones en su carrera que miembros de equipos de intervención que se tienen situaciones de fuego real en muchas ocasiones de su día a día”. Según los expertos consultados por NIUS, un hombre con un arma blanca y en estado de excitación es una de las situaciones más peligrosas para la vida de un agente, ya que su velocidad de movimiento hace que pueda avanzar muchos metros antes de que el agredido pueda sacar la pistola y buscar un tiro limpio mientras recula. Además, en muchos casos la adrenalina del momento o la ingesta de otras sustancias como drogas, medicamentos u otros estimulantes, provocan que un disparo por parte del agente, con su arma reglamentaria, que por su calibre está pensada para ser lo menos lesiva posible, sea poco efectivo para evitar la agresión.
Otra de las reglas operativas que los agentes deben cumplir en este tipo de intervenciones es no entrar nunca en la trayectoria de disparo de su compañero, o lo que es lo mismo, no estar nunca en dirección contraria a donde se realiza el disparo, para evitar el fuego amigo. En este caso, es un primer agente el que baja del vehículo en una calle de único sentido y con apenas resguardo. Cuando el policía baja del coche, el agresor se lanza contra él sin apenas mediar palabra en una respuesta poco previsible. El agente retrocede, saca una defensa e intenta a toda costa evitar el disparo. De forma coincidente con su caída, se escucha una primera detonación. Detrás, su compañero de patrulla, que ha salido del vehículo para socorrerle y que ha intentado salir de la zona de disparo tanto como la estrecha calle le ha permitido, se duele en el abdomen. Por eso la tesis de los investigadores pasa por que la bala que le quita la vida a Juan sea la que su propio compañero dispara en mitad de su caída.
La muerte del policía y el vídeo de la intervención han levantado al unísono las voces de los sindicatos policiales, con reivindicaciones reiteradas como la de la falta de dotaciones y formación en el empleo de pistolas taser, incapacitantes pero menos lesivas. Otro de los puntos más delicados es la legislación en el uso de armas de fuego, que el grueso de los agentes considera demasiado restrictiva. Con carácter general, la normativa refleja que los agentes pueden hacer uso de su arma reglamentaria y cuando su vida corra un riesgo real y no haya otra manera menos lesiva de detener esa amenaza.
Sobre el papel, el escenario parece claro, pero en la práctica la línea es mucho más difusa, y sobre todo con los asaltantes con un arma blanca. Con una pistola en mano, nadie duda de que un delincuente es una amenaza real para un agente. Con un cuchillo, a cierta distancia los expertos en seguridad mantiene que el riesgo es también real, aunque en ese momento el asaltante mantenga una actitud pasiva. El ejemplo claro es el agresor de Andújar, que se abalanza sobre el agente sin que tenga apenas tiempo a sacar el arma. El policía intenta mantener el protocolo en todo momento y saca en primer término una defensa extensible con el objetivo de repeler al atacante con ella, pero es insuficiente.
Otro punto delicado de esta intervención es el momento final, cuando el agresor es abatido por la espalda por parte del agente que sigue en pie. En ese momento, la legislación dictamina que el agente solo podrá tomar ese proceder al apreciar un riesgo grave en su vida o la de los demás por parte del agresor. En este caso concreto, el agente tenía ya la constancia de la conducta agresiva marcada por el abatido, que se había lanzado contra él entre gritos y haciendo caso omiso de sus advertencias, además de haberle apuñalado con el arma blanca en un hombro, lo que hacía indicar que podría repetir la misma conducta con cualquier otra persona inocente, como por ejemplo, los ciudadanos que acudieron a socorrer al agente cuando estaba en el suelo, con lo que también mantuvo la misma actitud agresiva.