Si no lo tienes lo echas de menos, y si lo tienes, y en exceso, quizá no seas consciente de todo lo que implica. El cómo percibas la importancia de tener dinero puede ser un tema de perspectiva. O no.
Durante años sociólogos y psicólogos han tratado de responder a la gran pregunta: ¿da el dinero la felicidad? Una pregunta a la que da respuesta una nueva investigación defendida por el psicólogo y Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman.
La investigación que se acaba de publicar en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences defiende que sí, el dinero compra la felicidad.
Para llegar a sus conclusiones analizaron a 33.391 personas de Estados Unidos con una edad media de 33 años y un nivel de renta medio alto (el ingreso familiar promedio fue de 85.000 dólares al año, unos 80.602 euros). Los participantes completaron una encuesta de admisión con preguntas sobre satisfacción de su vida y cada día se les preguntaba, a través de su teléfono móvil inteligente, diferentes aspectos establecidos por un algoritmo.
El estudio que ahora se presenta partió de dos investigaciones anteriores, aparentemente contradictorias, que ahora han revisado los mismos autores.
La primera dirigida por el investigador de Harvard Matthew Killingsworth en 2021 y publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences, establecía que existe una relación lineal entre felicidad e ingresos, es decir que la felicidad y la satisfacción en la vida aumentan con los ingresos.
La otra, defendida por el Premio Nobel Daniel Kahneman y el economista Angus Deaton, en 2010 aseguraba que el dinero va proporcionando felicidad hasta que se llega a un punto en el que ya da igual si es más o menos,( cuando las ganancias superan los 75,000 dólares al año el bienestar deja de aumentar por completo, o se estanca).
Ambos trabajos se han revisado ahora por sus mismos autores para llegar a una nueva conclusión, donde Kahneman se autocorrige. Su nuevo artículo, que describen como una “contradictoria colaboración”, encontró que la satisfacción aumenta a la par de los ingresos e incluso se acelera a medida que el salario supera los 100.000 dólares al año (94.872 euros), siempre y cuando la persona disfrute de un cierto nivel básico de felicidad en un inicio.
Lo que concluyen es que hay un cierto nivel de estabilidad, y que incluso entre el 20% más infeliz de las personas,se volvieron más felices a medida que sus ingresos aumentaron hasta en seis cifras. Es solo a partir de este punto donde el efecto felicidad de más dinero deja de funcionar y “las miserias que quedan no se alivian con altos ingresos”, concluyen.
Eso sí, en el rango bajo de ingresos, las personas infelices ganan más con el aumento de ingresos que las personas más felices.
En su día Killingsworth defendía que las personas con mayores ingresos son más felices, en parte, debido a una mayor sensación de control sobre la vida.
Estas nuevas conclusiones parten en cierto modo de uno de los primeros estudios que se hicieron sobre este tema. Es la conocida como Paradoja de Easterlin, una teoría presentada en 1974 precisamente por el profesor Richard Easterlin, quien entonces trabajaba en a Universidad del Sur de California. En su trabajo defendía que los países con ingresos medios más altos son, en general, más felices que los países con niveles de ingresos medios más bajos.
Mientras los ciudadanos tengan ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas, estarán contentos, pero el profesor Easterlin llegó a la conclusión de que en un momento dado, "la felicidad varía directamente con los ingresos entre y dentro de las naciones, pero con el tiempo la felicidad no tiende a aumentar a medida que los ingresos continúan creciendo". Es decir, la felicidad varía directamente con los ingresos, pero con el tiempo, la felicidad no aumenta cuando aumentan los ingresos de un país.
De acuerdo con este nuevo estudio eso no sería exactamente así, aunque sí hay un factor que cambia. Los investigadores han encontrado que el efecto emocional general de más dinero en una persona es pequeño en comparación con la felicidad que proporcionan otras circunstancias más simples, como el hecho de librar los dos días del fin de semana.