Llevaba trabajando más de 20 años en la misma empresa cuando justo hace un año Rafa (nombre ficticio, como todos los que aparecen en este reportaje), 51 años, madrileño, soltero y sin hijos, decidió que necesitaba un cambio. “Quería hacer un break para cambiar mi rutina, llevaba mucho tiempo haciendo lo mismo y estaba quemado. Necesitaba parar, salir de mi zona de confort, viajar fuera de España y cambiar de vida durante un tiempo limitado”, asegura.
Tras haber ahorrado durante cuatro años para poder disfrutar de este año sabático y acordar con su empresa una suspensión de sueldo y empleo, empezó su aventura. “Yo ya tenía una serie de planes sobre qué hacer, enfocados todos ellos al kitesurf, que es algo que me apasiona. Surgió, además, la posibilidad de realizar una serie de vídeos promocionales en cinco países sobre este deporte, lo que me servía de excusa para luego quedarme ahí más tiempo”, cuenta.
El caso de Rafa no es todavía muy frecuente en España, pero sí en los países anglosajones y nórdicos, donde los jóvenes suelen hacer un parón antes de comenzar la Universidad o ponerse a trabajar por primera vez. De hecho, en esos países incluir en el currículum esta experiencia es un plus más a la hora de buscar trabajo. El 88% de los españoles que se toma un año sabático tiene entre 18 y 35 años, según un estudio de hace unos años. La mayoría son solteros con recursos económicos.
“Mi año sabático ha sido pura improvisación”, asegura Rafa. “Estamos demasiado acostumbrados a vivir en una agenda constante, y para la cabeza no tener esa agenda cerrada es maravilloso. De repente, ya no tienes una obligación, te puedes dedicar a ti mismo. Al principio tardas en ver que no son vacaciones, pero al segundo mes entras en un estado que desconocías: cosas a las que te habías acostumbrado, como el dolor de espalda, ardor de estómago o dormir mal por el estrés, desaparecen”, señala.
En este último año Rafa ha estado en México, República Dominicana, Colombia, Argentina y Uruguay. Pero también se ha hecho una road trip por Francia, Italia, Cerdeña con una autocaravana. Su última parada ha sido Brasil.
Las razones para cambiar de aires por un tiempo son infinitas: viajar, aprender un idioma, conocer mundo, recargar pilas. “Lo mejor ha sido todo: los lugares y la gente que conoces. Hay muchísimas personas que viajan por el mundo: o se han tomado un año sabático o el teletrabajo se lo permite. En los hostels te encontrabas con ellos y, a veces, te juntabas con algunos para hacer alguna etapa del viaje”, señala. “Lo peor es el tema económico, pero ni siquiera es lo peor porque aprendes a que no necesitas realmente tanto. No puedes estar un año como si estuvieras de vacaciones, comiendo y cenando fuera, así que te regulas el dinero. De la estimación de gasto que me hice, me ha sobrado y todo”, reconoce.
Rafa ya ha vuelto al trabajo y le está costando. “Tengo la cabeza un poco desentrenada y necesito coger de nuevo el ritmo, pero supongo que me acostumbraré”, dice.
También Ricardo, 47 años, valenciano, soltero y sin hijos, se cogió cuatro meses sabáticos en 2021 después de tres años trabajando para la Administración. Al cesar en ese puesto pidió a la empresa para la que trabaja actualmente y con la que tenía una excedencia no incorporarse inmediatamente sino cuatro meses más tarde y se lo concedieron. “Tenía la cabeza como un tambor después de esos tres años, con una actividad muy intensa, sin haber podido desconectar en ningún momento y con un nivel de estrés y tensión muy importantes”, asegura. “Necesitaba parar, desconectar mentalmente y, con un poco de suerte, sacar alguna conclusión sobre hacia dónde quería encaminarme. El cambio de etapa coincidió con que un familiar recibía las llaves de una casa que se acababa de comprar en Ibiza, así que aproveché la oportunidad y me fui para allá”.
El recuerdo de Ricardo de esa etapa no puede ser mejor. “Fue como un regalo que me hice que me permitió disponer de mi tiempo como quise, un lujo que no tiene precio, aunque me lo pude permitir gracias a mis ahorros. Cada día improvisaba, no tenía ningún tipo de planificación. La rutina solía consistir en coger el coche de alquiler, ir a la playa que más me apeteciera, comer allí, leer, pasear y, cuando me cansaba, visitar algún pueblo de la isla. Me tenía que pellizcar cada día para creérmelo. Gracias al familiar con el que conviví esas semanas pude conocer a gente, asistir a fiestas y moverme bien por la isla. Desde allí hice algún viaje. Estuve en París, en Menorca y en Andalucía, siempre sin agenda e intentando mirar el móvil lo menos posible, aunque no siempre lo conseguía”.
El regreso a lo de siempre fue lo peor. La vuelta a la rutina fue difícil de gestionar. El bajón fue tremendo, pero a las dos semanas, confiesa, ya se había readaptado a la vida ordinaria. “La sensación de privilegio que tienes al no tener que ajustarte a horarios, prescindir de obligaciones y poder improvisar qué te apetece hacer cada día solo comporta ese mal menor: hay que volver”, asegura.
Los expertos recomiendan dejarlo todo bien atado para que el regreso, quizás, la parte más difícil de esta experiencia, sea lo menos traumático posible.
También Carlos, madrileño de 51 años, decidió hace cinco aparcar el empleo. Llevaba toda la vida trabajando en una gran firma a ritmo frenético. Aquello ya no le aportaba y, soltero y sin cargas familiares, decidió marcharse a una reserva natural en Argentina durante seis meses. “Fue muy duro porque las condiciones no eran las mejores, pero me sirvió para saber que quería darle un giro a mi vida y cambiar de sector radicalmente”, reconoce. A su vuelta, hizo un máster en cooperación internacional y, desde entonces, se dedica al mundo de las ONG. Su año sabático sirvió para dar un giro de 180 grados a su vida.