Seis años llevaba Claudio viviendo en China cuando en 2020 estalló la pandemia y decidió regresar a España. Economista, doctor en ingeniería y catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, Claudio F. González (Madrid, 1963) es estudioso y conocedor del gigante asiático. De él ya ha escrito un primer libro: El gran sueño de China. Tecno-socialismo y capitalismo de estado. De lo que está pasando en la segunda potencia mundial, de las protestas cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo, habla con NIUS en esta entrevista, antes de coger su próximo vuelo en el aeropuerto de Múnich. Lo hace días antes de regresar a Madrid para, en esta ocasión, dar una conferencia sobre diplomacia tecnológica, objeto de la cátedra Jean Monet de la Comisión Europea que le ha sido otorgada.
Pregunta: ¿Qué está pasando en China?
Respuesta: Pues una cosa muy simple y es que hay una parte de la población que está bastante cansada de unos confinamientos tan estrictos, arbitrarios y exagerados para intentar esquivar la covid-19. Hay que hacer cola para todo y cierran urbanizaciones enteras solo porque haya un positivo en todo un complejo residencial. Todo ello ha colmado la paciencia de la gente.
A esta tensión acumulada se han sumado además tragedias como la del autobús que se despeñó cuando iba a un hospital de cuarentenas o el incendio mortal en un edificio confinado. En China las personas son tan personas como nosotros. La sociedad civil está un poco más escondida, porque es un régimen autoritario, pero al final son humanos y no es cierto que estén dispuestos a sacrificarse por ciertas cosas, máxime cuando ahora están viendo el Mundial de fútbol y que allí absolutamente nadie lleva ya mascarilla.
P. ¿Y cómo han podido llevar a cabo estos confinamientos tan estrictos en un país de 1.400 millones de personas?
R. Gracias a su tradición comunista, existen todavía los comités vecinales. Una figura que en los últimos años ya no servía para nada salvo para amonestar a alguien que aparcaba mal o sacaba la basura sin seguir las normas, pero con la pandemia, estos comités han vuelto a cobrar importancia. Se han desplegado. Por cada conjunto de bloques hay un comité vecinal que vigila si se cumple el confinamiento. Sin estos comités habría sido imposible.
P. ¿Podría originar todo esto un nuevo Tiananmén?
R. Bueno, esto por el momento son protestas absolutamente minoritarias. Por mucho que se diga en Occidente, el país no se está levantando, en absoluto. Ni tan siquiera creo que vaya a pasar finalmente nada. Son cosas menores en un país de 1.400 millones de habitantes.
El régimen tiene infinitas formas de modular y controlar la situación. Es cierto que se encuentra un poco al límite por su deshumanización. Ese yo creo que es el mensaje que está de fondo. Es una sociedad terriblemente competitiva. Hay que competir para todo, incluso para una ducha en la universidad. Es complicado y, si encima le sigues añadiendo más presión, el sistema puede reventar por un exceso de deshumanización, así que sumando los problemas laborales o inmobiliarios, sí se puede decir que estas son las protestas más relevantes desde las revueltas de 1989. Aunque esto, sin ser matemáticas, ni yo analista, está lejos de ser un futuro Tiananmén.
P. ¿Qué piden los manifestantes, ayudas similares a los ERTE como hizo España, por ejemplo?
R. La situación en China es un poco más complicada. Simplificando un poco, hay como dos tipos de trabajadores: los de oficina y los de a pie de calle. Los empleos menos agradecidos, como el de la construcción, no lo desempeñan migrantes extranjeros, sino migrantes internos. Los trabajos más duros los hacen personas venidas del oeste más rural para construir edificios o barrer calles en las grandes urbes del este. Migrantes internos a los que el Gobierno no les da permiso de residencia, ni asistencia sanitaria ni educación para sus hijos. De esa manera se asegura que, una vez hecho el trabajo, no se van a quedar a vivir allí. Estas son las personas que se están viendo más damnificadas, porque se quedan atrapadas viviendo en barracones, sin poder salir, sin trabajar y sin cobrar en unas condiciones vitales que, en ocasiones, son una pesadilla. En China no existe un estado de bienestar como sí existe en España. China es una mezcla de país desarrollado con país en desarrollo.
P. De hecho, esta vez se han sumado los estudiantes. ¿Son protestas políticas o sociales?
R. Hay una mezcla. Algunos protestan por los derechos básicos, porque pasan hambre, no les pagan, se quieren ir a su casa y no les dejan. A ellos se les ha unido gente más joven, universitarios de Pekín o Sanghái que sí llevan a cabo protestas más sofisticadas contra el modelo chino. Son personas que sí saben lo que está ocurriendo fuera de sus fronteras, algo que en China es difícil ya que internet está bloqueado. Solo lo puede saber alguien que disponga de una VPN, una red privada virtual, que le permita saltarse la gran muralla china que hay en torno a la red. Esto está prohibido, pero con la gente universitaria que tiene que hacer trabajos, o con gente que ha viajado al extranjero, hacen un poco la vista gorda. De hecho, en las manifestaciones la policía empezó a pedir los móviles de los participantes para ver quién disponía de VPN. Saben que es por ahí por donde se cuela la información y en donde pueden ver que, mientras en el resto del mundo ya se han olvidado prácticamente de la pandemia, ellos siguen sufriendo sus consecuencias. En todo caso, es una minoría.
P. ¿Cómo aplican esta censura?
R. El sistema es un poco arbitrario y caprichoso en cuanto a qué se censura y a qué no, qué aplicaciones permite y cuáles no. Aunque una cosa es querer contralarlo todo y otra es conseguirlo. Ellos mismos necesitan algunas conexiones con el mundo exterior para saber lo que está pasando o incluso conocer la opinión de su población. El sistema necesita una forma lateral de conseguir esa información, por eso se permite cierta libertad, porque eso le ofrece datos para pulsar la situación y tomar decisiones. Si lo cortara de raíz, se arriesga a que se geste una revolución en la sombra sin que tenga margen para reaccionar. Es lo que está ocurriendo, por ejemplo, con la diplomacia de los conocidos como lobos guerreros. Ellos no permiten que se utilice Twitter, pero en cambio sí utilizan la plataforma para influir en la opinión pública exterior.
P. ¿Por qué maniobra así el Gobierno chino?
R. El régimen actual se empeña en dar una dialéctica de lucha porque piensa que vienen tiempos complicados y quiere preparar a la población para ello. Es la primera vez en la historia reciente en la que todos los miembros del Comité del Partido Comunista son personas de la confianza del presidente Xi Jinping. Antes por lo menos había un poco de equilibrio, pero ahora no hay representantes de otras corrientes y esto es un problema. No hay nadie que exprese una idea contraria o crítica. Es más, su segundo ahora, el premier chino elegido para su tercer mandato, es el secretario del partido en Sanghái, la persona que puso en marcha el durísimo confinamiento en esta ciudad de más de 28 millones de habitantes. Esto es un mensaje.
P. ¿Qué mensaje?
R. El confinamiento de Sanghái no se manejó bien, la gente ha sufrido mucho. El mensaje de fondo que se está dando con esto y con la modificación de la constitución para que Xi Jinping pudiera acceder a un tercer mandato es: todos detrás de mí, vienen tiempos duros, hace falta un liderago fuerte, yo soy ese líder fuerte y ahora hace falta que todos estemos unidos en una misma línea donde las discrepancias no tiene cabida.
P. Le formulo la misma pregunta que usted plantea en su libro El gran sueño de China: ¿es que no queremos convertirnos en mejores ciudadanos, disfrutar de un entorno más seguro y vivir en un mundo feliz?
R. Es muy tentadora la idea de que con el sacrificio de las libertades individuales se puede conseguir un beneficio para la sociedad, pero eso no es cierto porque, ¿quién decide qué es lo bueno para la sociedad? China está planteando cuestiones como esta, cuestiones muy complicadas, con ideas a veces tentadoras, y nosotros como europeos debemos estar preparados para contestarlas.
Si tú quieres ceder tus datos, que sea de forma altruista, no de forma obligada o porque el mercado los coja y haga negocio con ellos. China utiliza la tecnología sin límite en pro de la seguridad, plantea cuestiones que no son fáciles y que requieren respuestas muy inteligentes. Está intentando cambiar el concepto de derechos humanos, de forma que no sean universales, sino que dependan del contexto y de la cultura; y, por ejemplo, pueden alegar que ellos sí que cumplen con uno de los principios básicos que es que nadie sea pobre y pueda comer todos los días.
P. ¿Utiliza China la tecnología para implementar el socialismo?
R. Tal y como ellos se definen, el régimen chino es un socialismo con características chinas, lo que básicamente significa que hay alguien del partido que determina qué es lo mejor para la sociedad. Esto en la práctica se traduce en un capitalismo de estado que utiliza la tecnología para controlar a la población mezclando dos conceptos: conveniencia y control. Pekín considera que la sociedad tiene que elegir entre libertad y seguridad, dos conceptos que para la sociedad china no son compatibles, aunque para los europeos sí lo son.
P. Españoles que viven en China reconocen que tienen miedo a contar lo que está ocurriendo por miedo a represalias, ¿es su caso?
R. Bueno, yo ya no vivo en China y yo siempre he publicado informaciones objetivas, ni en contra ni a favor del régimen. No tengo miedo, pero sí me preocupa ver cómo el mundo se complica y aumenta el conflicto entre Estados Unidos y China. Hay intereses por ambos lados que están maniobrando para que el conflicto aumente, eso sí que da miedo. Por eso suelo decir que nos vendría de maravilla que el mundo estuviera gobernado por las mujeres durante una temporada larga o incluso muy larga, donde primara el cuidado y no la confrontación, porque este conflicto puede provocar una situación muy desagradable, como un divorcio donde haya que elegir: ¿tú con quién estás, con papá o con mamá, con China o con Estados Unidos?
P. ¿Cuál sería la respuesta? ¿Con quién está Europa?
R. Pues, en contra de lo que se pudiera pensar, no está tan claro que estemos con Estados Unidos. El chino no es nuestro modelo, pero tampoco lo es uno basado en el individualismo extremo como el de Elon Musk, en el que sea el mercado el que ponga las reglas. Desde luego, Europa está más cerca de Estados Unidos, pero aquí se sitúa en el centro la dignidad y la privacidad humana, no el mercado ni el partido.