El día en que Fran cumplió 18 años su madre le echó de casa por ser homosexual. "El maltrato psicológico era enorme. Me amenazaba, me insultaba, me imitaba para humillarme... Era horrible", recuerda aún con dolor.
El joven llegó a España desde Perú a los 15 años. Su madre había venido antes a trabajar dejándole en su país de origen, pero cuando se enteró de su orientación sexual decidió traérselo para "reeducarlo". "Esa reeducación se convirtió en un calvario para mi", relata. "Fueron tres años muy duros que empeoraron a medida que yo crecía e iba teniendo más amistades. Me tenía encerrado, prácticamente no me dejaba salir, y cuando lo lograba sabía que quizá no me dejara entrar de vuelta. Me tuve que ir muchas veces a dormir a casas de amigos", lamenta.
"Mi único delito era ser gay", dice con resignación. "Era chocante porque a mi hermano pequeño, como era hetero, no le ponía ninguna restricción. Podía salir cuando le apetecía y no le preguntaba ni a dónde ni con quién iba, ni siquiera tenía hora de regreso. Conmigo era mucho más estricta. Se obsesionó", reconoce.
Con las maletas en la calle y sin forma de mantenerse Fran acudió en busca de ayuda. "Estuve dos meses en un piso con personas en riesgo de exclusión porque en ese momento no había ningún lugar específico de acogida para el colectivo LGTBI", detalla. "Conviví con personas mayores que mostraban cierta homofobia, así que no descubrí en ningún momento mi condición sexual. Después de lo que había vivido con mi madre me sentía muy vulnerable", avanza. "Entonces me informaron de que se acababa de poner en marcha un piso de acogida para gays, lesbianas y trans que estaban en la calle por su orientación sexual y me fui allí de cabeza", recuerda.
Fran fue uno de los primeros chicos a los que la Fundación Eddy-g ayudó. "Cuando entré era una persona muy cerrada, muy desconfiada, pero gracias a los voluntarios, a la ayuda psicológica que me brindaron, a que me dieron un techo y me mantuvieron, a que me ayudaron a encontrar trabajo pude salir adelante", dice con emoción.
"Recuerdo a un Fran asustado", comenta Emeterio, uno de los fundadores de Eddy. "Él y la mayoría llegan como pajaritos heridos pero salen casi como halcones porque han logrado recuperarse". "Nuestro objetivo al poner en marcha la Fundación era darles el lugar, el espacio y la ayuda apropiada para salir del hoyo en el que muchos están, conseguir que sobrevivan a una realidad que puede ser difícil de creer en el s.XXI, pero que desgraciadamente existe", asegura.
Emeterio y su pareja, Fernando, que trabajaban en el mundo de la aviación y ahora están jubilados, pusieron en marcha este proyecto social hace poco más de seis años. "La vida nos ha ido bien y quisimos devolverlo de alguna forma", indica. "Nosotros habíamos sufrido por ser gays y lamentablemente vimos que todavía había personas, muchas jóvenes, que seguían padeciendo en esta sociedad por su condición sexual, simplemente por ser gays, lesbianas o transexuales. Y se nos ocurrió crear unos lugares seguros, donde se sintieran a salvo si se escapaban de sus casas o les echaban sus familias", avanza.
Fueron pioneros en España. Empezaron con un piso de 8 plazas que tenían en propiedad y dos años más tarde, durante la alcaldía de Manuela Carmena, el Ayuntamiento les cedió otro, en este caso para cuatro personas. "Dos pisos por los que ya han pasado 126 personas a las que hemos podido ayudar. Es muy gratificante", apunta Emeterio.
Fran fue uno de ellos. "Yo les estoy infinitamente agradecido. A mi me cambió la vida a mejor en todos los sentidos", explica. "Pasar de un ambiente tan represivo y autoritario como el que yo vivía a otro donde puedes sentirte libre, donde conoces a otra gente que está pasando por situaciones similares a la tuya, donde puedes hablar libremente de tus vivencias y de tu sexualidad, para mi fue un cambio radical", asegura. "Fue como si renaciera". "Es sorprendente como poco a poco vuelven a ser ellos y recuperan la sonrisa", añade Emeterio.
La Fundación se financia con donaciones de sus creadores y alguna ajena y funciona gracias a la entrega de Emeterio y Fernado y "al trabajo de cerca de una treintena de voluntarios, desde psicólogos hasta expertos en temas laborales que asesoran a los chicos y chicas que llegan hasta aquí", explican.
"Solo acogemos a jóvenes mayores de edad, porque de los menores, según la Ley, solo se pueden hacer cargo los Servicios Sociales", detalla Emeterio. "En general tenemos a jóvenes de entre 18 y 30 años que siguen siendo víctimas de sus familias. Hay chicos y chicas indistintamente. Gays, lesbianas y transexuales femeninos y masculinos, también algún caso de violencia intragénero, y después personas que vienen de otros países donde pertenercer al colectivo LGTBI está penado con cárcel e incluso con la muerte", aclara.
"Cuando se escapan o les echan de sus casas llegan a nuestros pisos con una mano delante y otra detrás. Sin ningunga capacidad de poder tener un lugar donde vivir, donde estar tranquilos y donde comenzar a rehacer sus vidas. Nosotros les ayudamos a conseguirlo".
Un año es el tiempo máximo que pueden pasar en el piso. "Ese es el tope. Luego varía según el caso, según lo que cada persona necesite. A veces son unas semanas, otras unos meses, en ocasiones el año entero. Una vez que ya se van recuperando, que van encontrando trabajo, que van teniendo su plan de ahorro, que se van sitiendo fuertes para enfrentarse al mundo salen para dejar la plaza a otras personas".
"Siempre tenemos lista de espera. La cantidad de personas que tienen esta necesidad en nuestro país es muy alta. Siempre tenemos los pisos completos", cuenta Emeterio. "Yo diría que ni siquiera una noche se queda una cama libre. Cuando sale alguien siempre hay otro u otra que entra", destaca. "Es increíble que todavía estas cosas pasen en países donde creemos que ya los derechos humanos están por encima de todo".
Ya no son los únicos que realizan esta labor social en nuestro país. "Ya hay más onegés y asociaciones que acogen a estas personas, pero no son suficientes. Cuando pusimos la Fundación en marcha pensamos que nuestra ayuda se limitaría a casos aislados, pero la realidad nos dio una bofetada en la cara", reconoce. "Sería necesario aprobar un protocolo para atender a las víctimas de la violencia motivada por la orientación sexual", indica. "Cuando estas personas no consiguen entrar en pisos como los nuestros se ven abocados a situaciones extremas, sin una mínima seguridad que les permita seguir con su vida anterior y pueden acabar excluidos socialmente", denuncia.
Fran lo confirma. "Cuando mi madre me echó a la calle por ser gay pensaba que era porque provenía de un país donde aún la homosexualidad está mal vista, pero luego he ido conociendo casos y me he dado cuenta de que en España hay muchísima discriminación en las familias por la condición sexual, sobre todo de padres a hijos. Es muy común, más de lo que se piensa. Lo cual es bastante triste y te hace ver que todavía queda mucho por lo que luchar y que la labor de fundaciones como Eddy-g es muy necesaria".
Cuenta Fran que aunque ya hace cinco años que dejó el piso de la fundación Eddy aún sigue en contacto con los compañeros y compañeras con los que convivió y también con los voluntarios de la Fundación. "Siento que son mi familia. Cuando llegamos allí no tenemos lazos de sangre porque nos los han cortado, así que formamos de algún modo una nueva familia. La familia elegida la llamamos", explica.
"Tenemos un grupo de WhatsApp que se llama Familia Eddy que lo crearon ellos, las personas que salieron de los pisos en estos seis años y medio. El nombre del grupo creo que lo dice todo. Familia. Eso es lo que somos", asegura Emeterio. "Algunos de los que se fueron cuando tienen una necesidad nos siguen pidiendo ayuda. Otros se han convertido en voluntarios maravillosos, otros hasta en donantes. Es un grupo de solidaridad muy hermoso".
"Yo ahora tengo un buen trabajo. Soy desarrollador de páginas web. Trabajo en el sector informático y me va bien", dice Fran. "Pero cuando les he necesitado por algo siempre me han respaldado. Por ejemplo en la pandemia, que me quedé sin empleo y estaba agobiado, me echaron una mano. Eso no tiene precio, por eso digo que son como mi familia. Siempre que los he necesitado han estado a mi lado ¿No es eso lo que hacen las familias?.
"Nosotros no hemos tenido niños", dice Emeterio. "Ahora tenemos un montón de chicos y chicas de las que ocuparnos. No podemos estar más encantados de hacer esto y de ayudar de esta manera. Aunque ojalá algún día no necesitemos existir", concluye.