En la España vaciada, en medio de las políticas de recuperación del medio rural, llama la atención el caso de Fraguas, en Guadalajara. El minúsculo pueblo, de poco más de 20 casas, una iglesia y un cementerio, fue expropiado por el régimen franquista a finales de los años 60 y destruido en maniobras militares de los 90. Pero en la primavera de 2013, un grupo de personas vio en las ruinas de este enclave del parque natural de la Sierra Norte de Guadalajara un lugar con potencial para vivir en comunidad, de forma "autosuficiente, con autogestión, autogobierno y en equilibrio con el medio natural".
Un "proyecto de okupación rural", tal y como explica la asociación Fraguas revive, que no gustó nada a la Junta de Castilla-La Mancha. La Administración, primero en manos del PP y ahora del PSOE, llevó el asunto a los tribunales, acusando a los moradores de un delito de usurpación de monte público y contra la ordenación del territorio. La causa sigue en manos de la justicia que, por el momento, ha dado la razón a la Junta. "Las nuevas construcciones que se edificaron en Fraguas son ilegales por incumplir la normativa urbanística al encontrarse en un monte de dominio público protegido y en un espacio de Parque Natural, lo que impide urbanizarlo y habitarlo", explican a NIUS fuentes de la delegación de la Consejería de Desarrollo Sostenible de Guadalajara de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
Hoy por hoy, Fraguas está condenado a morir por tercera vez y a los conocidos como "los seis de Fraguas" se les agota el tiempo. Si no pagan 110.000 euros por el derribo de las casas reconstruidas, deberán entrar en prisión. En esta cuenta atrás está también Andrea Martín, de 23 años. Ella no es una de los seis encausadas, aunque vive el asunto como si lo fuera, porque lo que está en juego, explica a NIUS, es también su proyecto de vida. La joven estaba estudiando en Madrid y con la pandemia decidió trasladarse a Fraguas. Allí sobrevivió a Filomena. Estuvo tres semanas aislada, aunque sin problemas, porque siempre hay una "buena despensa". Así que lo más difícil de estos dos años para Andrea, lo que más le preocupa, asegura, es que un día llegue la temida demolición.
Una destrucción a ras de suelo no solo de las viviendas, sino del modo de vida de sus 10 habitantes. “Aquí han llegado a residir unas 50 personas -cuenta-, pero ahora estamos 10". Siete chicos y tres chicas que, en contra de lo que algunos podrían pensar, dejan nada, o casi nada, a la improvisación. "Yo me levanto a las 7:30-8 de la mañana, me preparo el café, me doy una vuelta por el pueblo para ver que todo está bien, que los corzos no han hecho de las suyas y que las gallinas están vivas. Después, normalmente, me dedico a los trabajos en común: la huerta, el mantenimiento de la casa, las instalaciones, revisar que el agua y las placas solares están bien, hacer la comida, coger leña, limpiar... gestiones varias". Es por las tardes cuando hay tiempo para cada una y cuando Andrea puede aprovechar para estudiar.
Ante una eventual emergencia médica también están "muy preparados". Hicieron un curso de primeros auxilios y siempre hay un coche disponible para llevarles al centro de salud más cercano, en Cogolludo, a unos 30 minutos por pista forestal y carretera. La localidad está a una hora en coche de Guadalajara y a una hora cuarenta minutos de Madrid.
En Fraguas todas las puertas están abiertas, salvo en los espacios individuales. La mayoría de las comidas y de los trabajos se hacen en común. Andrea, por ejemplo, puede teletrabajar, mientras sigue cursando sus estudios de ingeniería de software. También hay gente que sale a trabajar fuera por temporadas, en la vendimia, por ejemplo. La forma de organizarse es asamblearia. "Intentamos ser lo más horizontales posibles en la toma de decisiones o en la organización. Luego hay gente que elige vivir más en comunidad y otra que participa menos. También hay parejas”, explica Andrea.
A nivel de recursos energéticos, se autogestionan con placa solares y baterías y el agua la cogen del antiguo manantial del pueblo. Tienen huerta y los productos que no elaboran ellos, como harina o aceite, los adquieren en los pueblos de alrededor, Cogolludo, Arbancón, Jadraque… La relación con los vecinos de Monasterio, el municipio al que pertenece Fraguas, no es todo lo buena que les gustaría, reconocen, aunque con los pueblos de alrededor "la relación, en general, es buena". “Al principio pensaron que no íbamos a durar ni dos meses, pero ahora que ven que hemos venido a trabajar y a vivir de la tierra, están como encantados”.
Andrea es natural de Bohoyo, un pueblo de Ávila con menos de 250 habitantes. Sabe lo que es la vida rural, aunque, reconoce que en Fraguas a veces “te supera” que se vaya la luz o el agua, o todo a la vez. “Llegas aquí y no tienes ni idea de cómo funciona una placa solar o un generador… todo eso lo tienes que aprender y si no tienes paciencia, y sobre todo ganas, te puede sobrepasar un poco, aunque se vive con una calidad de vida buenísima”, subraya. "El modo asambleario y comunitario puede parecer una locura, pero realmente funciona, porque cuando incluyes a las personas y estas ven que son capaces de tomar decisiones y todas de la misma manera, al final la gente quiere que las cosas funcionen. Obviamente hay conflictos, a veces difíciles de gestionar, pero no necesitamos unos jefes para resolverlos".
Quizás eso es, según Andrea, lo que le da miedo a la Junta de Castilla-La Mancha, que Fraguas dé ejemplo y tenga efecto llamada, porque en la Sierra Norte de Guadalajara hay cerca de 20 pueblos como Fraguas, "abandonados, bombardeados y en ruinas". Hace dos años, el Gobierno autonómico anunció una reclasificación de terrenos y albergaron la esperanza de que Fraguas estuviera entre ellos, pero no. "Lo que hicieron fue reclasificar terrenos para hacer de lo rural una explotación turística inagotable, no les interesa para nada que haya gente como nosotros", lamenta.
Una apreciación que coincide con la de Ecologistas en Acción de Guadalajara. La asociación intentó mediar para que les dejaran estar Fraguas, pero "desde el primer momento no ha habido voluntad", asegura Alberto Mayor a NIUS. "¿Si hubieran sido otras personas, si hubieran querido montar un espacio cinegético o un parque temático, la Junta les habría dicho que no?, lo dudo", considera el portavoz de los ecologistas. "Tal y como está la España rural es interesante que haya iniciativas de este tipo, que atraigan población aunque sea en espacios naturales protegidos, sobre todo teniendo en cuenta que Fraguas se encuentra en un pinar de repoblación, una zona donde estuvieron los viveros del ICONA, y que ahora está totalmente degradada", recuerda Alberto. "Aquí hay una ofensiva clara contra la okupación y quieren pasar el rodillo para que esto no sirva de precedente, este sistema antisistema no interesa para nada a la Administración".
Pero, tal y como explican desde la Junta de Castilla-La Mancha a NIUS, "permitir que sea urbanizable un espacio natural protegido como alguna vez se ha comentado, no es posible porque sería inducir a cometer una ilegalidad, además de una injusticia social, puesto que no se puede promover que un espacio que es para uso y disfrute de toda la ciudadanía, sea adjudicado para uso y disfrute de una minoría que lo ha usurpado y modificado ilegalmente como dice la sentencia del Juzgado".
El Gobierno autonómico, aseguran fuentes de la Consejería de Desarrollo Sostenible de Guadalajara, "se toma muy en serio la lucha contra la despoblación tanto en la Sierra Norte de Guadalajara, como en el resto de la región" y por ello, recuerdan, ha impulsado la Ley contra la Despoblación. La norma, indican, "ofrece a todos aquellos que quieran habitar en su entorno cumpliendo con la legalidad importantes incentivos y servicios", pero esta circunstancia "no tiene nada que ver con usurpar un monte público protegido modificando su ordenación y construyendo ilegalmente sobre su patrimonio de gran valor cultural y arqueológico".
A todos los que hoy están en Fraguas, asegura Andrea, les gustaría quedarse y proyectarse muchísimo más de lo que lo están haciendo, aunque no pueden hacerse ilusiones ni planes de futuro porque "mañana mismo puede llegar una carta y decirnos que ya está”. En todo caso, lo que la joven tiene claro ahora es que su vida, incluso, llegado el momento, su futura maternidad, pasará por un proyecto similar al de Fraguas: en un entorno rural y de la forma más autogestionada posible. Lo que no tendría "ni de broma", asegura a NIUS, es un hijo en la ciudad.
En otras comunidades autónomas, como en Sieso de Jaca (Aragón) o en Arizkuren (Navarra), viven familias, madres y padres con niños. Son mucho más permisivos, considera Andrea, porque se han dado cuenta de que es una manera de dar vida a pueblos deshabitados. "Cuando se quiere, se puede. Cuando no se puede es cuando te ponen tantas trabas y problemas que te vacían de ilusión", lamenta.
Andrea y los "seis de Fraguas" no están solos. Su causa ha tenido repercusión internacional y cuenta con el apoyo de los ecologistas y de numerosas asociaciones y personas como Rafa o Isidro. Ambos nacieron, crecieron y vivieron en Fraguas hasta que el pueblo fue vendido, hace ahora más de 60 años. Hoy ven en esta iniciativa la posibilidad de recuperar una historia que, denuncian, las instituciones han tratado de destruir durante décadas, entrerrándola entre zarzas y maleza.