Julio Ruiz es uno de los médicos del Summa 112 que atendió a los pasajeros del accidentado avión de Spanair en las inmediaciones del aeropuerto de Barajas. Salvó la vida a dos de los dieciocho supervivientes del accidente, pero semanas después, como muchos de sus compañeros, empezó a revivir las escenas de terror en sus pesadillas.
Junto a él, Felipe Lordén, técnico en emergencias; Gema Rodríguez, enfermera; y Marta Calderón, psicóloga del Summa, se sinceran en una entrevista con Efe para contar la otra realidad de su trabajo salvando vidas, la de la gestión emocional de las intervenciones más "traumáticas".
Muertes violentas, suicidios de jóvenes, accidentes de tráfico que resquebrajan familias y tragedias de menores. Esas son las respuestas que se repiten al preguntar a estos profesionales por los sucesos que suelen reproducirse en sus cabezas tras ser testigos directos.
"La vida y el trabajo se mezclan en algunos de los avisos", asevera Julio, quien coincide con sus compañeros en que la "empatía" y las emociones brotan después de la atención de avisos y pacientes que les hacen recordar a los suyos.
Algunos de estos técnicos en emergencias tienen más de 20 años de experiencia a sus espaldas, un tiempo en el que, como explica Gema, han ido construyendo un "caparazón" que no les blinda del impacto emocional -porque "a eso no se aprende"-, pero sí les ayuda a gestionarlo.
Según describe la psicóloga clínica del Summa 112 Marta Calderón, existen dos tipos de consecuencias en la salud mental de los facultativos: trastornos como el estrés postraumático y, por otro lado, el llamado "síndrome por empatía".
Los primeros pueden aparecer después de experimentar o presenciar alguna situación aterradora, como la que vivieron en primera persona los profesionales de emergencias que se dejaron la piel en el rescate de los pasajeros del vuelo JK5022 de Spanair aquel 20 de agosto de 2008 en Barajas.
Tras unas durísimas horas de trabajo, Julio, médico del Summa, volvió a su casa sintiéndose "fuerte" por haber salvado la vida a dos personas. "Pensé más en ellas que en los fallecidos" -154 en total-, recuerda.
Sin embargo, sus ojos habían sido testigos de escenas propias de una "guerra", lo que le pasó factura semanas después, cuando esas imágenes, especialmente las de los niños por los que nada pudo hacer, resurgieron en sus pesadillas.
Su compañero Felipe Lordén, técnico en emergencias, sufrió el "síndrome de la empatía" hace unos años, cuando vivió una pérdida personal que amenazó con incapacitarle en su vida laboral.
Tras pasar las últimas horas de la vida de un familiar acompañándole junto a una cama en un hospital de Madrid, cada vez que dejaba en el mismo lugar a alguno de sus pacientes no podía evitar derrumbarse: "Tenía pánico a volver".
Tanto Julio como Felipe dieron el paso de solicitar la ayuda del equipo de psicólogos clínicos del Summa 112 que desde hace tres años ofrece su atención a pacientes, familiares y a los propios facultativos de emergencias.
Marta Calderón es una de las profesionales que están ahí donde más se las necesita, a escasos centímetros de familiares y allegados en los instantes más difíciles de sus vidas, casi siempre "acompañando", dando su mano y respetando el silencio porque "a veces no hay nada que decir".
Cuando finaliza la intervención, comenta, es el momento de estar pendiente de los técnicos, enfermeros y médicos que durante el aviso se han esmerado en hacer todo lo posible por los pacientes y no han reparado en el impacto emocional que pueden sufrir.
Alguno de los facultativos ha podido quedarse inquieto o insatisfecho con su actuación en lo profesional, o bien la historia detrás de la intervención ya ha agrietado su particular caparazón, por lo que cada miembro del equipo se abre en canal frente a sus compañeros antes del siguiente aviso.
Esa reunión, a la que en el Summa 112 llaman "briefing", es la mejor "terapia" porque solo el equipo conoce a la perfección lo que se esconde detrás de cada atención, así como las fortalezas y debilidades de cada uno de los compañeros, subraya Marta.
Pero esa conversación a veces no es suficiente. Entonces es el momento de atreverse a derribar el prejuicio de la frialdad que aún acompaña a los profesionales de emergencias, para así reconstruir mediante terapia ese caparazón que les permite continuar salvando vidas.