La última vez que Miguel Ángel vio a su padre con vida fue la mañana del viernes. Eran las 7:30 y apenas cruzaron unas breves palabras para comentar, precisamente, el calor que habían pasado durante la noche en su piso de Orcasitas, en Usera, distrito del sur de Madrid. Fue el 15 de julio, el día de su aniversario de bodas. 22 años llevaba José Antonio González Paredes (Medina de las Torres, Badajoz, 1962) casado con Mari Ángeles, la madre de sus dos hijos. Miguel Ángel, de 21 años, y Laura, de 19. No hubo celebración.
Cuando José Antonio cerró la puerta de su casa para ir a barrer las calles de Madrid comenzó la cuenta atrás de sus últimas veces. Había cambiado el turno a un compañero de trabajo a pesar de que sabía que por la tarde hacía más calor, incluso, que por la mañana. Era consciente de lo que podía ocurrir, ya se había quejado en más de una ocasión del agobio que pasaba barriendo a más de 40 grados. De hecho, días antes de su muerte buscó en Google los síntomas de un golpe de calor, descubrió después su familia revisando el historial de navegación. Pero a pesar de todo, José Antonio no dudó en cambiar el turno. Quería quedar bien con sus compañeros y con la empresa que, a sus 60 años, le había devuelto a la vida laboral. Una trayectoria dedicada mayormente a la fruta y marcada por las distintas crisis.
José Antonio, el menor de cinco hermanos, emigró con su familia de Extremadura a Madrid para trabajar. Él empezó a hacerlo en Aluche, en la frutería Los Toledanos. Allí estuvo años como empleado hasta que se quedó con el negocio, cambiándole de nombre. La llamó Frutería Miguel y Laura, como sus hijos. Pero llegó la crisis y el negocio no fue bien, así que José Antonio cerró la tienda y aceptó una oferta para trabajar en una cadena de supermercados. Tras varios años en el sector, enlazando contratos en distintas empresas, José Antonio fue despedido. Un despido que fue declarado improcedente. Desde entonces, ya no volvió a encontrar empleo de frutero, cuenta su primogénito. Años difíciles hasta que llegó el empleo de barrendero para Urbaser, una de las subcontratas encargadas de la limpieza de las calles de la capital madrileña.
Hace unos meses, comenzó trabajando los fines de semana con la expectativa de poder volver en verano. Y así fue. Regresó el pasado 1 de julio, con un contrato de un mes para barrer por las mañanas, aunque José Antonio estaba contento y quería demostrar que valía para esto, relata su hijo, así que no dudó en hacer jornadas extra durante la semana del Orgullo o cambiar el turno a un compañero, aún sabiendo que por las tardes se pasaba más calor y que las temperaturas eran “criminales”. “Estaba dispuesto a todo para demostrar que era capaz de sacarnos adelante, de hecho, el miércoles -recuerda Miguel Ángel- ya le costaba hablar cuando llegó a casa, del calor que había pasado”.
El viernes fue aún peor. Minutos después de las 5 de la tarde, con cerca de 40 grados, José Antonio cayó inconsciente en el suelo tras estar casi tres horas limpiando las calles del Puente de Vallecas. Los esfuerzos de los servicios de emergencia fueron baldíos. Su cuerpo había alcanzado los 41,6 grados de temperatura y no volvió a recuperar la consciencia. Murió el sábado en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid. El domingo fue incinerado. “Yo estoy convencido de que hasta que no perdió la consciencia no dejó de trabajar pensando en que si no podrían echarle, porque por desgracia ya lo había vivido cuando le despidieron de forma improcedente”, cuenta su hijo mayor a NIUS.
Hoy su familia: su mujer, trabajadora en una escuela infantil; su hijo, opositor a policía nacional; y su hija, estudiante de educación infantil, no encuentra explicación alguna para entender por qué una persona con 60 años tiene que demostrar laboralmente nada y poner en riesgo su vida para mantener el puesto de trabajo. “Hizo todo lo que estaba en su mano para demostrar que podía, que valía para un trabajo muy duro”. Ello a pesar de tener unas condiciones de trabajo “ilógicas”, asegura su hijo. “Estaba barriendo con 42 grados, solo, en la calle, rodeado de asfalto y con una vestimenta que aumenta el calor corporal…”, lamenta Miguel Ángel.
Unas condiciones que han llevado a la familia a querer denunciar la situación. “Mi padre merece justicia, él no regresó a casa, ya no podrá volver a pintar o disfrutar con la música de Queen, y queremos evitar que a otros les ocurra lo mismo”, exclama su vástago. De José Antonio González Paredes queda ahora su legado. Su figura como padre, como esposo, como hombre sociable, “buen compañero", y también como el barrendero de Madrid que falleció tras un golpe de calor a los 60 años con un contrato de un mes.
Una tragedia anunciada que la familia espera que sirva como "punto de inflexión" no solo para mejorar las condiciones de los servicios de limpieza, sino también las de policías, de repartidores..., de todos aquellos que trabajan en la calle con "vestimenta inapropiada". Es momento, clama Miguel Ángel, para que tanto la empresa como la clase política "asuman sus responsabilidades y para que cambien también las condiciones laborales".