A medida que la amenaza que representan esas formas de vida primitivas y diminutas llamadas virus se hace cada vez más fuerte, los científicos se apresuran a intentar averiguar por qué algunos de ellos desaparecen, mientras que otros pueden persistir y causar enfermedades durante siglos. Uno de los virus más recientes en desaparecer fue el denominado Síndrome respiratorio agudo grave (SARS).
Los primeros casos de SARS ocurrieron en Guangdong, en 2003, una provincia costera del sureste de China conocida por sus numerosos restaurantes que sirven carnes exóticas, rememora BBC. En ese momento, los mercados húmedos locales estaban llenos de mapaches, tejones, civetas de palma, palomas, conejos, faisanes, ciervos y serpientes, que a menudo se despachaban en el lugar, a escasos metros de donde comía la gente. Era común encontrar tirados animales decapitados y destripados. Incluso en los primeros días de la epidemia, ya estaba claro cómo había surgido el SARS. Dos años después, el virus había infectado al menos a 8096 personas, 774 de las cuales murieron. Pero podría haber sido mucho peor.
El SARS tenía muchas de las cualidades necesarias para dominar el mundo: era un virus de ARN, lo que significa que podía evolucionar rápidamente, y se propagaba a través de gotitas expulsadas al respirar, que son difíciles de evitar. En ese momento, a muchos expertos les preocupaba que el virus pudiera causar una devastación al mismo nivel que la crisis del VIH, o la pandemia de gripe de 1918, que infectó a un tercio de la población mundial y mató a 50 millones de personas.
Lo que ocurrió, sin embargo, fue que el SARS desapareció abruptamente. En enero de 2004 solo había unos pocos casos y, a finales de mes, se anunció la última sospecha de infección natural. Curiosamente, mientras que el término "paciente cero" describe a la primera persona conocida infectada con un virus, no existe una etiqueta equivalente para la última persona que lo contraiga. Si la hubiera, se aplicaría a un hombre de 40 años de apellido Liu de la ciudad sureña de Guangzhou.
En pocas palabras, tuvimos suerte. Según Sarah Cobey, epidemióloga de la Universidad de Chicago, el SARS fue llevado a la extinción por una combinación de sofisticado rastreo de contactos y las peculiaridades del propio virus. Cuando los pacientes con SARS se enfermaron, se enfermaron gravemente. El virus tenía una tasa de letalidad asombrosamente alta (casi uno de cada cinco pacientes murió), pero esto significaba que era relativamente fácil identificar a los infectados y ponerlos en cuarentena.
No hubo propagación adicional de personas asintomáticas y, como beneficio extra, el virus tardaba un tiempo relativamente largo en incubarse antes de volverse contagioso, lo que les dio a los rastreadores de contactos más tiempo para encontrar a cualquier persona que pudiera estar infectada antes de que pudieran transmitir el virus.
Desafortunadamente, esta situación es extremadamente inusual. Aparte del SARS, solo otros dos virus se han extinguido a propósito: la viruela y la peste bovina, que afecta al ganado. "No es algo trivial", dice Stanley Perlman, microbiólogo de la Universidad de Iowa. "Es realmente muy difícil cuando se trata de un virus que está bien adaptado".
La guerra contra estos dos virus se ganó utilizando vacunas, que también están destinadas a eliminar la poliomielitis (los casos han disminuido en un 99% desde la década de 1980) y posiblemente, el sarampión, aunque recientemente estos esfuerzos se han visto retrasados por la guerra, el movimiento antivacunas y el covid-19.
Entonces, ¿qué pasa con los otros virus que han afectado a la humanidad en los últimos años, como el ébola o la gripe porcina? Desafortunadamente, es poco probable que algunos virus lleguen a extinguirse, porque no somos su único anfitrión.
En los seres humanos, los brotes de ébola terminan recurrentemente. Ha habido al menos 26 en África desde que se descubrió el virus en 1976, y estos son solo los que causaron suficientes casos como para que las autoridades sanitarias intervinieran. Estos brotes suelen ocurrir cuando el virus salta de un animal, generalmente un murciélago, a un humano, que luego infecta a otros humanos. Mientras haya murciélagos, el virus siempre puede estar entre nosotros.
En Guinea, en África occidental, un análisis de Emma Glennon y sus colegas de la Universidad de Cambridge descubrió que es probable que tipos sutilmente diferentes de ébola hayan saltado de un animal a una persona aproximadamente 118 veces distintas, a menudo, sin que nadie se diera cuenta. De hecho, la cantidad de variación genética entre las cepas responsables de diferentes brotes sugiere que estos eventos de "derrame" son alarmantemente comunes.
Aunque el décimo brote de ébola que ha afectado a la República Democrática del Congo se declaró oficialmente terminado el 25 de junio de este año, y no hay evidencia de que la cepa que lo causó haya persistido en los seres humanos, para entonces ya había comenzado otro. El undécimo brote se limita actualmente al noroeste del país y se cree que es causado por un nuevo tipo de ébola, que se adquirió de un animal completamente independiente de todos los demás. Esto significa que la única forma de llevar el virus a la extinción es eliminarlo en la naturaleza, lo cual es una tarea casi imposible.
De manera similar, se cree que el MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio), que llegó a los titulares mundiales en 2012, cuando surgió por primera vez después de infectar a los humanos a partir de camellos, se ha trasladado a las personas en cientos de ocasiones distintas desde entonces.
"El SARS se fue porque no hay otro anfitrión obvio", dice Perlman. Se cree que el SARS dio el salto a los humanos a través de una civeta de palma, un mamífero de la selva que habita en los árboles y que se considera un manjar en China. Perlman señala que el virus no podía simplemente replegarse a esta especie, porque no suelen estar infectados: el animal que transmitió el virus a un humano fue probablemente uno de los pocos que se infectaron y puede haberlo contraído directamente de un murciélago.
No se puede decir lo mismo del covid-19, que nuevamente, se cree que originalmente perteneció a los murciélagos, antes de pasar brevemente a otro animal, posiblemente pangolines, y finalmente a los humanos. "Con el covid-19, el depósito ahora somos nosotros", dice Perlman. De hecho, se ha convertido en un virus humano, tanto, que los científicos han comenzado a preguntarse si se propagará al revés, de los humanos a la vida silvestre, en una especie de "derrame inverso", por así decirlo. Esto dificultaría aún más su eliminación.
Esto nos lleva a otro posible escenario, que involucra virus que existen continuamente en las personas. Si bien pueden estar con nuestra especie para siempre, resulta que los linajes individuales de los virus se desvanecen con mucha regularidad.
Tomemos como ejemplo la gripe, de la cual hay dos tipos principales. En primer lugar, está la influenza A, que infecta a muchos otros animales además de los seres humanos, en su mayoría aves acuáticas, desde patos y gansos hasta animales salvajes antárticos poco comunes, como el petrel gigante, pero siempre nos acompaña de una forma u otra. Este tipo de gripe es responsable de la mayoría de los casos de gripe estacional y también causa pandemias.
Luego está la influenza B, que solo infecta a los humanos y, curiosamente, a las focas, y nunca causa pandemias. Durante años, se pensó que las cepas de influenza A con las que vivimos evolucionan constantemente para poder infectarnos mejor. Pero las últimas investigaciones científicas muestran que este no es el caso.Resulta que cualquiera que muriera antes de 1893 nunca se habrá infectado con ninguna de las cepas de influenza A que existen en la actualidad. Eso se debe a que todos los virus de la gripe que existieron en los seres humanos hasta hace unos 120 años se han extinguido.
La cepa que causó la pandemia de 1918 también desapareció, al igual que la que provocó el brote de gripe aviar de 1957, que mató a cerca de 116.000 personas en EEUU, y el tipo de gripe que circulaba en 2009, antes de que surgiera la gripe porcina.
Las cepas de gripe establecidas tienden a seguir evolucionando por muchos caminos diferentes, luego la gran mayoría se extinguirá abruptamente. Cada pocas décadas, un nuevo tipo de gripe evolucionará para reemplazarlos, generalmente a partir de una combinación de virus de la gripe antiguos y nuevos, provenientes de animales.
Curiosamente, en lugar de adaptarse a los seres humanos con el tiempo, parece que el H1N1, el tipo de gripe que causó la pandemia de 1918 y la gripe porcina, y que ahora ha desaparecido, ha ido acumulando silenciosamente mutaciones que eran inútiles o incluso dañinas para su propia supervivencia.
Algunos científicos sugieren que acelerar este proceso podría permitirnos utilizar la rápida evolución de los virus humanos endémicos en nuestro beneficio. La idea ha existido durante un tiempo como una forma de deshacernos de la gripe y los resfriados, pero recientemente también se sugirió como un método para combatir el covid-19.
El plan se enfoca en la biología de los "virus de ARN", un grupo que incluye muchos de los patógenos más intratables de la humanidad, incluidos el VIH, la gripe, los coronavirus y el ébola. Su material genético está hecho de ARN en lugar de ADN, lo que significa que cuando secuestran la maquinaria de su anfitrión para copiarse a sí mismos, no incluyen un paso de "revisión" en el que verifican si hay errores.
Por lo general, se considera que esto es algo malo para los humanos, porque estas mutaciones significan que existe una cantidad extraordinaria de diversidad genética entre los virus de ARN, lo que les permite evolucionar rápidamente, por lo que cualquier vacuna o medicamento que se dirija a ellos se vuelve obsoleto rápidamente.
"Aunque nos gusta pensar en las cepas de gripe como una secuencia unitaria, de hecho, lo que representan es un enjambre completo de secuencias genéticas diferentes", dice Lipton. A corto plazo, esta peculiaridad hace que sea más difícil erradicar la gripe, porque entre este "enjambre" puede haber virus que nuestro sistema inmunológico no reconoce y, por lo tanto, pueden infiltrarse por nuestro cuerpo sin ser detectados.
Pero esta asombrosa tasa de mutación es un arma de doble filo. Por encima de un cierto índice, las mutaciones se vuelven dañinas y dan lugar a cepas de virus que están cargadas de fallas genéticas que dificultan su propagación. Con el tiempo, esto puede conducir a su extinción.
Acelerar artificialmente la evolución viral con medicamentos que los estimulen a mutar a un ritmo aún mayor de lo habitual podría traer algunos beneficios. Primero, podría debilitar el virus lo suficiente como para reducir la cantidad que circula en pacientes individuales. Esto podría facilitar el tratamiento en personas con enfermedades graves. Ya existe alguna evidencia de que esto puede funcionar: ensayos clínicos en EE.UU. y Japón han encontrado que el fármaco inductor de mutaciones "favipiravir" es eficaz contra la cepa de influenza H1N1.
En segundo lugar, ciertas cepas de virus, como las de covid-19, de las cuales ya hay al menos seis, podrían acumular suficientes mutaciones que son dañinas para ellas mismas como para hacerlas desaparecer por completo. En India, ya hay pruebas de que esto podría estar sucediendo de forma natural. El virus está mutando a un ritmo asombroso y se ha sugerido que podría estar dirigiéndose a un precipicio evolutivo por sí solo.
Independientemente de cuánto lo intentemos, algunos científicos se muestran escépticos respecto a que alguna vez podamos decir que cualquier virus se ha ido para siempre. "El término extinto es quizás engañoso", dice Ian Lipkin, epidemiólogo de la Universidad de Columbia, Nueva York.
"Los virus pueden estar presentes en muchos lugares; pueden acechar en las personas, pueden acechar en los materiales que se almacenan en congeladores, pueden acechar en la vida silvestre y los animales domésticos; es realmente imposible decir si un virus se ha extinguido".
Lipkin señala que todavía existen frascos de viruela en congeladores en al menos dos lugares, y hay un debate en curso sobre si llevarla a la extinción de manera más definitiva. Dado que la mayoría de los programas de vacunación terminaron en la década de 1970, a muchos les preocupa que estas reservas de viruela puedan tener el potencial de desencadenar otra gran pandemia.
Eso sin mencionar la amenaza latente de los virus sintéticos: en 2017, un equipo de científicos canadienses ensambló un virus de la viruela equina, que es un pariente cercano de la viruela y puede no estar extinto. Al igual que con muchos otros virus, nadie sabe con certeza si se ha extinguido, pero los científicos pudieron recrearlo utilizando registros de su código genético y fragmentos de ADN que solicitaron a través de Internet.
Por supuesto, esto no significa que nuestros esfuerzos de erradicación sean inútiles. De hecho, Cobey piensa que ahora más que nunca deberíamos centrarnos en reducir el grupo de patógenos humanos. "Espero que este sea un período en el que podamos reflexionar sobre qué tipo de enfermedades queremos erradicar", dice Cobey. "Hay muchos patógenos por ahí, la mayoría de la gente no sabe cuántos". Tal vez el Covid-19 inspire una nueva revolución científica, y el concepto de contraer varios resfriados o gripe cada año se volverá tan extraño como tener que preocuparse por la viruela.