Alejandra tenía 15 años cuando empezó a salir con su primer novio serio. Fue la primera vez que se enamoró y la primera vez que se dio cuenta de que el amor no lo puede todo. Posesividad, celos y una constante sensación de vigilancia por parte de su pareja hicieron que la joven cordobesa, que ahora tiene 24 años, dejase de lado a sus amigas, ocultase lo que ocurría a su familia y convirtiese a su maltratador en su único referente.
“Nadie me decía que era maltrato porque nadie sabía que era maltrato”, relata, y al preguntarle el motivo por el que no lo sabían explica que, por un lado, ella lo ocultaba, pero también se normalizaba en su grupo de amigas. “Al principio les contaba cosas. Si discutíamos y tal, pues me desahogaba con ellas, pero le quitaban importancia a situaciones que yo creo que si no eran maltrato propiamente dicho, eran el antecedente”. Por ejemplo, que su pareja le revisase el móvil, que se pusiese celoso de otros chicos cuando hablaban entre clase y clase, o que quedase con sus amigas porque “estaba desatendiendo la relación”.
La violencia de género es muy sutil y difícil de identificar en edades tempranas, sobre todo cuando se materializa en agresiones psicológicas y emocionales. Que tu pareja te insulte, te ridiculice, decida por ti o te haga sentir miedo. Que controle tu móvil porque “debes confiar en él”, conozca todas tus contraseñas y supervise cada parcela de tu vida. Que te haga sentir culpable por tener amigas, por dedicar tiempo a tu familia o por quedarte en casa en vez de salir con él. Todas estas manifestaciones del maltrato conforman la base de un iceberg en el que la punta es la violencia física.
Según la Macroencuesta de Violencia de Género del Ministerio de Igualdad (2019), el 16,7% de las adolescentes de entre 16 y 17 años ha sufrido violencia emocional, y el 24,9% violencia psicológica o de control. Como vemos, Alejandra no es un caso aislado.
Entender la gravedad de su testimonio es muy importante, ya que demuestra lo normalizada que está la violencia de género no física en nuestro país, sobre todo durante la adolescencia.
Cuando pensamos en la adolescencia y en el amor durante esa etapa, todo es intenso. Esto se debe en parte a ciertos mitos como que necesitamos una persona que nos complemente, que quien se desea se pelea o que los celos demuestran que le importas a tu pareja. No es cierto. En una relación no hay cabida para el sufrimiento, no se pueden justificar las faltas de respeto y tampoco debemos sentirnos atraídos por la posesividad o el control de nuestra pareja. Que sienta celos no significa que te quiera más o menos, significa que te ve como su posesión y no como una persona libre con la que compartir su vida.
“Disfrutaba viéndole celoso”, recuerda Belén, de 18 años. “A veces incluso le picaba para que se pusiese así. Por eso cuando todo fue a más me sentí culpable. He llegado a pensar que yo provoqué el maltrato”, reconoce. La joven mallorquina mantuvo una relación intermitente con su expareja desde los quince años, siendo él siete años mayor que ella. “Yo también me ponía celosa, pero la que renunciaba a todo era yo. Todos los veranos me iba al pueblo y era el mejor momento del año. Él empezó a hacerme sentir culpable para que no fuera”, explica haciendo referencia al chantaje emocional, una forma de violencia de género. “Decía que le daba miedo que me olvidase de él en verano, que seguro que conocía a alguien mejor, que cómo podía divertirme sin él cuando él estaba fatal si se quedaba solo… Luego era mentira, porque cuando yo no estaba, se iba de fiesta y hacía de todo. Pero aun así yo cedí y estuve dos veranos sin pisar el pueblo”.
“Luego estaba el tema del móvil. Tenía todas mis contraseñas. Vigilaba a quién tenía en mejores amigos, tenía iniciada mi sesión de WhatsApp desde su ordenador para ver con quién hablaba. Lo sabía todo de mí. Si me escribía alguna amiga diciendo algo mínimamente malo o raro, lo borraba súper rápido y me pasaba semanas con pánico por si él lo había visto. Porque esa es otra, aprovechaba y encontraba el mejor momento para sacarlo y echármelo en cara”, nos relata. “Y si por un casual me llegaba alguna petición de seguimiento o de mensaje a Instagram de algún chico, él le bloqueaba sin decírmelo o me insultaba. Me decía cosas como que yo disfrutaba siendo la guarra del pueblo, que me encantaba la atención pero iba de mosquita muerta, o que todo el mundo iba rumoreando que yo era una chica fácil. Era mentira, pero jugaba conmigo para que me preocupase por lo que pensaban los demás y me volviese súper sumisa”.
Tras los insultos llegaban las disculpas, reflejando a la perfección el ciclo de la violencia de género descrito por el informe ‘No es amor’ de la ONG Save The Children.
A medida que la relación avanza la tensión es más insostenible, las explosiones de violencia más habituales y la fase de luna de miel más breve.
Al sufrimiento inherente que provoca el ciclo de la violencia de género se suman las consecuencias a largo plazo que pueden sufrir las víctimas.
“Sabes que es algo que pasa, pero no piensas que te pueda pasar a ti y menos con 16 años”, reflexiona Leire, de 21 años. La joven de Oviedo fue maltratada por su pareja durante su adolescencia, provocando fuertes secuelas que arrastra a día de hoy. “Con 18 años me fui a la universidad y le dejé. Él me amenazó y tuve que contárselo a mis padres. Un tío mío que es abogado le mandó una carta y ahí se asustó y no me volvió a escribir, pero yo todavía tengo miedo cuando veo a alguien que se parece a él por la calle, cuando me llega un mensaje privado de un desconocido a Instagram o cuando tengo una llamada de algo de publicidad por si es él”, nos confiesa.
Con 19 años, Leire comenzó a recibir terapia psicológica, pero tras sentirse juzgada por su psicólogo decidió dejarlo y lo ha retomado este año con una terapeuta experta en violencia de género. “Sobre todo estoy trabajando en el miedo a que me vuelva a pasar. Me costó tanto verlo venir, que me da miedo que otra persona pueda hacerme lo mismo sin darme cuenta hasta estar ya dentro”, relata. “La culpa también hace mucho daño. Hay una parte de mí que todavía sigue pensando que provocó el maltrato. Cada día es más pequeña, pero sigue estando”.
Como la joven explica, las consecuencias de la violencia de género hacen que en muchos casos sea necesaria la intervención de un profesional.
Algo que preocupa a los expertos es la falta de autopercepción de las adolescentes maltratadas como víctimas y de los adolescentes maltratadores como agresores. No son conscientes de que algo va mal, de que hay violencia, de que eso no es amor. Sin embargo, esto es extrapolable a toda la población adolescente, tal y como señaló el estudio ‘Percepción de la violencia de género en la adolescencia y la juventud’ de 2015. Al preguntarles si creían que el maltrato era algo habitual el 87,3% de los adolescentes varones dijeron que no, y el 88,6% de las adolescentes mujeres dijeron que sí.
La gran pregunta es qué podemos hacer para que los jóvenes sean conscientes de la violencia de género. El primer paso es, sin duda, aprender a identificar los indicios de la violencia psicológica: