Fue en 1974 cuando Herbert Freudenberger, psicólogo estadounidense, habló por primera vez del desgaste laboral. Si bien en aquel momento las condiciones eran totalmente precarias, nadie tenía en cuenta el estado psicológico de los trabajadores. Daba igual que te encontrases al borde de la depresión o con la ansiedad por las nubes siempre y cuando fichases a primera hora y terminases tus tareas.
Actualmente la situación laboral ha cambiado drásticamente, pero la precariedad y la vulneración de los derechos de los trabajadores siguen estando a la orden del día.
El síndrome del burnout o ‘estar quemado’ se consolidó en la década de los 80 y define el estrés o desgaste psicológico de las personas en ambientes de trabajo demasiado exigentes en los que se les trata de forma totalmente impersonal, se les sobrecarga de tareas, o se les exige más de lo que pueden (y deben) dar.
El resultado es lo que se conoce como la triada del burnout:
El síndrome del boreout aparece cuando el trabajo no supone ningún desafío. En otras palabras, acabas pasando horas y horas frente a una pantalla sin saber qué hacer o sin que aparezcan nuevos retos.
Fue propuesto por Philippe Rothlin y Peter Wederm, quienes definieron tres características del boreout equiparables a la triada del burnout: infraexigencia, aburrimiento y desinterés.
La infraexigencia surge cuando todas las tareas son tremendamente monótonas. Siempre tienes que hacer lo mismo y llega un punto en el que aparece el aburrimiento, desarrollando apatía y desinterés hacia el trabajo. No es tu pasión, no disfrutas, no aprendes nada nuevo y despertarte por la mañana supone enfrentarte a un día igual que el anterior.
Como antes mencionábamos, el boreout es muy habitual en trabajos en los que ni aprendemos, ni tampoco crecemos porque:
Por otro lado, la cultura de presentismo laboral, es decir, la creencia de que hay que estar en la oficina o frente al ordenador sí o sí aunque no haya nada que hacer, provoca una sensación de desmotivación a largo plazo.
Si a esto le sumamos el teletrabajo tenemos el caldo de cultivo ideal para la aparición del boreout, ya que nos enfrentamos a un entorno laboral caótico en la soledad de nuestra casa.
Cuando hablamos de burnout y de boureout, es importante entender que aunque se le ponga la etiqueta de “síndrome” la responsabilidad rara vez recae sobre el trabajador.
En la mayoría de ocasiones las empresas que provocan estos síndromes tienen unas dinámicas muy exigentes, caóticas y poco flexibles. Además, es habitual que se roce la ilegalidad. Por ejemplo, forzando a los empleados a trabajar en vacaciones o en horas extras, no respetando su descanso, no pagando las horas extra y generando una sensación de que están en deuda con la empresa cuando en realidad están siendo explotados.
Todas estas vulneraciones de los derechos laborales pueden provocar una serie de secuelas en la salud física y mental, como depresión, ansiedad, insomnio, desmotivación, dificultad para concentrarse, déficit de atención, fatiga prolongada, dolor muscular e hipertensión. El problema es que los tratamientos individualizados como la terapia solamente son un parche, ya que lo que debe cambiar es la empresa, no la forma en que la persona se enfrenta a ese entorno laboral tóxico.