Las imágenes desoladoras que arrastra la pandemia por coronavirus también dan paso a actos generosos y de bondad. La historia de Juan José Segarra, capellán del Clínico de Valencia, quien ha contado su relato a Informativos Telecinco, pone de manifiesto la empatía de muchos en tiempos tan difíciles.
Juan José ayudó a Salvador, un paciente de coronavirus que estaba ingresado en el hospital valenciano desde el 23 de marzo. Salvador, además de luchar contra el COVID-19 tuvo la dura noticia durante su ingreso del fallecimiento de su padre, también víctima del coronavirus. El riesgo de contagio no permite hacer velatorios, y Salvador estaba ingresado, por lo que no podría haberse despedido de no haber sido por el sacerdote. Era el único de su familia que no podía acudir, sus hermanos sí pudieron ir.
Juan José, amigo de la familia, grabó en vídeo el funeral del padre de Salvador para después mostrárselo y que se pudiera despedir. El hombre, afectado por el coronavirus, no pudo acudir al funeral de su progenitor, pero sí pudo participar de él, aunque fuese por vídeo y al día siguiente. Salvador quedó muy agradecido con el sacerdote por su acto. La tecnología desarrolla un papel clave estos días tan duros.
¿Cómo vivió aquellos momentos? "Con mucha tristeza. Creo que no puede ser de otro modo. Conozco a la familia desde hace muchos años. Salvador padre era muy buen hombre y mejor católico. La muerte por sí misma es triste, pero más triste es aún cuando se da en estas circunstancias tan difíciles en las que no es posible despedirse de un ser querido, ni velarle ni honrarle como es debido con un funeral católico. Inmediatamente sentí que tenía que hacer algo. Y lo hice, que fue estar en medio del dolor y del sufrimiento como hace Jesucristo", señala el sacerdote Juan José Segarra. La importancia del duelo y de las despedidas es un hecho.
¿Qué significó para usted? "Éste, junto con otros muchos vividos atendiendo enfermos son momentos que te muestran la cara más dura de la vida. A la vez que experimenté tristeza, también sentí que estaba haciendo algo valioso por Salvador y su familia. Me sentí plenamente humano y plenamente sacerdote. Este momento, como muchos otros en los que no puedes hacer mucho más que acompañar, llevar esperanza y los Sacramentos de la Iglesia, sentí que mi sacerdocio valía la pena. Me sentí confirmado en mi vocación sacerdotal y humana", cuenta Segarra.
¿Cómo se le ocurrió la idea para ayudar en una despedida telemática? "Fue una luz de Dios. En lenguaje religioso nosotros decimos que fue una "moción" del Espíritu Santo. Traducido al castellano vendría a ser como una inspiración que te viene y que sabes que no te pertenece a ti. Es como un movimiento que se produce en el alma que hace que veas con los ojos del alma estas cosas. No es mérito mío, sino de Dios, que siempre sabe como usar los medios que nos da para consolar a otros. Naturalmente que Dios cuenta con nosotros para eso. Somos sus manos, sus pies, su boca, sus ojos... El se sirve de nosotros para llegar a los demás", explica el sacerdote.
¿Qué respuesta ha recibo ante este acto? "Recibí muchos mensajes de gratitud por mi labor, pero no es sólo mía, sino de toda la Iglesia Católica que sabe cuidar y acompañar. Yo soy uno más de tantos que acompañan a los enfermos, a las familias y al personal sanitario. La Iglesia Católica, a diferencia de otras confesiones, tenemos para los enfermos los Sacramentos de la Comunión, la Confesión y la Unción de los Enfermos. Un Sacramento es un signo eficaz que usa gestos y palabras pero que actúa verdaderamente en el cuerpo y en el alma de las personas", comenta.
"Así, cuando las familias nos piden asistencia a un moribundo, le administramos el Sacramento de la Unción de los Enfermos que perdona todos los pecados de la persona aun cuando no esté consciente. La Sagrada Comunión, que es el mismo Cristo de la Eucaristía y alimento del alma; y el Sacramento de la Confesión o Penitencia, que concede el perdón de los pecados, aliviando y animando el alma. Hay que decir también que la Unción de los Enfermos no sólo se aplica a los que están muriendo sino a todos los enfermos para fortalecer cuerpo y alma", añade.
¿Qué puede decir de momentos tan duros? "Agradezco a Dios la oportunidad de poder estar cerca del dolor. Acompañar al enfermo en su sanación, o en su salida de este mundo de vuelta a Dios, me humaniza y me confirma en mi fe en Cristo y en la Vida Eterna. Es un privilegio vivir de cerca estas situaciones porque te hacer reir y alegrarte cuando el enfermo sana y te hace llorar y sufrir con y por los demás. Eso, y no otra cosa, es la compasión", asegura.
¿Qué consejo daría a la población? "Que seamos pacientes y no perdamos la esperanza. Detrás de cada sufrimiento hay una bendición. Dios no abandona a nadie. Aprovechemos esta circunstancia para reflexionar sobre la realidad y nuestra propia vida. Creo que después de esto debemos reajustar muchas cosas y cambiar nuestras prioridades, sin perder las oportunidades que nos ofrece la vida de disfrutarla. Diría que se abran a Dios presente en todas las personas que ofrecen su trabajo y esfuerzo por sus vecinos, por la sociedad española, por los demás. Diría que tengan fe y que no pierdan la esperanza. Cristo vive", destaca.
"Me siento muy contento de poder compartir con todos la labor que la Iglesia hace en los Hospitales. La Iglesia, con sus debilidades, lo ha hecho antes, ahora y lo seguirá haciendo. Allí donde está la Iglesia está su misión de acompañar, ayudar, alegrarse y sufrir con otros, pero sobre todo, ayudar a todos los hombres y mujeres a que alcancen la salvación eterna y el cielo", concluye el sacerdote.