De relaciones tóxicas y arenas movedizas emocionales se alimentan los espíritus del siglo XXI, con sus aplicaciones de ligoteo, sus ghosting de rigor y nuestros temblores y tentativas en el juego del amor. Ya lo desplegaba el mito griego y sus imágenes, con Narciso enamorándose de su reflejo y cayendo en un embrujo egótico. En las relaciones de pareja, eso es también una frecuente moneda de cambio antes de que las cosas salgan mal.
¿Cómo reconocerlos, entonces? ¿Hay maneras de identificar el comportamiento de una persona narcisista tóxica en una relación de pareja?
La psicología y la psiquiatría han hablado largo y tendido en sus investigaciones sobre este trastorno (en los casos más extremos, se considera como tal), y no falta la palabra de Freud en la delineación de estos egos siniestros. Decía Freud que el narcisismo es característico de ciertas etapas de la infancia, por las que todos pasamos de niños, y que algunos adultos mantienen vivo este culto inconsciente a su propia personalidad perversa durante buena parte de su vida.
La lotería está amañada. Somos inocentes, pero no del todo, en el fondo. Seguramente, caer en las garras de una pareja narcisista tenga mucho que ver con nuestra propia configuración emocional, nuestros traumas, todos esos patrones inconscientes por los que funcionamos y repetimos casilla de salida. ‘Otra vez me ha pasado. Ponme otro chupito, anda, que vienen curvas’.
No hay mucho que podamos hacer si esta es nuestra tendencia natural o si la persona narcisista es tan hábil que consigue colarse y empezar a hacer su nido en nosotros. En su propia autoestima hay un cierto magnetismo que atrae a sus corderos, sea por admiración hacia su inteligencia y habilidad, por una fantasía fresca o por una idealización que terminará enamorándonos.
Con el tiempo, se da una relación simbiótica entre víctima y huésped, más difícil de sacar que las manchas de sangre de la ropa: dependencia emocional, manipulación, asincronía, todo lo que refuerza el poder del ‘bicho’. Lamentamos hablar en términos biológicos, pero es probable que así lo veas más claro y salgas por piernas cuando te encuentres con seres de esta calaña o estés pensando en emparejarte con ellos y con su ego.
De aquellos egos, estos lodos. ¿Cómo no me di cuenta de cómo me manipulaba? ¿Tengo la profundidad psicológica de un grillo, o es que este humano peor que el covid supo punzar mis puntos débiles en todas esas citas en las que me regalaba los oídos?
Señales hay, solo que se camuflan en la tupida red de trucos psicológicos que utiliza la persona narcisista para canibalizar su relación de pareja y satisfacer freudianamente el deseo de autoridad. Un narcisista puede ser de tipo discreto o puede desarrollarse hasta tal punto que caiga en lo que ciertos psicólogos y psicoanalistas llaman ‘narcisistas perversos’.
Queda una advertencia. Verificar las señales no es sinónimo de que nuestra lectura del otro sea cierta, porque podríamos estar cayendo en sesgo de confirmación de manual. Debería ser un psiquiatra o un psicólogo cualificado el que pusiera los puntos sobre las íes y tratara a estas personas y sus trastornos asociados (de limite de personalidad y de conducta). Nunca nosotros, con nuestro magro conocimiento psicológico.
Con esta información, si crees estar poseíd_ por una pareja narcisista, haz lo que consideres. Busca ayuda y rodéate de los tuyos para salir de ahí.
Cambios de personalidad a la carta. El narcisista adapta su máscara a cada situación para orientarla en su beneficio. Se disocia para conquistar nuevos territorios psicológicos en los otros. En los primeros compases de una relación de pareja, consciente o inconscientemente, se adaptan al molde del otro para generar una falsa sensación de compatibilidad. Cuídate mucho de esa frase que todos hemos dicho alguna vez. ‘Es mi alma gemela, somos iguales’.
Reversión de la culpa. Cuando el narcisista cambia y adopta un nuevo modo de comportarse, es su pareja, aún fascinada por el molde que conoció, la que puede castigarse por la falta. ‘Yo sé cómo es. Puedo recuperar la parte de su personalidad que me enamoró, solo necesito un poco de tiempo’. Generan sentimientos de deuda en su pareja por su comportamiento imprevisible una vez han roto las primeras defensas.
Roles sexuales de dominación: como rasgo aislado puede ser un consenso de pareja perfectamente sano y un estímulo para una vida de cama divertida y serena, pero si se da con otras de estas señales podría ser un indicador de que estamos saliendo con un narciso de manual. En la cama querrá jugar con su propio tablero.
Victimismo y chantaje: el narciso o la narcisa despliega su poder erigiéndose como la víctima de una conspiración íntima que obliga a la otra persona a dudar de su propia seguridad.
Otra modalidad es la luz de gas. Convencer al otro de que lo que dice es falso, es mentira, es un invento. La clásica manipulación de las relaciones de maltrato. Tiene hasta una película, ‘Gaslight’, con la que se inventó el término.
Comportamientos infantiles para conseguir lo que quiere. La máscara del niño y su capricho, de la rabieta ávida y egoísta para llevarte siempre a su terreno. Llamadas de atención, irascibilidad constante, enfados por cualquier motivo aleatorio.
Mienten y son paternalistas. Para casi todo. Es una forma de adaptación más, que desdibuja los roles y fomenta la sumisión o la lección para minar la identidad de sus parejas.
La herramienta del espejo y la reversión. Si tu pareja es narcisista, de los perversos, conseguirá inocular en cada conversación o discusión que tú eres culpable de lo que pasa. Un mensaje implícito: ‘Esto no me ocurriría si fueras de otra manera’.
Sumisión o tristeza de los afectados. Pueden darse casos en los que el o la narcisista consigue que dejemos de sentirnos alegres a su lado. Solo parecen animados, felices, dichosos, cuando hay un claro rol de víctima apaleada en nosotros, y un mensaje: estoy triste para que tú me des apoyo. Chupan de esa energía dramática como las garrapatas.
Te aislarán. Puede que consiga alejarte de tu círculo social, tu familia y tus amigos, poco a poco, para que le dediques toda tu atención. Lo hará seguramente con mecanismos de condicionamiento: criticándolos, victimizándose o polarizando tu relación con ellos para que cada vez que se vaya a producir un encuentro exista un grave problema, explícito o implícito, que lo impida.
Control del espacio del otro. No suelen tolerar la intimidad de su pareja sin su consentimiento. Interrogatorios continuos, preguntas para acaparar información y controlar a la pareja para dejarla sin autonomía. ‘¿Con quién te has visto?’. ‘¿En qué estás pensando?’ ‘Enséñame tus conversaciones de WhatsApp’.
Chantaje emocional: desde despreciar a su pareja a hacerla de menos de forma abierta a configurar un lenguaje sutil en el que una de las partes, como si fuera una esponja, absorbe este minado progresivo de su autoestima.
Juegos de recompensa y castigo. Cuando te alejes, el narcisista buscará refuerzo y acudirá a ti. Cuando te abras emocionalmente y trates de intimar, jugará para expulsarte y atarte a la cadena de la dependencia emocional. En las relaciones de maltrato psicológico, los narcisistas utilizan muy a menudo la ley del silencio. Castigan a sus parejas cortando la comunicación e ignorándolas cuando tratan de comunicarse con ellos para llegar a un punto de entendimiento común.