Sales a la calle y, pasados unos minutos a la intemperie, empiezas a temblar. ¿Qué ha pasado? Tu piel detecta la temperatura ambiental mediante receptores y se chiva al cerebro, concretamente a una glándula del mismo, el hipotálamo posterior, que se pone alerta y envía a tu cuerpo la señal para que entre en acción. Esa acción es tu particular baile de 'San Vito'.
El termostato interno que todos llevamos es el hipotálamo que, como decimos, envía la señal al cuerpo para aguantar el frío el máximo tiempo posible, ya que los órganos necesitan mantener el calor para poder llevar a cabo las funciones vitales. A continuación, los vasos sanguíneos se contraen y se produce lo que se llama vasoconstricción. Así, el cuerpo dosifica el calor: envía menos sangre a las extremidades –por eso se te enfrían antes las manos y los pies– y la emplea en lo importante, en los órganos.
Pero también tus extremidades entran en alerta con el frío y ante la pérdida rápida de calor, tiritas, incluida tu mandíbula, por eso te castañean los dientes. Tu cuerpo conoce mejor que tú lo que necesitas, por eso contrae los músculos y los relaja y, así, transmite calor principalmente a las extremidades aunque también al resto del cuerpo.
Cuando temblamos producimos una hormona llamada irisina, que genera calor. Es la misma hormona que liberas cuando haces ejercicio… y quema grasa. Por eso se dice que hacer ejercicio con frío quema más calorías.