Puede resultar extraño que un neurocientífico como Ignacio Morgado, que se pasa los días investigando y enseñando sobre el funcionamiento del cerebro y la mente, critique esta moda de poner el prefijo ‘neuro’ delante de cualquier cosa: neuroeducación, neurofilosofía, neurocreatividad, neuroarquitectura, neuromarketing… “es que el neuro no hace falta ponerlo porque siempre está ahí, porque ya está incluido ahí aunque no lo pongas, porque forma parte de todo”, insiste. Esa es también su manera de hacernos entender que la neurociencia no es un conocimiento que debamos dejar exclusivamente en el ámbito de los laboratorios porque, neurociencia -dice, “no es otra cosa que conocimiento sobre nosotros mismos. La neurociencia está pegada a la psicología, son como dos caras de una misma moneda”, explica.
En su último libro, Materia gris (Ariel 2021), Ignacio Morgado -catedrático de psicobiología en el Instituto de Neurociencia y en la facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona- hace un recorrido por la historia del conocimiento del cerebro y repasa las lagunas que aún existen.
Pregunta: ¿Para qué sirve realmente la neurociencia? ¿para qué nos sirve saber tanto del cerebro más allá de curar o prevenir enfermedades?
Respuesta: La neurociencia nos ayuda a conocernos más, sobre todo a nosotros mismos. Yo muchas veces acabo mis artículos y mis libros diciendo: leer estos libros significa conocernos más a nosotros mismos. Y conocernos más a nosotros mismos siempre significa acabar siendo mejores. Cuando nos conocemos más somos mejores. Porque te entiendes más, te perdonas más a ti mismo. Fíjate, el autoperdón es muy importante en la vida. Porque muchas veces nos equivocamos y te dan ganas de ir al espejo, mirarte y darte bofetadas y decirte a ti mismo ¡pero qué tonto soy, qué tonta soy!, ¿por qué habré hecho esto? Pues cuando entendemos la psicología y la neurociencia, sabemos que es que somos así, que estamos hechos así y que no debemos castigarnos tanto.
P: Es como si pudiéramos darnos permiso para ser seres humanos bajo el amparo de la ciencia...
R: Por ejemplo; si tenemos envidia y decimos ¡pero qué envidioso soy y qué malo soy!...pues no: tener envidia no es ser malo. Porque es un sentimiento humano que es muy difícil que alguien no lo haya sentido en mayor o menor grado a lo largo de su vida. Lo malo es cómo te comportas cuando tienes envidia.
Si tú envidias a alguien, pero evitas hacerle daño, no hablas mal de esa persona, entonces no eres malo, no eres mala persona. Eres mala persona no cuando envidias, sino cuando tu envidia te lleva a hacer daño al envidiado. Ese cambio es muy importante. Porque entonces tú ya no te culpas a ti mismo por tener envidia o por envidiar…¡es que eso es muy humano! Si alguien te ha hecho una muy gorda o te ha engañado o te ha mentido, lo puedes acabar odiando. Pero eso no te convierte en mala persona, lo que te convierte en mala persona es volverte tú como esa persona que te ha hecho daño a ti. Todas estas cosas las explica la psicología con un fundamento de neurociencia, que explica por qué las emociones son tan importantes en nuestra vida, porque están en el fondo de casi todo nuestro comportamiento. Casi siempre que nos comportamos, nos estamos comportando siempre más como nos pide nuestro corazón que como nos pide la cabeza.
P: O sea, como conclusión podríamos decir que los conocimientos de neurociencia nos pueden ayudar a estar mejor, a ser más felices
R: Seguro, claro, claro (…) Cuando te conoces a ti mismo de verdad, te perdonas más, estás mejor y te vuelves mejor persona…ese es mi criterio. Ahí es donde yo le doy más valor a ese conocimiento neurocientífico.
P: Parece que la neurociencia explica fenómenos psicológicos desde otra perspectiva digamos menos asociada culturalmente a la enfermedad mental. ¿Crees que ese puede ser el secreto del éxito de todo lo ‘neuro’?
R: Esto ocurre porque lo 'neuro' explica no solo lo malo, sino también lo bueno. Hubo un tiempo en que la psicología fue como florero, es decir a la gente no le interesaba la psicología ni creía en la psicología, pero le gustaba decir que en su empresa había un psicólogo…lo querían como florero. Después, la psicología se volvió científica, se apoyó en la ciencia, en la neurociencia, en los propios procesos psicológicos científicos y empezó a ganar reputación. Y las empresas y todos lo que contactaban con un psicólogo empezaban a pensar que no solo era el florero, que además era alguien que les podía ayudar en la gestión del personal, a resolver problemas emocionales que podía haber en un momento dado en el equipo de trabajo, es decir, a muchas otras cosas sin necesidad de entrar en la patología. Y ahí la neurociencia ha reforzado muchísimo.
P: La neurociencia nos puede ayudar mucho a conocernos mejor y por lo tanto elegir mejor nuestros comportamientos y estar mejor…pero no es la panacea. De ser así, el bienestar estaría restringidos a los que saben de neurociencia…
R: Muchas de esas cosas que hemos aprendido de la neurociencia se aprenden también por la propia experiencia. La neurociencia te fundamenta después lo que está pasando en tu cabeza y, en ese sentido, fortalece lo que estás empezando a entender…pero la experiencia vale mucho. Las personas mayores pierden neuronas y pierden capacidades físicas y de memoria, pero la experiencia les compensa enormemente. Si has sufrido problemas emocionales durante la adolescencia, cuando ya eres adulto, te das cuenta de que hoy, nunca hubieras sufrido tanto como sufriste entonces por aquella misma cosa…claro; en ese caso es la experiencia la que te ha proporcionado muchos instrumentos.
P: ¿Le parecería bien que en los colegios se enseñara a los niños neurociencia para que así tuvieran más herramientas para la vida?
R: Sí, yo estoy de acuerdo en que se inserten esos conocimientos en la educación, lo que no me gusta es que se ponga el término 'neuro' por delante. La neurociencia va a estar ahí y tiene que estar siempre porque toda actividad humana tiene elementos de neurociencia. Pero fíjate, una cosa importante que tiene el cerebro humano es que no necesita manual de instrucciones, ya viene preparado de tal manera que, hasta el menos inteligente de los seres humanos, a los meses de vida empieza a hacer funcionar su cerebro a todos los niveles: para aprender, para tener emociones, para hablar, para entender lo que hablan los demás, para ver y percibir el mundo. Funciona sin que ni siquiera nos demos cuenta. Fíjate cómo sería si para hacer funcionar nuestro cerebro necesitáramos estudiarnos cómo funciona y hacer un máster.
P: La idea es que si a toda esa sabiduría natural que tenemos sin manual de instrucciones le añadiéramos un poco de conocimientos de neurociencia…
R: Si además de eso, tú haces de neurocientífico de tu propio cerebro, exploras y estudias tu propio cerebro como neurocientífico tuyo, de ti mismo, pues aprendes mucho más a saber cómo eres y cómo debes reaccionar. Por ejemplo; cuando tienes un enfado muy gordo con alguien que te ha hecho algo muy gordo, te sientes muy mal. El que te sientas muy mal en ese momento depende de que lo que has percibido ha activado tu sistema neuroendocrino de una forma muy intensa, pero esa activación no va a durar. Es decir, dentro de media hora esa activación ya va a ser más flojita y dentro de una hora más floja todavía y mañana más floja todavía. Solo el saber eso, ya te calma.
P: En conclusión: digamos que saber que ese proceso funciona así, te da lucidez para tomar la decisión de alejarte de esa persona durante un rato hasta que ese nivel de activación baje y dejar la conversación para otro momento.
R: Conocer estas dinámicas funcionales ayuda a sobrellevar y soportar mejor las situaciones difíciles de la vida (…) pero eso no significa que vayas a hacer un curso de neurociencia y que eso te vaya a salvar la vida, no, ¿la neurociencia va a ser la gran panacea? No, ¿te va a ayudar? Si. ¿Hasta cuándo te va a a ayudar? Dependerá mucho de quién eres tú, de qué problemas tienes, de cómo te los tomes y de quién te va a ayudar.