Irene tiene sólo 14 años y convive con los síntomas del covid. Pasó la enfermedad en septiembre, ahora es negativa, pero las secuelas continúan e incluso ahora son peores. Va con amigos y se cansa. Le duelen los brazos, tiene calambres, le cuesta respirar. Y el problema es que no existe tratamiento. El covid persistente se da sobre todo en adultos y en preadolescentes.
Estela ni siquiera aguantaba en pie. Tiene 30 años, tuvo el virus en agosto y sigue peleando. Tras mucha fisioterapia empieza a recuperar su vida y ha vuelto a trabajar. Este tipo de pacientes y sus familias piden unidades de COVID persistente en los hospitales, sentirse acompañados en su nueva vida postcovid, porque ya no tiene el virus, no contagian, pero sus secuelas están presentes día tras día.
Recuperarse del coronavirus es complicado en algunos de casos. La enfermedad deja en muchos de los infectados numerosas y graves secuelas. Sandra González, de 48 años, ha llegado a contabilizar hasta 37 síntomas diferentes. Entre ellos ha detectado en su día a día, dolor de cabeza, dolor de oídos, eccemas, poliartralgias, febrícula, dolores musculares, diarreas, tos, dolores estomacales, cansancio generalizado, taquicardia, disnea, fallos de memoria, hormigueo en la cabeza, mareos, presión en el pecho, bajo estado de ánimo, dificultad de concentración, pérdida de olfato, pérdida del gusto, caída de cabello, inestabilidad, dificultad para recordar palabras, rigidez cervical, extrasístoles y sequedad extrema en la piel. Una batalla infernal.
Mujer de 43 años y con más de 185 días padeciendo síntomas, entre un abanico de 200 como el cansancio, los dolores de cabeza y musculares, el bajo estado de ánimo o la falta de aire, es el perfil del paciente de covid persistente, un fenómeno que acarrea además serias dificultades para realizar actividades cotidianas. Así se desprende de la encuesta realizada por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) y los colectivos de afectados LONG COVID ACTS entre el 13 de julio y el 14 de octubre de este año a 2.120 infectados en la primera ola, la mitad hombres y la otra mujeres.
"Salí de fiesta, cometí un error, y he estado pensando que me iba a quedar sin fuerzas de por vida". Es la confesión de Ana Álvarez. Tiene solo 22 años. Ella misma reconoce que se tomaba el virus a risa hasta que lo sufrió en sus carnes: nada menos que 230 días con secuelas. Y todo por una fiesta. Ahora, lo que Ana recuerda son los días de llanto, de pérdida de pelo, de fatiga extrema. Ha vivido toda una odisea. Seis meses yendo de médico a médico, visitando a especialistas de cabecera con una pregunta en la cabeza. En su casa hay páginas y páginas de pruebas. Eran los inicios del coronavirus en Italia y no se sabía tanto como ahora. Pero qué me pasa. Al final llegó la sentencia: son las secuelas del bicho. "Nunca en mi vida he estado tan agotada. Tengo 22 años y hacía dos horas de deporte al día. Ha sido durísimo pensar que ya no volvería a ser la misma. Me he pasado la postcuarentena yendo a médicos. Me han hecho cuatro análisis de sangre, he ido al dermatólogo, ginecólogo y nadie entendía qué me estaba pasando", explica. Su madre estaba muy preocupada.