En los primeros compases de la pandemia del nuevo coronavirus, una de las esperanzas de las autoridades gubernamentales y la sociedad era que la transmisión del virus SARS-CoV-2 fuese estacional, al igual que ocurre con la gripe, lo que haría que su incidencia fuese menor en verano debido a la altas temperaturas. Sin embargo, los contagios no disminuyeron durante la estación estival en el hemisferio norte. Además, ha habido incidencias muy elevadas de la enfermedad en regiones tropicales. De hecho, en el caso de España la segunda ola comenzó en pleno verano. Entonces, ¿cuál es la influencia de la temperatura, la humedad y la radiación solar en la transmisión del SARS-CoV-2?
Responder a esta pregunta implica tener en cuenta que las condiciones ambientales influyen en la transmisión de la enfermedad, y de muchas otras, según tres aspectos diferentes que desgrana el profesor David Pino González en 'The Conversation': factores sociológicos, factores microbiológicos y factores fisiológicos.
Las condiciones ambientales modifican nuestros hábitos de vida. En verano solemos pasar menos tiempo en interiores. Esto debería haber ayudado a disminuir la transmisión, pues se ha demostrado que el riesgo de contagio de la covid19 puede ser hasta veinte veces mayor en interiores.
Esto puede deberse a que la transmisión se produce, no solo mediante gotas balísticas que caen rápidamente al suelo, sino también a través de partículas líquidas más pequeñas llamadas aerosoles que exhalamos al respirar, hablar, toser o cantar y que pueden contener virus activos.
Los aerosoles pueden permanecer suspendidos en el aire durante varios minutos en función de su tamaño y de las condiciones ambientales (los movimientos de aire que haya). Esto implica que la covid19 puede transmitirse también a distancias mayores de 2 metros, especialmente en interiores mal ventilados con mucha gente sin mascarilla, si se habla alto, se canta o se respira con intensidad.
Las condiciones ambientales también influyen en el tiempo que el virus se mantiene activo en el aire o sobre una superficie, aunque esta última vía de contagio parece que es menos importante de lo que se creía. En un ambiente hospitalario se ha encontrado SARS-CoV-2 en el aire hasta 4 metros de distancia del paciente y sobre diversas superficies, donde puede permanecer activo entre unas horas y más de un día, dependiendo de la superficie.
Sin embargo, otro estudio detectó el virus en el aire y sobre diversas superficies de las habitaciones de planta, pero no en las tres habitaciones de UCI analizadas. Es importante señalar que, para que se produzca infección, no basta con que el virus esté presente en el aire o sobre una superficie; también tiene que estar activo. Después de un tiempo, que depende de la superficie, el virus queda inactivo, es decir, no causa la enfermedad.
Se ha demostrado que la radiación ultravioleta del sol inactiva el virus después de unos pocos minutos. En función de la intensidad solar, a 21 ℃ y 40 % de humedad relativa, el virus en el aire puede pasar de estar activo 1 hora a 2 minutos. Debido a los anteriores factores, los parques durante el día son entornos con un riesgo de transmisión bajo. Cerrarlos, una medida sin respaldo científico hasta ahora, puede ser incluso contraproducente: las interacciones sociales entre niños serán entonces en interiores, donde no hay radiación solar y la ventilación es menor.
Por otra parte, la radiación ultravioleta (UV) C –no presente en la luz solar que llega a la superficie terrestre– también inactiva el SARS-CoV-2. Por eso se ha propuesto como método para reducir la concentración del virus en interiores con mucha gente y sin ventilación efectiva. No obstante, es necesario comprobar que este tipo de radiación no produce lesiones cutáneas.
La temperatura y la humedad relativa también influyen en el tiempo de inactivación de los virus que se transmiten por vía aérea. En el caso del SARS-CoV-2 tenemos estimaciones del tiempo de vida tanto sobre superficies interiores como en el aire, aunque su efecto es menor que el de la radiación solar.
En general, la vida media del virus es mayor en ambientes fríos, especialmente cuando la humedad relativa es baja. Esto, junto a una mala ventilación, probablemente explique algunos brotes registrados en industrias de procesado de alimentos, principalmente cárnicas.
El fenómeno también podría explicar por qué la incidencia ha aumentado en regiones, como el sur de los EEUU, con altas temperaturas, donde el aire acondicionado (que también disminuye la humedad relativa) es habitual y la vida se hace mayoritariamente en el interior. En este sentido, se recomienda mantener la humedad relativa en valores altos, pero siempre dentro de los rangos de confort. En cualquier caso, si no se respeta la distancia en interiores, el efecto de la temperatura o la humedad sobre la vida media del virus y, por lo tanto, sobre la transmisión de la covid19, es reducido.
Aunque no hay prácticamente estudios específicos sobre covid19, se ha comprobado que la temperatura, la humedad y la radiación solar modifican nuestra susceptibilidad a contagiarnos de una enfermedad infecciosa respiratoria.
Estas variables cambian nuestra capacidad para impedir que los virus entren en las vías respiratorias o mejoran nuestro sistema inmunitario. Esto es un factor fundamental para explicar la estacionalidad de algunas infecciones respiratorias debidas a virus, como la gripe. La radiación solar, a través de la UVB, favorece la generación de vitamina D en la piel. La vitamina D mejora la respuesta inmune y ayuda a reducir el riesgo de contagiarse o morir por una enfermedad infecciosa.
Por su parte, respirar aire a bajas temperaturas disminuiría la temperatura del epitelio nasal, reduciendo la efectividad de las defensas respiratorias locales. Esto haría que las fosas nasales pierdan en parte la capacidad de impedir que las partículas que transportan el virus entren en las vías respiratorias.
En resumen, el efecto de la radiación, la temperatura y la humedad en el SARS-CoV-2, y en nuestro cuerpo, así como el cambio de hábitos cuando llega el frío, pueden facilitar la transmisión del virus en otoño e invierno. Esto podría explicar en parte el aumento de casos actualmente en Europa, y lo que ocurre con muchas otras enfermedades infecciosas respiratorias (incluida la pandemia por gripe de 1918). Por eso algunos científicos pronosticaron la segunda ola de la covid19 para el otoño en el hemisferio norte.
Sin embargo, hay muchos otros factores, como por ejemplo las medidas de prevención, la realización de pruebas PCR y el estudio de contactos posterior y, sobre todo, la falta de inmunidad de la población, que muy probablemente afecten más a la transmisión de la covid19, como lamentablemente hemos podido comprobar en España este verano.