Cuanto más aprendemos sobre el coronavirus, más evidente se hace la importancia de la transmisión a través de las gotitas respiratorias en el aire, particularmente en espacios cerrados sin una ventilación adecuada; esto hace que el virus viaje y contamine el aire después de que una persona infectada tosa o estornude.
Si bien los científicos han estudiado las propiedades del aire en la boca, como el volumen, la temperatura, la distribución de las gotitas y la humedad, se sabe menos sobre cómo cambian estas propiedades a medida que viajan por el aire.
En la revista científica Physics of Fluids se ha publicado un estudio del Instituto Americano de Física donde los investigadores estiman el volumen evolutivo de la nube de la tos y cuantifican la reducción de su volumen en presencia de una mascarilla facial.
"Cuando una persona tose, ¿cuál es el volumen de aire que se contamina debido a la tos expulsada por la persona?", se pregunta el equipo en su artículo publicado en Physics of Fluids. "La respuesta a esta pregunta no es sencilla, porque el aire circundante es arrastrado por la nube de tos que sale de la boca de la persona y, eventualmente, se convierte en parte de él; por lo tanto, un volumen mucho mayor que el inicialmente expulsado se ve afectado por la tos".
El equipo quería descubrir formas eficaces de reducir la infección en interiores, como determinar el número máximo de personas que pueden alojarse con seguridad en un espacio cerrado. También querían averiguar el efecto de la temperatura y la humedad en la propagación de las nubes de tos, para determinar cuánta ventilación se necesita para reducir la infección.
Utilizando un análisis basado en la teoría de los chorros, encontraron que los primeros cinco a ocho segundos después de la tos son los que importan para suspender las gotitas exhaladas en el aire y, por consiguiente, para la propagación de la enfermedad. Después de ese tiempo, la nube de tos comienza a dispersarse.
Además, descubrieron que la tos sin mascarilla crea un volumen de nube aproximadamente siete veces mayor que una mascarilla quirúrgica, y 23 veces mayor que una mascarilla N95 o FFP2. "La presencia de una mascarilla reduce drásticamente este volumen y, en consecuencia, disminuye significativamente el riesgo de infección para las demás personas presentes en la sala", escribió el equipo.
"Encontramos que cualquier cosa que reduzca la distancia recorrida por la nube, como una mascarilla, un pañuelo o toser en el codo, debería reducir en gran medida la región sobre la que las gotas se dispersan al toser y, por lo tanto, las posibilidades de infección", dijo Rajneesh Bhardwaj, uno de los autores del estudio.
Curiosamente, los investigadores descubrieron que la fuerza con que tose una persona, que repercute en la velocidad y el volumen iniciales de la tos, no afecta al volumen de la nube de tos cuando la persona no lleva una mascarilla.
De este modo, esta fórmula será útil para determinar el número máximo de personas que pueden ser alojadas en una sala de hospital y la tasa mínima a la que debe circular el aire de una habitación, un ascensor, una sala de cine, un coche, una cabina de avión o un restaurante para reducir las posibilidades de contagio.