Alfredo Sanfeliz sueña con crear un centro de conversación, un lugar al que vaya la gente y que el propósito sea conversar desde una honestidad de relación. Porque la conversación es muy escasa en nuestra sociedad, asegura. “Estamos todo el tiempo queriendo demostrar que tenemos razón. Yo hablo de conversar para cambiar de opinión o para enriquecerla, no para tener razón, no para ganar, no es un debate. Tenemos una sociedad, yo creo, a la que le sobran los debates y los debates son el veneno para la verdad. Porque cuando uno discute, lo que busca es tener razón en lugar de la verdad, ya lo decía Shopenhauer y yo lo digo a menudo. Para comprender la verdad hay que escuchar muchísimo al otro”.
Es posible que, si cuando exista en un futuro, usted acude a ese centro de conversación, pueda charlar con Alfredo Sanfeliz sobre rentabilidad espiritual. Se trata de un concepto con el que este escritor y ’personal trainer de la negociación’ -como le gusta llamarse- nos invita a cambiar de paradigma y a tratar de ver el mundo, y a nosotros mismos, sin el filtro que lo filtra todo y lo condiciona todo: el dinero.
En su quinto libro, La democracia de las emociones (Kolima 2022) Sanfeliz nos propone mirar nuestro mundo como si fuéramos extraterrestres y viniéramos de Marte, es decir, completamente desapegados de nuestra historia y nuestros condicionamientos para poder ver con la objetividad de un observador los fenómenos que se dan en la sociedad.
La democracia de las emociones es una radiografía de la sociedad actual, seca de espíritu, excesivamente financializada y anclada en una mentalidad que no concibe una sociedad con formas de rentabilidad o de motivación no basadas en el dinero. Porque el dinero que lo impregna todo: nuestra manera de comportarnos, de relacionarnos e incluso de entender nuestro propio bienestar.
Su larga trayectoria profesional como negociador en conflictos, ha permitido a Alfredo Sanfeliz experimentar “la insensibilidad del dinero, que deshumaniza las relaciones, que provoca permanentes actitudes de tensión y conflicto, de confrontación y de absoluto egoísmo”, explica en el libro.
Pregunta: Hemos llegado al punto en que esos aspectos deben ceder el paso a la búsqueda del verdadero bienestar emocional, humano y espiritual, como dices en el libro. ¿Qué significa exactamente la democracia de las emociones?, ¿es una crítica?
Respuesta: No es una crítica, no, es un titular que surge de una observación de que el mundo funciona mucho más por emociones que por la razón. Cada vez tienen más peso las corrientes de la economía conductual de los premios Nobel como Kahneman, Thaler etc, que están hablando de que lo que mueve las decisiones son factores inconscientes, aunque luego les pongamos un filtro. Eso, por un lado, es una llamada a la emoción. Pero es que luego, en el campo político y social, la emoción…’La democracia de las emociones’ me viene como el griterío social, el alboroto en el que cada uno chilla a su manera con una gracia, con un meme, con una historia, y que despierta adhesiones y enemistades y, cada vez más, el fruto de las cosas es el resultado de una gestión adecuada por los líderes o por los que aprovechan todos estos sistemas de emociones a favor de unas cosas o de otras; y con esto se ganan elecciones o las compañías posicionan sus marcas…
P: ¿Vivimos en un mundo mucho más emocional que racional?
R: Hay mucho de conexión emocional y uno se va con uno o con otro a la hora de votar o de comprar algo por unas cuestiones que no somos muy capaces de identificar porque, además, hacer un escrutinio técnico de qué es mejor es muy complicado y hoy día nos vemos muy arrastrados por la emocionalidad en un mundo muy confrontado.
P: Como experto en el campo de la negociación de conflictos ¿esto del confrontamiento lo tienes muy presente en tu vida?
R: Todo este cruce de reivindicaciones, griteríos, alborotos…yo, que estoy mucho en el mundo del conflicto lo vivo, sí. Hoy, un meme. Un pleito da exactamente igual si no tiene trascendencia en el mundo político, si no tiene trascendencia en los medios. Y en los medios lo que cuenta además es el titular…
P: Es que tenemos una sociedad muy superficial, seca espiritualmente como dices en tu libro.
R: Por un lado, tiendo a ser crítico con la superficialidad de la sociedad y la falta de profundidad, de reflexión. Pero, por otro lado, me pregunto si esto no es un mecanismo natural maravilloso: el que la sociedad funcione por la suma de superficialidades.
P: Si, por ejemplo, miramos todo el movimiento ciudadano que se ha generado en torno a la guerra de Ucrania para ayudar a los refugiados, no parecemos una sociedad tan seca de espíritu…¿O crees que esas acciones pueden responder a otra cosa, por ejemplo al ‘buenismo’ tan instalado en nuestra cultura?
R: Creo que el mundo sí que tiene arraigado cada vez más que no puede dejar a gente morirse en otros países y que hay que de verdad respetar a todo el mundo. Hay mucho ‘buenismo’ que yo critico y es el de lo políticamente correcto que lleva casi a privar de la libertad de expresión en muchos ámbitos, pero, por otro lado, este ‘buenismo’ tiene una cierta contribución que hay que reconocer. Hay que reconocer que tiene sus cosas buenas (…) Hay muchas iniciativas y la gente aprovecha porque como que tiene una necesidad de sentido, y de sentirse útil verdaderamente, coge el coche y se va a buscar a no sé quién con toda su buena intención, porque eso le llena. Pero luego también porque la gente lo cuenta, la gente se siente integrada en ‘lo que hay que hacer’.
P: O sea, que también estas iniciativas tienen su matiz de superficiales cuando son de postureo y lo que buscan es el reconocimiento de los demás…
R: Yo creo que hay mucho postureo, sí… y no lo digo como crítica, porque yo creo que el que va allí, está haciéndolo dentro de esa inconsciencia de lo que le moviliza. No es que esté engañado, lo que pasa es que no es consciente de que mucho de eso que le moviliza tiene mucho que ver con su propia imagen y ese postureo. Creo que muchas de las cosas que se hacen en la sociedad, si no las pudiéramos contar, no las haríamos.
P: En tu libro hablas del paradigma del dinero. Que vivimos ciegos a un sistema hiperfinancializado y a un montón de creencias inconscientes que están condicionando nuestro modo de vida, nuestro bienestar…
R: Uno de los propósitos de este libro es despertar un poco esa consciencia de cómo el lenguaje, la conversación, los términos que se utilizan tan economizados, tan financializados, nos distraen y nos desvían todavía más, porque hemos asociado lo bueno y lo malo a todo lo económico; ¡que no es que esté mal! Pero es que nos olvidamos por completo de todo lo otro. Y yo creo que, incluso la terminología del mundo de ‘bienestar’ es una terminología absolutamente equivocada: debíamos decir ‘el bientener’ porque tal y como se mide, es ‘bientener’. Es un ‘bientener’ hecho e impuesto por las personas de mente mucho más fría, financiera, poco emocional, poco de sentimiento, de sentido, muy cartesiana, matemática, de lo medible…y se olvidan de que la felicidad es mucho más un sentimiento y que debíamos usar ‘bientener’ para lo que se está midiendo ahora, el PIB y todo eso: eso es el ‘bientener. El bienestar es un sentimiento que está olvidado (…) la felicidad de verdad se busca a través de los sentimientos, de las emociones, del espíritu, la trascendencia, la conexión con lo que uno hace, en fin…todas estas cosas muy etéreas pero que es donde de verdad está la felicidad, ¡una vez que uno tiene todo, claro!, si no tienes comida, pues lo primero es lo primero.
P: Antes de buscar la felicidad en esas cosas más etéreas es tener las necesidades básicas cubiertas. Pero claro, el sistema cada vez nos va creando más y más necesidades que nos vamos creyendo que son básicas, como por ejemplo ir a esquiar, estudiar un año en el extranjero…
R: Existe esa necesidad de crear necesidades porque si no, ¡es que lo tenemos ya todo! y hay que inventarse cosas nuevas para que la gente siga consumiendo cuando todo se soporta en el lenguaje del dinero y de la productividad (…) Pero esto va de cambiar las narrativas individuales. Yo, en los últimos tiempos he renunciado a muchas cosas: renunciar en el sentido más de ganar una libertad absoluta e increíble, y he pasado del decir que necesitaba cosas a decir, bueno, pues no las necesitaba en realidad, si las tengo y las puedo disfrutar bien, pero si no puedo ir a esquiar, por ejemplo, pues no voy a esquiar y ya está. Y eso da una libertad increíble. ¡No pasa nada! pero es que se está fenomenal sin ir a esquiar también. Pues haré otras cosas o ya iré el año que viene. Pero es que, además, cuando tú has saboreado una vida mucho más verdadera, te das cuenta de que eso tiene un precio que puede ser el no hacer tal cosa o tener un coche más pequeño o lo que sea, porque realmente ves la compensación, ves esa rentabilidad espiritual, como yo la llamo, que tiene un beneficio de otro tipo…
P: Es como si una idea inicial que era buena: que todas las personas tengan sus necesidades básicas cubiertas, se hubiera vuelto contra sí misma y hubiera creado unas dinámicas muy destructivas…
R: Nos hemos convertido claramente en victimas utilizados por el propio sistema -no por nadie en concreto- sino por el por el sistema que hemos hecho entre todos y que nos tiene muy secuestrados (…) hoy, el sistema, lo que es la competitividad -que es muy saludable para muchas cosas- tanta competencia está trabajando en contra de sí misma y de la calidad de vida, porque nos está llevando con la lengua fuera. Deberíamos fomentar mucho más una colaboración desde una consciencia de que si no lo hacemos, vamos a acabar francamente mal, enfermos todos y, además, a tres mil por hora…
P: En el libro nos haces reflexionar sobre si sería posible un mundo sin dinero…
R: Las fábulas que aparecen en el libro pretenden hacer ver a la gente por qué no va a poder existir una sociedad sin dinero. Es que ha llegado a tal nivel el estar impregnados del dinero, que uno no puede concebir un mundo, una sociedad sin dinero, con otros lenguajes, otros códigos, otros sistemas (…) yo trato de ayudar a la gente a que tome consciencia de que todo eso, efectivamente, acaba determinando nuestra vida sin ser demasiado conscientes, porque vivimos con esas influencias, con esos condicionamientos, pero como casi sin control de nuestras actuaciones, porque son fuerzas que nos llevan de una manera increíble. Y yo creo que el mundo, en este momento, solo puede mejorar subiendo los niveles de consciencia de la gente en general, porque yo creo que eso es lo que nos puede permitir llegar a enfocarnos más en lo que verdaderamente produce felicidad. (…) Cuando tú conoces otra felicidad mucho más profunda -que además no es incompatible con unas ciertas dosis de hedonismo- pues te das cuenta de que la plenitud, la felicidad verdadera, profunda, de largo plazo, estable, con momentos buenos y malos, va más por otro lado.
P: Esa felicidad más profunda genera una riqueza que no tiene nada que ver con la económica, dices.
R: Hoy día hemos convertido en riqueza cualquier cosa que contablemente contribuye al PIB. Poner protección de datos, un filtro, un sello y una auditoria -que es lo más molesto del mundo que hay- contribuye al PIB porque es generación de actividad económica. Pero, en realidad, a los ciudadanos no les genera más que una molestia rellenar lo de la protección de datos, darle siete veces al clic de una cosa que además no he leído…pero es que hay miles y miles de personas que trabajan en relación con todo eso. Los antivirus, estos sistemas de los ordenadores… Están todos peleados porque, todos estos problemas que tenemos de las actualizaciones, son básicamente por la guerra de competencia que tienen entre ellos. ¡Que por un lado mejoran! eso es indudable, pero, por otro lado, nos hacen la vida muy complicada porque intentan que te vayas por el canal de Facebook en vez de por el de Google y nos vuelven locos. Y es fruto de esa especie de agresividad -porque todo el mundo se tiene que buscar su hueco- y no hay mucho de cooperación. Para mí, el reto de esta sociedad en este momento es que sea capaz de seguir produciendo riqueza y ‘bientener’ con bienestar de verdad y poniendo mucho sentido y lógica productiva, combinada con una amabilidad y una humanización.
P: En algún momento de tu libro, dices que, a pesar de este paradigma de lo económico en el que vivimos, estás empezando a ver un cambio…
R: Creo que está cambiando un poco, sí. Lo que pasa es que sin duda la sociedad es muy exigente con los principios de los empresarios, de lo económico, de lo político y creo que todavía no ha tomado conciencia de lo que este libro trata de poner visibilidad, que es cómo afecta a todo esto la superfinanancialización en la que estamos metidos sin ser conscientes.