Lo estipulado no lo sigue nadie: "Las botellas de plástico están comercializadas para un sólo uso", confirma la doctora. Pero no pasa nada si se vuelve a rellenar alguna vez más porque "no se producen problemas de salud… eso sí, si se siguen las recomendaciones generales para ello, como lavar la botella después de cada uso con un detergente suave e inspeccionarla para asegurarse de que no tiene roturas o erosiones", comenta la internista Mónica Moreno.
El problema principal radica, por tanto, en las grietas que se forman en el plástico. En las hendiduras y pliegues se acumulan todos los 'bichitos': "la ruptura o erosión de las botellas de agua son un nido de bacterias procedentes de la boca, manos, exposiciones...", corrobora la doctora Moreno. Por eso, hay que procurar 'coleccionar' botellas que "sean de plástico más flexible hecho de tereftaleto de polietileno (conocidas como PET), que son reciclables y no las de Bisferol A", dice Moreno. Y es que, este último tiende a liberar más sustancias tóxicas con "el aumento de tiempo que permanece el agua en la botella, el número de reutilizaciones y las altas temperaturas", comenta la internista, y añade "dejar la botella al Sol facilita el crecimiento microbiológico de bacterias anidadas y por otro lado aumenta el desprendimiento de productos tóxicos". El Sol y su calor, dos enemigos latentes en este asunto de botellas 'envenenadas'.
Y sí, podríamos decir que las botellas de plástico usadas una y otra vez se convierten en un veneno que dejan problemas infecciosos, sobre todo, "a nivel gastrointestinal u orofaríngeo al contactar con bacterias adheridas a rayazos y grietas. En cuanto al Bisferol A, es un disruptor endocrino capaz de desequilibrar el sistema hormonal en caso de presencia continuada a concentraciones muy bajas, principalmente en bebés, estando relacionado con diversos trastornos orgánicos a muy diversos niveles y asociado a cáncer de próstata y de mama", detalla la internista Mónica Romero.