El sacrificio de todos y cada uno de los ciudadanos parece estar dando los primeros resultados en la lucha contra el coronavirus en España, donde se contabilizan más de 135.000 casos y más de 13.100 muertes. Las cifras son dramáticas y en las últimas 24 horas han fallecido un total de 637 personas, pero los últimos análisis efectuados por las autoridades sanitarias permiten afirmar que la denominada ‘curva de contagios’ se aplana. “Los datos siguen confirmando la tendencia de estabilización y nos reafirman el objetivo que nos hemos fijado esta semana, que es el de consolidar la ralentización en cuanto al número de nuevos casos”, ha manifestado el ministro de Sanidad, Salvador Illa.
Desde el día inmediatamente después a la declaración del estado de alarma, el 15 de marzo, hasta este lunes 6 de abril, el porcentaje medio de incremento de nuevos casos de coronavirus ha pasado del 22% al 3%, una señal, interpreta Sanidad, de que “las medidas adoptadas por el Gobierno y el ejemplar cumplimiento de las mismas por parte del conjunto de la ciudadanía” han “funcionado y beneficiado al conjunto de los españoles”.
Este lunes, además de ser el cuarto día consecutivo de descenso de mortalidad por coronavirus, el famoso ‘número reproductivo básico’, --que indica el “número de casos secundarios que se están produciendo a partir de cada uno de los casos confirmados”, siendo así un índice epidemiológico de suma importancia y referencia--, está bajando y ya se sitúa por fin por debajo del 1.
No es el único dato positivo: más de 40.000 personas han sido dadas de alta gracias al inconmensurable esfuerzo de los sanitarios que redoblando sus turnos combaten los devastadores efectos del virus. Las urgencias de los hospitales poco a poco van aligerando su carga, pero aún queda mucho trabajo por hacer y todavía algunas UCI permanecen al límite. En total, 6.931 personas permanecen ingresadas en ellas, y por eso, pese a la tendencia general a la baja, “no podemos relajarnos y bajar la guardia”. Lo ha advertido con esas palabras el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, quien ha dejado claro que se están redoblando los esfuerzos para “garantizar la seguridad del personal sanitario, garantizar el abastecimiento, apoyar el trabajo esencial de todos los profesionales, proteger a los colectivos más vulnerables” y, además, garantizar que se sigue cumpliendo el aislamiento.
El tiempo está dando la razón a una máxima que están recalcando autoridades sanitarias y expertos en uno y otro punto del planeta: el confinamiento es la mejor vacuna ahora contra el COVID-19; es la medida más eficaz para frenar la propagación de un virus que ha probado tener una altísima y sobrecogedora capacidad de contagio. El aislamiento, la distancia social y la reducción de movilidad son las armas desde las cuales recobrar el control para intentar ganar la partida al coronavirus. Lo vimos en la estricta cuarentena impuesta por China al comprobar cómo Wuhan, epicentro de la pandemia, seguida del resto de ciudades de la provincia de Hubei, se habían convertido en ciudades fantasmas. Y después en Italia, la vecina europea que vio cómo en un primer instante eran sus más bellas regiones del norte las que sucumbían igualmente a los estragos provocados por el virus. Su curva, muy similar a la nuestra, se convirtió desde entonces en ese otro espejo al que mirar, tanto para sacar lecturas negativas como positivas, y en ese país al que unirse en la desolación y el desconsuelo. En los últimas días, su tendencia descendente en el número de casos ha insuflado aire no solo a su ciudadanía sino también a la nuestra. Y hoy, tanto Italia como España, al unísono empiezan a vislumbrar, con la máxima cautela, un ápice de esperanza.
Fue allí, en Italia, donde resonaba con fuerza la controvertida posibilidad de que los niños empezasen a salir a las calles acompañados únicamente por un progenitor. Es una recomendación que estaban reclamando psicólogos infantiles y expertos en pediatría, que por un momento pareció que iba a consolidarse y materializarse. Sin embargo, la falta de consenso y el todavía rápido avance del virus hacía la decisión tan polémica como probablemente prematura.
Ahora, esa posibilidad que sigue sobre la mesa de la política italiana también empieza a planear sobre las próximas estrategias que puede seguir por España, que ya piensa en esa siguiente fase; en ese escenario al que llegaríamos ante una flexibilización de las medidas que se debe acometer de forma controlada, medida y con la más precisa de las cautelas.
En este sentido, el plan del Gobierno también mira a ese ‘efecto espejo’ surgido de la pandemia, es decir, a la forma en que han actuado otros países a los que el coronavirus ha llegado antes para evaluar y decidir, conforme a cómo han funcionado sus medidas, el mejor camino posible. Así, fijándose en China, quien ya da por controlado el virus y ahora redobla todo su esfuerzo en frenar los casos importados con sus fronteras cerradas a todo extranjero, España trabaja ya en un próximo escenario en el que el objetivo será aislar a los asintomáticos, los grandes contagiadores, así como a los casos leves. Para ello, basta mirar a la eficacia de Corea del Sur al combatir el brote desatado allí o prestar atención a la reiterativa instrucción dada por la OMS a través de su director general, Tedros Adhanom: “Test, test, test”. Test y más test para detectar los positivos y así poder aislarlos. Para encontrarlos, Sanidad ha comprado cinco millones de test rápidos y ha distribuido un millón al tiempo en que ha pedido a las comunidades autónomas que hagan un listado de instalaciones donde poder confinarlos, porque no todos pueden encerrarse en casa. Son las llamadas ‘Arcas de Noe’, destinadas a hacer posible la materialización de esa siguiente fase que, no obstante, todavía hay que mirar desde la –distancia– y el confinamiento, que se prorrogará hasta el 26 de abril y prevé, no obstante, una recuperación paulatina primero de la actividad empresarial, abriendo la veda a las actividades no esenciales poco a poco más allá de la Semana Santa.
El siguiente paso será la actividad social, esto es, dejarnos salir a la calle. Para ello, una hipótesis sobre la mesa es la posibilidad de que se generalice el uso de mascarillas, pese a que por ahora el Gobierno, como la OMS, reitere que su uso debe limitarse a los enfermos y sus cuidadores; a los contagiados y al personal sanitario. A lo que se teme es a que si se extiende su empleo no haya suficiente para estos últimos, y por eso la decisión no se materializará sin asegurar antes que, en primer lugar, tengan los que verdaderamente lo necesitan y, en segundo, que haya verdaderamente existencias en grandes cantidades para el resto de la ciudadanía.
Cuestionado al respecto de esa generalización en el uso de mascarillas, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, se mostró conciso: “Estamos estudiando todo un conjunto de medidas y muy probablemente esta va a ser una de las que vamos a recomendar, pero no quiero anticipar nada hasta que no lo tengamos decidido y lo podamos comunicar”.
De momento, lo que se revela es que los países asiáticos, con China a la cabeza, desde el primer momento han hecho obligatorio el uso de las mascarillas, mientras en Italia ya son varias las regiones que, como Lombardía y Toscana, --dos de las más afectadas en el país--, acaban de firmar órdenes encaminadas al mismo próposito: multas para todo aquel que salga a la calle sin mascarillas.
Para implantarlo, cientos de miles de estos elementos de protección han sido repartidos de forma gratuita por distintas zonas y farmacias determinando que, en primer lugar, sean repartidas primero a los ciudadanos enmarcados dentro del perfil más vulnerable. El tiempo dirá qué medidas adopta España en este ámbito, pero la tendencia de los países a los que llegó primero el virus parece querer mostrar un camino específico.