La relación con nuestros padres es la más importante de nuestra vida. Al fin y al cabo, ellos son nuestra principal figura de apego hasta la adolescencia, cuando las relaciones se diversifican y se vuelven más complejas. Aportan seguridad y son un modelo a seguir tanto para lo bueno como para lo malo. Sin embargo, esta relación no siempre se caracteriza por el cariño.
Al año se registran aproximadamente 121 millones de embarazos no deseados en el mundo según el Instituto Guttmacher, de los cuales el 39% acaban llevándose a término. La mayoría de estos padres desarrollan un vínculo muy sólido con sus hijos, pese a que no fuese algo planificado. Sin embargo, en algunos casos nunca llegan a sentirse del todo cómodos con el rol de la paternidad.
La culpabilidad y los planes truncados de futuro llevan a estos padres a mostraste indiferentes ante sus hijos, ignorando a menudo sus necesidades emocionales pese a cubrir las físicas. Y es que un niño no sólo necesita comida, una cama y juguetes. La comunicación, el cariño, la calidez y la validación emocional son tan o más importantes que cualquier otra necesidad, y cuando no son cubiertas, pueden aparecer problemas psicológicos a largo plazo.
En primer lugar, debemos diferenciar dos tipos de crianza:
Vivir con unos padres evitativos o ambivalentes no solo no es fácil, sino que puede provocar inseguridad, ansiedad, problemas para relacionarse con extraños, desconfianza hacia amigos o parejas, depresión y problemas de conducta.
Loren tiene 23 años y desde que cumplió la mayoría de edad decidió irse de su casa, buscar un trabajo y mantenerse sin depender de sus padres. ¿La razón? Que desde que tiene uso de razón, la relación ha estado marcada por las críticas y el odio. “No querían tenerme y no es un decir. Lo sé porque me lo han dicho muchas veces, y desde muy pequeño. Tanto que ni me acuerdo qué edad tendría cuando me dijeron por primera vez que no querían tenerme”.
Para Loren, la infancia no fue una etapa bonita. “Veía a mis amigos con sus padres y no entendía por qué en mi casa no era así. Y cuando tienes 8 años, te acabas culpando. Me sentía fatal por todo. Recuerdo que cuando murió mi abuela yo tendría 12 años y al enterarme me puse a llorar porque ella me quería mucho. Mi madre me dijo que dejase de hacerme la víctima. Lo pienso y me cabreo, te lo juro”, confiesa al recordar la historia.
“Me refugie en mis amigos y en otros familiares, pero mis padres siempre me hicieron sentir un estorbo”, relata. Su madre era una fuente de críticas constante, “he perdido la cuenta de las veces que me ha dicho que le he arruinado la vida”, y su padre sencillamente se mantenía al margen, “pasaba de todo y jamás me defendió, y eso también me duele”.
Respecto a las consecuencias de esta crianza tan difícil, el joven admite haber necesitado ayuda psicológica. “Desde pequeño me sentía inseguro por todo. Mi madre me había metido en la cabeza que era un desagradecido, un egoísta, un mal hijo, un pesado y un error, y acabé sintiéndome así con toda la gente. Me costaba mucho dar mi opinión porque pensaba que mis amigos se enfadarían o se molestarían, y para superar eso tuve que ir al psicólogo cuando ya fui mayor de edad y pude pagármelo”.
Ahora mismo, Loren apenas mantiene el contacto con sus padres. “Me entero de que están bien por mis tíos y como mucho nos escribimos una vez al mes por WhatsApp, pero ya. Yo no quiero saber nada de ellos”, reconoce.
Tal y como hemos visto, criarse en un entorno que te rechaza y humilla constantemente puede ser tremendamente dañino. También hablamos en Yasss del caso de Verónica, cuyo padre no quiso atenderla y tuvo que vivir en varias residencias de menores. En el vídeo puedes conocer su testimonio:
En situaciones críticas, incluso puede ser necesaria la intervención de los servicios sociales, por eso es importante denunciar si conocemos algún caso en el que haya abusos físicos o psicológicos.
Por otro lado, hay algunas recomendaciones para lidiar con esta situación de la mejor forma posible: