Cualquiera conoce un amigo, familiar o compañero de trabajo que ha sufrido trastorno de ansiedad, e incluso depresión. Nosotros mismos posiblemente también hemos sentido en algún momento esa opresión invisible en el pecho que te impide respirar o una tristeza inmensa, sin saber por qué.
En este tiempo que vivimos tan “líquido”, que no nos permite pararnos a pensar en lo esencial y desprendernos de lo superfluo e innecesario, es cada día más habitual encontrarse con personas que han sentido tristeza, vacío o desesperanza, irritabilidad o frustración, pérdida de interés o placer por la mayoría de las actividades que hacía habitualmente, alteraciones del sueño, cansancio y falta de energía o agitación o inquietud.
Todos estos síntomas forman parte de un cuadro de trastorno de ansiedad que, en algunas ocasiones, termina en trastorno por depresión. Patologías, ambas, que quienes las sufren tardan en reconocerlas, por desconocimiento, falta de información o pensar que la sintomatología desaparecerá sin ayuda de un profesional, lo que hace que se retrase su manejo y tratamiento, e incluso empeore.
Fernando Gonçalves Estella, del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), sostiene que, según los estudios realizados por distintos autores, “la prevalencia de depresión en adultos mayores en nuestro país se encuentra en torno a un 10% en las mujeres y un 6% en los varones”.
Esta cifra oscila según los grupos poblacionales estudiados y el grupo etario. “Por ejemplo, la prevalencia en la población rural tiende a cifras más aproximadas entre ambos sexos, influenciado por la mayor igualdad de los roles laborales en ese medio, en el que la mujer tiene responsabilidades muy similares al varón. Aunque en la mujer los ciclos hormonales y la perimenopausia favorecen una mayor prevalencia de esta enfermedad”, apunta.
Distinguir lo que nos está sucediendo es fundamental para tomar la decisión de consultar con un profesional, en ese caso acudiendo a la consulta del médico de Atención Primaria (AP). Este profesional es el encargado, si lo considera, de derivar al paciente hacia el psicólogo clínico de Atención Primaria (una unidad intermedia entre el primero y las unidades especializadas de Salud Mental) que atiende sintomatologías menos graves y menos definidas, y que supone una descarga para los departamentos de psiquiatría.
Asimismo, el seguimiento por parte del psicólogo clínico de Atención Primaria supone una intervención temprana que evita la cronificación de los síntomas del paciente, así como un menor consumo de psicofármacos a un año vista.
El doctor Gonçalves Estella considera que “el papel del médico de Atención Primaria es insustituible en la detección de casos de depresión en adultos mediante el despistaje diagnóstico diferencial inicial, el control del cuadro a través del tratamiento oportuno y los controles necesarios en el curso evolutivo de la enfermedad.
En ese sentido, el médico de AP es el auténtico psiquiatra de cabecera de sus pacientes, muy especialmente en medicina rural. Es reconocido que el médico de AP, por sí mismo, resuelve el 80% de las patologías que diagnostica y trata. En la depresión, al igual que en cualquier otra patología, como en diabetes, hipertensión y otras”.
En el abordaje de la depresión hay que distinguir entre llevar a cabo una prevención primaria, aquella que se realiza antes de que se desarrollen los síntomas, y secundaria, cuando estos ya están presentes. Antonio Cano Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, indica que cuando se realiza una prevención primaria “es necesario hablar de la depresión para que se conozca y cuáles serían los factores de riesgo. Además de tratar de motivar a la persona para que realice cambios en su estilo de vida de manera que fortalezcan sus factores de resiliencia y reduzcan sus factores de riesgo”.
En el caso de la depresión, un elemento que fortalece la resiliencia, continúa este experto, “es tener un buen apoyo social y una de las cosas que disminuye nuestra fortaleza es la soledad, el aislamiento, no tener apoyo social o no utilizarlo o mantener una vida sedentaria, etcétera. Hábitos que sería conveniente modificar”.
En personas mayores, lo primero que aparece es la soledad, enfermedades físicas crónicas, etc. Todo esto, explica este catedrático de Psicología, “hay que tratar de reducirlo; por un lado, favoreciendo el contacto social, la comunicación con los otros, creando objetivos comunes para compartir tiempo y actividades y, por otro lado, incluyendo un estilo de vida saludable que fomente la actividad física y permanecer activos”.
El presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés explica que hay que intensificar los cambios en la prevención primaria, “cuando vemos que una persona se está abandonando, reduce sus contactos sociales, muestra poco interés por las cosas, por las relaciones familiares y sociales, apatía, cuando observamos que está engordando, comiendo mal, que no realiza ninguna actividad física, que tiene problemas de sueño o de concentración al leer. En estos casos es muy probable que haya síntomas de depresión”, concluye Antonio Cano Vindel.
El doctor Fernando Gonçalves Estella indica que “aproximadamente del total de casos de depresión diagnosticados por el médico de Atención Primaria, el 20% se derivan a los especialistas en psiquiatría por su mayor complejidad o riesgo. Sucede, por ejemplo, cuando valora, tras el diagnóstico, un riesgo elevado de suicidio en el paciente, o en aquellos otros casos de mayor complejidad diagnostica por la presencia de otras patologías añadidas, como los no infrecuentes de pacientes con abusos de sustancias asociada a su depresión, o la coexistencia con otras enfermedades orgánicas, como la epilepsia, etc. E incluso por la coexistencia de otros trastornos psiquiátricos que agravan el cuadro, como los trastornos de la personalidad, psicosis, etc… Sin embargo, el 80% de los casos quedan bajo la exclusiva responsabilidad del médico de AP a lo largo de todo su proceso clínico, al igual que sucede con cualquier otro tipo de patologías”.
Además, comenta el representante del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la SEMG, incluso en ese 20% de casos que el médico de AP decide derivar al especialista, “el médico de AP va a seguir siendo absolutamente necesario para el control evolutivo de los cuadros de depresión derivados al especialista. Es decir, que el tratamiento, en realidad, será llevado a cabo por ambos hasta la curación o recuperación del paciente. Por ello, la relación que debe existir entre el médico de AP y el especialista en psiquiatría debe ser muy estrecha, extensa, fluida y de franca colaboración, pues ambos, también en los casos en que ha existido la derivación, persiguen alcanzar el mismo fin, que no es otro que el de la recuperación del paciente”.
Por eso es importante, y más dado el efecto en la salud mental que la aparición por la Covid19 ha tenido en muchas personas adultas, fortalecer los centros de salud de Atención Primaria con más médicos para que tengan un cupo de pacientes que sea manejable.
Una reivindicación que expresa así Antonio Cano Vindel: “Si anteriormente se tenía 1.200 pacientes, que son muchos, ahora con los problemas que hay de bajas, algunos profesionales en las redes sociales se quejan de que han aumentado a 5.500. Con 1.200 no tienen mucho tiempo, pero todavía pueden hacer seguimiento de sus pacientes, extenderse un poco más en algunos casos cuando sea necesario para dar consejos, para motivar, etc… pero cuando te incrementan el cupo por cuatro o cinco, no tienes tiempo para nada. Es sobrevivir realizando un trabajo que ya no te motiva”.
Además, este experto apunta que también hay que enseñar a la sociedad a que sepa identificar los síntomas asociados a la depresión porque, “cuando una persona tiene un problema emocional, no solo tiene ansiedad, también tienen tristeza, culpa, y las emociones están relacionadas con funciones vitales como, por ejemplo, el sueño, la sexualidad, la alimentación, los procesos cognitivos o los procesos fisiológicos”.
Una forma de prevenir la aparición de este tipo de trastornos en edades adultas es enseñar qué son las emociones desde la escuela. Porque tanto la ansiedad como la depresión, concluye el catedrático en Psicología, “son un trastorno emocional que deriva de haber tenido trastornos de ansiedad, emociones negativas como la culpa, la tristeza y estar dándole vueltas a los problemas, rumiándolos durante demasiado tiempo, y empezar a tener problemas y no saber que los tienes.
Las emociones son muy importantes, nos ayudan a todos los seres humanos y nos acompañan a lo largo de nuestra vida. Solo en un porcentaje relativamente pequeño se tuerce la tendencia adaptativa, y en ocasiones es por desconocimiento, falta de información y carencia de habilidades para reconducir los problemas emocionales”.