Asincronía emocional o ¿por qué nos asusta estar con una persona madura y asertiva?
Los expertos cuentan que la asincronía emocional puede marcar los roles de pareja para mal. Uno de los miembros se infantiliza, mientras que el otro asume toda la carga de la gestión emocional
En época de crushes, ghosting, roaching,roaching pocketing (a este paso se nos dislocará la lengua con los neologismos); en tiempos relaciones tóxicas y confusos amores digitales, cada vez va siendo más difícil saber en qué casilla encajamos con los amores por venir, especialmente si conocemos a alguien que parece tener las cosas muy claras, se maneja bien con el compromiso y desprende una cierta madurez en sus comportamientos y dinámicas emocionales. ¿Hemos dado con un unicornio? ¿Un milagro? ¿Salimos corriendo o nos quedamos a ver qué pasa?
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Aunque es un tema recurrente en muchas sesiones de terapias (“Doctor, me gusta la mala gente, los que me arrastran por el bajonazo, los ‘tú me dejaste de querer’”), puede darse el caso contrario: que nos topemos con una persona trabajada emocionalmente, tan serena en el efluvio amoroso, que nos asuste. ¿Hay psicofármacos para soportar esta felicidad angustiosa?
No todo el mundo sabe cómo manejarse en una situación así. Es lógico que haya personas asustadas ante la estabilidad emocional del su pareja; ese crush fresco y guapo que, en lugar de poner problemas, esquivar el compromiso o mantener una cierta distancia en los lazos para que la relación no escale, se muestra dispuesta y madura para asumir mayores vínculos y compromisos con nosotros.
Mucha gente entra en pánico cuando se da cuenta de que sus patrones relacionales evitan hacer match con ese tipo de personas.
El problema del desnivel relacional
En un artículo de Código Nuevo, la terapeuta Núria Jorba plantea la perplejidad que le produce esta cuestión cuando analiza las personas que acuden a su consulta en busca de ayuda para sus relaciones. “Si pregunto a un paciente qué busca en una pareja, normalmente me encuentro con las respuestas del tipo características físicas, un buen trabajo o buena familia, pero pocas personas me dicen “que sea maduro emocionalmente”.
Casi todos los psicólogos coinciden en las características típicas de las personas con cierta inteligencia emocional. La primera es la capacidad para reconocer sus sentimientos, identificarlos con categorías válidas y expresarlos abiertamente, sin miedo al qué dirán. ¡Por fin un hombre que no se expresa como un tanque de la Segunda Guerra Mundial y se abre emocionalmente!
Otros expertos hablan de cómo estas personas practican de forma natural la escucha empática (ponerse en el lugar del otro y comprender sus problemas sin aplicar sesgos ni juicios), saben gestionar las emociones negativas, sin negar su importancia; son realistas en el análisis de sus deseos y las posibilidades de cumplirlos, pero también propositivos, puesto que tienden a reformular las situaciones de la vida diaria, incluso las negativas. Aprenden a encontrar nuevas motivaciones a partir de ellas.
Es habitual que las personas con aversión a mantener relaciones con gente con las cosas claras, de cierta madurez emocional, establezcan un marco mental comparativo que les resulta doloroso o difícil de manejar. ‘Está en otro punto distinto a mí”. “Todavía no me he recuperado de la relación anterior y esto va demasiado rápido”, o que se dé una situación de asincronía en los roles, donde un miembro de la pareja es cuidador y el otro tiende a infantilizarse como vía de escape.
Jorba lo expresa así: “Lo fundamental es evitar hacer de mamá o papá con tu pareja, cuando una de las partes se comporta como un niño al tener inmadurez emocional, el otro tiende a coger el rol de papá o mamá y eso fomenta una relación disfuncional”.
La persona que sabe perdonarse se conoce mejor que quien siempre desea ser otro/a, que diría el sabio. Pero conocer lo que nos hace bien, la pareja unicornio ideal que por fin nos trae la claridad mental, no es lo mismo que desearlo o incluso buscarlo si nuestros patrones emocionales necesitan un reseteo y todavía estamos atados a la toxicidad de otras relaciones, más esquivas. El “te quito cuando tu me das” o el “no estoy cuando quieres que esté”.
Los inteligentes emocionales saben analizarse muy bien, y eso a veces es terrorífico. Nos aterra la posibilidad de que, por una vez, vivamos sin heridas y sin platos rotos. Puede que a nosotros nos cueste más contar cómo nos sentimos o identificar nuestras emociones, que nuestra nueva pareja parezca estar siete pasos por delante de nosotros en claridad mental y seguridad, y que eso derive en un miedo cerval a estar con una persona así.
¿La respuesta? Esa persona es tan humana como tú, tendrá sus propios problemas, sus inseguridades, su dolor, desamores, miserias, relaciones que acabaron peor que la central de Chernobyl. Lo único que te diferencia de ella es que ha aprendido a gestionar sus emociones y a comunicarlas. El match sigue siendo posible, siempre que abandonemos esa idealización del otro y no la convirtamos en la excusa para sabotear el vínculo.
Aprender reconocer cómo nos sentimos es, en cierto modo, aceptar de buen grado la humanidad que está dentro de nosotros, la falta, el juego de suma cero que es vivir. No tenemos por qué estar en el mismo nivel emocional que nuestra pareja. Lo imprescindible es tener voluntad de escuchar. Querer al otro es aprender de él sin obligarle a que se someta a nuestra tiranía emocional. Como bien dice el dicho: el amor, para quien que se lo trabaje