Ansiedad, estrés, depresión... Las enfermedades mentales se han convertido en uno de los grandes males de nuestro siglo, en un contexto de vida acelerada, condiciones precarias, trabajo excesivo, agendas apretadas y conectividad extrema... En el caso concreto de la ansiedad, a día de hoy ya afecta en España a miles de personas e influye en nuestro día a día. De hecho, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 1990 y 2013 el número de personas con depresión o ansiedad aumentó casi un 50 por ciento, de 416 millones a 615 millones, y cerca de un 10 por ciento de la población mundial está afectada. Uno de estos males es la llamada ansiedad social o fobia social, cada vez más frecuente. ¿Qué es y cómo tratar la ansiedad social? ¿Cómo podemos detectarla y cuáles son sus síntomas?
La ansiedad, tal y como la define nuestro Ministerio de Sanidad, es una reacción emocional que surge ante una amenaza -como lo son las situaciones de alarma, ambiguas o de resultado incierto- y que nos prepara para actuar ante ellas. Esta reacción la vivimos generalmente como una experiencia desagradable cuando nos ponemos en alerta ante la posibilidad de que ocurra algo negativo. Cuando anticipamos y pensamos en este posible resultado es cuando empezamos a alterarnos, a activarnos y a ponernos nerviosos. Por tanto, la ansiedad es una reacción adaptativa.
Sin embargo, puede darse el caso de que estos sentimientos de ansiedad y pánico interfieran en nuestras vidas y resulten difíciles de controlar, o desproporcionados en relación al peligro real al que nos enfrentamos. En estos casos, la ansiedad se convierte en un problema y se hace preciso tratarla a través del aprendizaje de ciertas técnicas, terapia y, en ocasiones, el uso de medicación. Los síntomas pueden empezar en la infancia o la adolescencia y continuar hasta la edad adulta.
Los síntomas asociados a la ansiedad tienen que ver con esa 'activación' de nuestro cuerpo: nuestro corazón late más deprisa, respiramos más rápido, se tensan nuestros músculos… Sería algo similar a experimentar que nuestro cuerpo se prepara para salir corriendo o para atacar.
En este momento, nuestro organismo se acelera y proporciona más oxígeno: por eso se respira más profundamente, el corazón late más deprisa y, con la sudoración, tratamos de eliminar el calor corporal. También pueden dilatarse las pupilas para tener más discriminación visual.
Al pensar más deprisa, anticipar riesgos y ponernos en el peor de los resultados posibles, cambia nuestro grado de atención, aumenta el grado de vigilancia, se agudizan nuestros sentidos y estamos más despiertos. Por eso se dice que un cierto grado de ansiedad es bueno para mejorar nuestra eficacia, porque nos hace estar más atentos. Sin embargo, en los casos en que la ansiedad se convierte en un problema, se presentan síntomas como los siguientes:
Algunas manifestaciones concretas de la ansiedad como trastorno son la agorafobia (temor a lugares o situaciones que puedan causar pánico o indefensión), el trastorno de pánico (ataques repetidos de ansiedad y miedo intensos que pueden ir acompañados de dolor en el pecho, latidos rápidos, sudoración…), mutismo selectivo (incapacidad para hablar en ciertas situaciones)... o la fobia social.
En el caso concreto de la fobia o ansiedad social, el desencadenante de estas respuestas (que se corresponden con los síntomas ya mencionados) es la interacción con otras personas, en distinto grado y en diferentes tipos de contexto en función del caso. Así, tal y como explica Mayo Clinic, "a diferencia del nerviosismo diario, el trastorno de ansiedad social comprende miedo, ansiedad y evasión, que interfieren con la rutina diaria, el trabajo, la escuela u otras actividades."
Este trastorno de ansiedad social suele comenzar a principios o mediados de la adolescencia, aunque a veces puede empezar en niños más pequeños, o ya en la edad adulta. En general, suelen manifestarse en forma de temor a situaciones donde uno pueda ser (o sentirse) juzgado, y genera sentimientos de angustia por sentirte avergonzado o humillado. Algunas personas experimentan miedo intenso a interactuar o a hablar con extraños, así como a que los demás noten que están ansiosos. También aparece miedo a experimentar síntomas físicos que puedan causar incomodidad y ser percibidos (sonrojarse, sudar, temblar, titubear, quedarse en blanco...).
Muchas personas con fobia social dejan de lado actividades en las que puedan sentirse avergonzadas y evitan a personas o situaciones en las que puedan ser el centro de atención. También es frecuente analizar y repasar cómo han interactuado en público para medir fallos, así como revivir con angustia momentos embarazosos.
En cuanto al tratamiento de la fobia social, dependerá de su gravedad, pero normalmente pasa por la psicoterapia, el uso de medicamentos, o ambos. La psicoterapia sirve, en estos casos, para aprender a reconocer y a modificar pensamientos negativos hacia uno mismo, así como para desarrollar habilidades y técnicas que permitan ganar confianza en situaciones sociales.