Cinco años han pasado desde que la pandemia de COVID-19 llevó al límite al sistema sanitario. Hoy, la neumonía bilateral que afecta al papa Francisco recuerda a la que sufrieron miles de pacientes en 2020, cuando hospitales colapsados se convirtieron en el escenario de una lucha desesperada por salvar vidas, informan A. Morales, A. Valverde y S. Armell.
El jefe de Enfermedades Infecciosas del Hospital Ramón y Cajal, Santiago Moreno, uno de los primeros sanitarios en contagiarse, recuerda con sobrecogimiento su paso por la UCI: “Estuve al límite, fue una impresión tremenda porque no había nadie. La soledad es seguramente la sensación que fue más cruel durante toda la pandemia en los pacientes hospitalizados”.
La falta de equipos de protección obligó a los profesionales a improvisar con bolsas de basura y gafas de buceo mientras enfrentaban un virus desconocido. En las primeras cinco semanas de pandemia, más de 35.000 sanitarios se contagiaron en España.
El colapso hospitalario fue absoluto. Pasillos, gimnasios y cualquier rincón disponible fueron ocupados por camas de pacientes con la misma patología. “Es como tener un accidente aéreo diario durante tres meses, esto fue una guerra realmente”, recuerda el coordinador de urgencias, Roberto Penedo.
Asimismo, el jefe de informática del hospital, Ángel Gil, describe el frenesí de aquellos días: “Todo era con prisas”. La demanda de oxígeno se disparó hasta el punto de agotar las reservas, como relata Ana Isabel Sánchez, jefa de Ingeniería: “Las alarmas de cuadros de gases empezaron a saltar”. En cuestión de horas, se instalaron tomas adicionales para garantizar la supervivencia de los pacientes.
En la UCI, la angustia era constante. El enfermero Imanol García recuerda que “había que trabajar, el miedo se quedaba en el parking y volvía en ese mismo lugar”. Intubar a un paciente significaba enfrentarse a una incertidumbre dolorosa: “Siempre cabe la posibilidad de que el paciente no se vuelva a despertar”.
Santiago Moreno, quien pasó por intensivos, confiesa el impacto que le ha supuesto regresar hoy al hospital: “Todo se podía haber acabado ahí”. No obstante, en medio del desastre, surgieron gestos de esperanza. Javier Hernández, jefe de Hostelería del hospital, recuerda cómo intentaron animar a los pacientes con mensajes de apoyo en sus bandejas de comida: “Saltó la chispa, vamos a animar a todas las personas que están aquí”.
Pero el peso emocional de la tragedia no solo marcó a los enfermos y sus familias. La jefa de Psiquiatría, Ángela Ibáñez, aún se estremece al recordar aquellos días: “Recuerdo el sonido de las ruedas de las camillas que llevaban a las personas que habían fallecido”.
Cinco años después, los ecos de aquella guerra sanitaria siguen resonando. No solo en las cicatrices de quienes la vivieron en primera línea, sino en la memoria colectiva de un mundo que, por momentos, vio tambalearse su futuro.
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