Miguel Pardeza (La Palma del Condado, Huelva, 1965) dio sus primeros pasos en el mundo del fútbol cuando, apenas con 14 años, llegó a Madrid procedente de Huelva para enrolarse en las filas del Real Madrid. Aún no había comenzado la década de los 80 cuando le ‘apadrinó’ nada menos que Alfredo Di Stéfano para acompañarle hasta el primer equipo, donde formó parte de la Quinta del Buitre. Antes había debutado en el Castilla con sólo 16 añitos.
Sin embargo, ‘Ratoncito’, apodo con el que se le conocía en aquella época, no quiso recorrer el camino cómodo y se marchó del Madrid en busca de minutos (en Chamartín compartía vestuario con dos de los mejores delanteros de la época, Butragueño y Hugo Sánchez) y de felicidad en el césped. Ambas cosas las encontró en Zaragoza, donde vivió la época dorada del club, salpicada de títulos y satisfacciones.
Con 32, aquel futbolista que junto al balón siempre llevaba un libro bajo el brazo, decidió colgar las botas tras una aventura en México. Al mismo tiempo que finalizaba su carrera sobre el césped, se licenciaba en Filología Hispánica.
Estás a punto de cumplir 60 años en un par de meses y esta temporada se cumplen 25 desde tu retirada. ¿Echas de menos algo de tu etapa como futbolista o es una etapa cerrada y olvidada?
La verdad es que echo muy poco de menos esa etapa. Primero, porque la realidad es incontestable. Y, en segundo lugar, porque nunca he sido muy nostálgico respecto a mi vida pasada. Siempre me ha motivado más lo que haré en el futuro que lo que ya hice. Por otro lado, mi perfil como jugador nunca fue muy canónico. Me encantaba mi profesión y jugar al fútbol, pero nunca me consideré un obsesivo del fútbol. Me gusta, lo sigo viendo, pero desde el principio tuve claro que esto debía acabar en algún momento.
Tras mi retirada como jugador, estuve vinculado al fútbol unos 14 años más, como ejecutivo en el Real Zaragoza y luego en el Real Madrid, pero, una vez salí, decidí orientar mi vida de otra manera. Estoy contento con lo que hago ahora, y eso también me evita caer en la nostalgia.
Decías que no tenías un perfil de futbolista muy canónico. Tampoco pareces un exfutbolista muy típico.
No lo sé, y tampoco me lo planteo. Creo que las etapas están para vivirse, y después lo sensato, si no lo inteligente, es reorientarse. La profesión de futbolista es muy bonita, no voy a negarlo, pero tiene el hándicap de que termina muy pronto. Hay que estar preparado para ese final, aunque no siempre es fácil.
El fútbol es un mundo absorbente que deja poco espacio para reflexionar o hacer autocrítica. Muchos futbolistas no piensan en el mañana hasta que están en la recta final de su carrera. Yo, como jugador, siempre intenté actuar con sentido común, aprovechar lo que el fútbol me dio y luego dirigir mi vida por otros caminos. Aunque lo normal para un exjugador es seguir vinculado al fútbol, en mi caso fue casi accidental, lo cual agradezco. Me permitió ver este deporte desde otra perspectiva, la de los despachos, aunque también sabía que esa etapa tendría fecha de caducidad.
Durante tu época como director deportivo, ¿te preocupaba transmitir a los jóvenes jugadores que el fútbol tiene fecha de caducidad o la actualidad te absorbía?
No había un propósito claro de hacer pedagogía con los jugadores. Estas reflexiones surgían más bien de manera espontánea y, casi siempre, a título personal. La dinámica del fútbol te lleva a otros mundos, alejados de la fría reflexión. Además, los jóvenes no quieren escuchar que hay un día después de jugar al fútbol. Es un tema complicado, porque son muy sensibles y no siempre están dispuestos a que alguien mayor les hable de un futuro que no desean imaginar.
Cuando era posible, reflexionaba con alguno en particular, pero no había un plan específico para advertirles sobre lo que les esperaba tras retirarse.
Tanto como jugador como director deportivo, has demostrado valentía. No todo el mundo se atreve a irse del Real Madrid en busca de más protagonismo…
Puede ser. Desde joven tenía claro que quería jugar, sabía que esto duraba poco y siempre sentí la presión del tiempo. Eso me llevó a tomar decisiones que, en principio, podían parecer arriesgadas, como salir del Madrid. No es fácil, porque es el mejor club del mundo. Además, yo crecí en el Madrid. Llegué con 14 años, en 1979, y pasé por todas las categorías hasta el primer equipo.
Logré mi parcela de historia en el club, pero las circunstancias me llevaron a tomar la decisión de marcharme. En ese momento estaban Butragueño y Hugo Sánchez, los dos mejores delanteros del mundo, y mis posibilidades de jugar con regularidad eran muy limitadas. Podría haber seguido en el Madrid, porque el club no quería que me fuera y la afición me apoyaba, pero sentí que necesitaba más protagonismo.
Decidí ir al Zaragoza, y fue una etapa gloriosa. Llegué a ser internacional absoluto, jugué un Mundial y gané títulos con el Zaragoza. La decisión, aunque arriesgada, fue muy satisfactoria.
¿Ya llevabas un libro bajo el brazo a los 14 años, cuando entraste al Madrid?
Sí, siempre he leído. Desde pequeño, leer y jugar al fútbol eran dos caras de la misma moneda para mí. A veces me preguntan sobre esto, y es cierto: me encantaba jugar, pero también me apasionaba leer. Los libros han sido grandes compañeros de viaje y ocupan una parte muy importante de mi vida, ahora incluso más que antes.
¿Recuerdas algún libro que te acompañara especialmente en las concentraciones? Muchos jugadores dicen que son tediosas.
He tenido muchos libros como compañeros. En los años 80, Borges era una figura central en las letras hispánicas, y lo leí mucho, al igual que Bioy Casares. También me marcó Sartre en mi adolescencia; descubrir el existencialismo y reflexionar sobre la libertad personal fue una revelación. Esos autores fueron fundamentales en mi etapa inicial como lector.
En tu época, ¿era habitual ver futbolistas leyendo? Entonces no había consolas...
Siempre ha habido compañeros que leían o estudiaban. No creo que sea tan raro, aunque es cierto que el tiempo libre a veces no ayuda. A veces se acusa al mundo del fútbol de ser un poco analfabeto o ágrafo, como si no tuviera ningún interés por la cultura. Yo suelo contraargumentar de esta manera: esto no es un problema exclusivo del gremio futbolístico ni de un sector particular de la sociedad. Que la gente lea más o menos no es algo exclusivo de los futbolistas; creo que es un problema de la sociedad en general. No sé qué leen otros sectores de la población o qué leen quienes se dedican a otras profesiones.
Siempre se pone como ejemplo a los futbolistas porque es algo muy visible. Se trata de personas jóvenes, que socialmente suelen estar asociadas al lujo, los coches, las marcas de ropa y otros signos frívolos que, aparentemente, los descalifican como ciudadanos. Sin embargo, esto no es exclusivo del mundo del fútbol, y tampoco se puede generalizar. En el fútbol encuentras gente de toda índole y condición, igual que en cualquier otra profesión. Así que no creo que debamos demonizar demasiado a los futbolistas.
Dicho esto, es cierto que estamos hablando de gente muy joven, que se dedica a una profesión absorbente. Aunque tienen tiempo libre, ese tiempo emocional o sentimental es relativo, porque la profesión hay que vivirla prácticamente las 24 horas. Y más en los tiempos modernos, en los que se juega muchísimo más que en los años 80 o 90.
¿Recuerdas de tu etapa de jugador a algún compañero con el que intercambiaras libros, que te dijera: “me he leído este, tienes que leerlo”?
No, la verdad que no. Aunque recuerdo a un compañero, Pascual Sanz, del Zaragoza, que sí era lector. Creo que era de los pocos que podían presumir de haber leído prácticamente toda la obra de Dostoyevski. Pero no, no tuve un amigo con el que tuviera muchísima complicidad literaria.
Tenía muy diferenciados mi tiempo profesional y mi tiempo de ocio. Siempre he tenido muchos amigos relacionados con la literatura y el periodismo. Eran ellos con quienes solía intercambiar libros, ideas y salir a menudo. No era de esos futbolistas que, fuera del campo, seguían hablando de fútbol. Aunque es cierto que tenía buenos grupos en Zaragoza con los que salíamos con nuestras parejas los fines de semana. Aun así, pasaba mucho más tiempo con gente relacionada con la universidad, escritores o mi carrera de Filología.
¿Recuerdas el día que decidiste estudiar una carrera, más allá del fútbol?
Lo decidí desde que terminé el Bachillerato. Para mí estudiar era algo independiente de mi profesión. Empecé Derecho en la Autónoma de Madrid, a principios de los 80, cuando ya jugaba en el Castilla.
Es decir, ¿no condicionaste los estudios a tu carrera futbolística?
No, para nada, incluso estando en el Castilla, ya siendo profesional, con sueldo aunque no comparable a lo de ahora. Sin embargo, nunca tuve la seguridad de que podría vivir del fútbol. Una lesión o cualquier circunstancia podía frustrar mi carrera. Por eso, abandonar los estudios me parecía una locura. Jamás me planteé dejar los estudios por el fútbol.
Dejé Derecho en cuarto, pero retomé Filología Hispánica y la terminé a los 32, el mismo año que me retiré del fútbol. Para mí estudiar era esencial. Nunca pensé en abandonarlo, aunque ya viviera del fútbol.
Debutaste en el Castilla con 16 años. ¿Recuerdas también el día que decidiste escribir una novela?
Empecé a escribir mucho antes. Mis primeras publicaciones fueron pequeños ensayos en un suplemento cultural de Zaragoza, dirigido por mi amigo Antón Castro. Luego, en los 90, El País me dio la oportunidad de escribir crónicas de fútbol.
En 2008, cuando dejé el Zaragoza como director deportivo, me planteé seriamente escribir mi primer libro. Me sorprendió lo mucho que se puede escribir con disciplina. Así nació ‘Torneo’. Después vinieron otros, como ‘Angelópolis’. Este año sacaré uno nuevo, y ya tengo más ideas. No soy tan constante como me gustaría, pero escribo todos los días y voy sacando cosas poco a poco.
Ya llevas unos cuantos.
Podrían ser más, pero no se trata de competir. Como decía Baroja, es cuestión de intentar escribir lo mejor posible y ser honesto con lo que haces. Con que haya mil lectores que me lean con interés, me doy por satisfecho.
Haciendo un paralelismo entre tus dos profesiones, ¿qué da más vértigo: una página en blanco o un penalti en el último minuto?
Sin duda, un penalti en el último minuto. La página en blanco te da tiempo; si no sale, puedes retomarla más tarde. Un penalti fallado en una final es irreversible. Ese error queda para la historia, mientras que la página en blanco siempre te da una segunda oportunidad.
Sigamos con el paralelismo: ¿la presión de la previa de un partido importante se parece a la de una presentación de un libro y cómo lo recibirá el público?
Nada de eso. Es mucho más angustioso el partido. Yo no era de los que se ponían demasiado nerviosos, pero sí vivía con cierta intensidad la previa, porque puedes sentirte bien, pero el desarrollo del partido te puede deparar muchas sorpresas: tu estado anímico, tu estado físico, algún imponderable que surja, las capacidades del rival, que quizá pensabas que serían llevaderas y luego resultan infranqueables. Un partido está lleno de sorpresas, eso está claro. En cambio, una presentación tiene una ventaja: normalmente, la gente que va a la presentación de un libro es un público que prácticamente tienes ganado.
Juegas en casa y con la grada repleta de amigos…
Exacto, como en los conciertos de música. Siempre he envidiado mucho a los grupos musicales, porque ellos se enfrentan a un público que son adeptos, incondicionales. Eso es una maravilla. En cambio, en el fútbol nunca tienes al público incondicionalmente de tu parte. Normalmente sí, sobre todo si juegas en casa, pero si haces un mal partido, tu propia gente puede convertirse en tu mayor problema para hacer las cosas bien. Estamos hablando de mundos totalmente distintos. En el arte, enfrentarse al hecho creativo es complicado, pero en cuanto al espectador no tanto, porque el que no te presta atención simplemente no existe. El público que va a un concierto, a una presentación o que decide leer tu libro ya tiene una predisposición bastante favorable, incluso partidaria, hacia lo que estás haciendo.
Pasaste de una vida eminentemente colectiva, de trabajo en equipo, a una completamente individual frente al ordenador. ¿Con qué disfrutas más? ¿Con qué te identificas más?
Son cosas distintas. Disfruté muchísimo jugando al fútbol, me encantaba. Pero también disfruto mucho escribiendo. Sin embargo, jugar era algo más espontáneo. Además, tiene otra ventaja: en los juegos colectivos siempre existe la coartada del compañero, del grupo. El grupo justifica muchas cosas, incluso tus malos días o tu inoperancia en un momento dado. La diferencia, y aquí es donde escribir es mucho más exigente, es que estás solo. No puedes echarle la culpa a nadie. Si eres un mal escritor, no puedes decir que es culpa del vecino. Escribir es un desafío individual y personal.
Va muy bien con mi carácter, porque me considero una persona que tiende a la soledad, bastante individual en muchos sentidos. Para la gente con este carácter, un poco retraído, que necesita estar alejada del ruido, escribir viene muy bien. Es una forma de estar solo, que es casi una necesidad emocional, pero al mismo tiempo te permite comunicarte con los demás.
No es fácil, porque primero no tienes ninguna coartada. Escribes porque te da la gana, porque quieres. Nadie espera que escribas ni te lo pide; es una decisión puramente individual. Y, por otro lado, tienes que enfrentarte a tus propias limitaciones y demonios. Ahí te toca buscar la manera de hacer algo que, insisto, merezca un poco la pena.
Antes has mencionado a Sartre y a Borges. ¿Cuál es el escritor y el futbolista que más te han marcado o con los que más has disfrutado?
El futbolista con el que más he disfrutado es Maradona. No llegué a ver jugar a Di Stéfano, aunque todos coinciden en que fue increíble. Personalmente, le debo muchísimo a Alfredo. Las voces más autorizadas lo ponen incluso por encima de cualquiera, porque representaba al jugador total: goleador, defensor, organizador. Pero, como no lo vi jugar, no puedo juzgarlo.
En cuanto a escritores, me resulta mucho más complicado elegir, pero volvería a Borges. Pero elegir a Borges sería injusto con muchísimos escritores que me han marcado, como Quevedo, Cervantes, Valle-Inclán, Vargas Llosa, Onetti, Faulkner… Todos ellos han tenido algo que ver en mi formación personal y literaria. Sin embargo, por razones sentimentales, porque fue el escritor con el que realmente abrí los ojos a la literatura, me quedo con Borges.
Después de tu último libro, La teoría general del abandono, ¿ya tienes algo en mente?
Sí, acabo de terminar un prólogo, una introducción larga, para un libro de González-Ruano, y, estoy terminando una novela, y tengo otra inédita que, aunque tiene sus puntos buenos, también tiene bastantes lagunas. Por ahora, la he dejado aparcada.
Revisar cosas pasadas debe ser complicado.
Sí, muchísimo. Soy un escritor lento. No paso a otra página hasta que no dejo la anterior lo mejor acabada posible, así que me cuesta avanzar. Esa novela inédita tiene más de 300 páginas; a algunos les ha gustado, a otros menos. Releer para corregir me cuesta mucho, por eso la he dejado. Empecé otra, que está medio acabada. Espero terminarla a principios del año que viene. También tengo otras ideas para libros, quizá de géneros diferentes. Vamos a ver cómo salen los proyectos.