Aitor Francesena, ciego y cinco veces campeón del mundo de surf: “Mis padres me lo tenían prohibido”

Aitor Francesena tiene 54 años y desde hace 12 vive, como él mismo explica, con la pantalla en negro. En 2012 perdió el único ojo que le quedaba por culpa de un accidente mientras surfeaba (el primero lo había perdido siendo apenas un niño por culpa del glaucoma). Aquello fue un duro golpe pero no lo suficiente para acabar con la pasión de Aitor por el surf. Sólo unas semanas después de aquel fatídico día, Francesena decidió volver a meterse al mar. 

Sólo escuchar las olas de fondo le hacía plantearse cómo sería subirse a una tabla en la más absoluta de las oscuridades. El miedo a marearse, sin duda, era un punto en contra para dar el paso, pero enfrente había muchos otros a favor. Así que, un buen día, cogió una gran tabla, se zambulló en el mar, y desde entonces no ha parado de crecer, mejorar y demostrar que la ceguera iba a acompañarle el resto de su vida, pero no le iba a robar su pasión por el surf.

En 2016, Aitor hizo historia al convertirse en el primer campeón mundial de surf adaptado en la categoría de ciegos, un logro que reafirmó su lugar como referente del deporte. A aquel título le han seguido cuatro más para convertirse en toda una leyenda.

Superado con creces el medio siglo de vida, Francesena continúa activo como surfista y entrenador, promoviendo el deporte adaptado y demostrando que las limitaciones físicas no son barreras insuperables cuando hay pasión y determinación.

Me gustaría empezar retrocediendo en el tiempo un poco antes del accidente en el que te quedaste completamente ciego. ¿Qué recuerdas de la época en la que surfeabas viendo? ¿Cómo nació tu amor por el surf?

Mi interés por el surf nació desde muy pequeño, pero en mi pueblo solo surfeaban los niños de papá, la gente con dinero que veraneaba en Zarauz. Eran muy pocos los que surfeaban en invierno y en verano venía más gente de Bilbao o Madrid.

Mis padres eran aldeanos de mentalidad cerrada y me tenían prohibido practicar el surf porque era un deporte de riesgo, y yo nací con una enfermedad congénita que me podía dejar ciego. Ellos temían que un golpe en los ojos pudiera empeorar mi situación. Por eso, en lugar de surfear, me dedicaba a patinar con un skate.

Pero en cuanto pude, empecé a ganarme la confianza de la gente que estaba en la playa, haciéndoles favores para que me dejaran sus tablas, y así empecé a surfear. Recuerdo perfectamente la primera vez que cogí una pared, una ola que no era espuma. Es algo totalmente diferente, vas subiendo y bajando sobre una rampa natural, y lo que sientes es increíble. Esa primera ola la cogí con 13 ó 14 años, y todavía me acuerdo de ella como si fuera ayer.

¿Lo hacías a escondidas de tus padres?

Claro, siempre a escondidas. Cuando terminaba mi preocupación era que tenía que secarme el pelo bien y asegurarme de que no se notara que había estado surfeando.

¿Ese fue el momento en el que te diste cuenta de que aquello era lo tuyo?

Sí, pero fueron muchas cosas las que me llevaron a practicar este deporte. Era algo que llamaba la atención a los jóvenes, porque lo practicaban personas especiales, como hippies con pelos largos, rebeldes que escuchaban música potente. Además, el surf es tan difícil de practicar que, cada vez que coges una buena ola, te llena tanto que olvidas todo lo malo.

¿Qué recuerdas de esos comienzos?

Cuando empezábamos, no teníamos el material que hay ahora. Ni trajes, ni licras. La parafina de las tablas nos dejaba el pecho y la tripa en carne viva. En caliente no se notaba, pero cuando se secaba, dolía muchísimo. Aun así, todo eso quedaba en segundo plano comparado con lo que te daba el surf.

¿Cuántos años estuviste surfeando antes del accidente que te dejó ciego?

Empecé a surfear con 13 años y me quedé ciego en 2012, hace 12 años. Nací en el 70, así que surfeé durante unos 30 años antes del accidente.

¿Nunca tuviste miedo de perder el otro ojo haciendo surf?

No, para nada. Era joven y atrevido. No pensaba en eso, simplemente quería estar a la altura de los demás. Perdí el ojo derecho a los 14 años por una enfermedad congénita, pero nunca pensé en parar. Siempre fui hacia adelante, sin miedo.

El segundo ojo lo perdiste por un golpe mientras surfeabas. ¿Nunca sentiste rabia o te planteaste dejar el surf?

Nunca. Muchas veces me han preguntado si estoy enfadado con la vida o con el mar, pero para nada. Con el ojo izquierdo viví tanto, hice tantas cosas a tanta velocidad, que sabía que algún día podía pasar. Me caí en una ola y se reventó el ojo porque tenía puntos de un trasplante de córnea que no había salido bien.

Muchas veces me han preguntado si estoy enfadado con la vida o con el mar, pero para nada. Con el ojo izquierdo viví tanto, hice tantas cosas a tanta velocidad, que sabía que algún día podía pasar

No me arrepiento de haber entrado al agua, aunque sabía el riesgo. Los médicos mismos me decían que siguiera surfeando porque veían que me estaba marchitando como una planta sin sol. Para mí, el surf era lo mejor, lo que más me llenaba.

Si el surf te ha llevado tan lejos sin ver, ¿hasta dónde crees que habrías llegado si no hubieras perdido la vista?

Soy cinco veces campeón del mundo, pero viendo ya di todo lo que podía dar. Surfeando con un ojo llegué a estar entre los mejores a nivel nacional y europeo, pero nunca hubiera sido campeón del mundo con visión. Lo di todo en su momento, y cuando perdí la vista encontré una oportunidad para seguir compitiendo en otra categoría, donde sí he conseguido ser campeón del mundo.

Cuando decidiste entrenar a chavales, ¿cómo lograste que confiaran en ti, sabiendo que no podías verlos?

Cuando empecé a entrenar, ya era uno de los mejores de mi playa y del país. Los padres de algunos chavales me pidieron que los entrenara porque yo les había enseñado a surfear desde el principio. Fue fácil porque me veían como un ejemplo.

¿Cómo cambió tu metodología de enseñanza cuando te quedaste ciego?

Tuve que adaptar todo. Empecé a grabar a los chavales en vídeo y luego analizábamos juntos cada detalle: desde la remada, la colocación en la ola, hasta cómo hacían las trazadas. Les pedía datos específicos y trabajábamos fotograma a fotograma. Además, les enseñaba a entender las sensaciones, algo que otros entrenadores no suelen trabajar. Eso les dio una ventaja única para mejorar su técnica.

¿Te plantearías entrenar a jóvenes ciegos?

Sí, por supuesto. No hay nadie mejor para enseñar a alguien que está en tu misma situación. Es lógico, pero hay muy poca gente ciega que surfea. Ellos tienen mucho que aprender, y yo he aprendido porque creo que es la mejor manera.

¿Cómo ayudas a esas personas?

Les doy datos y consejos, pero luego tienen que llevarlos a cabo. En este mundo, mucha gente habla, pero pocos hacen. Yo hago lo que puedo con lo que sé, pero cada persona debe esforzarse por aprender. Lo primero que tienes que aprender, siendo ciego o no, es a ser autosuficiente en el mar, siempre supervisado por alguien al principio. Si no, dependes de los demás y eso es un gran error. Yo sigo siendo el mejor porque aprendí a ser autosuficiente. Surfeo solo, incluso de noche, y esa autosuficiencia es lo que me ha llevado a ser campeón del mundo.

Lo primero que tienes que aprender, siendo ciego o no, es a ser autosuficiente en el mar

Y tú, más allá de surfear casi cada día, ¿entrenas fuera del agua?

Sí, es la única manera de mantenerme en forma con 54 años. Si no entrenas fuera del agua, es difícil competir con jóvenes que tienen más fuerza y nervio que tú. Por eso trabajo tanto la fuerza como el nervio.

¿Por qué es tan importante ese entrenamiento?

Porque con 54 años, si no te cuidas, pierdes tus ‘poderes mágicos’, por decirlo de alguna manera. Si no lo tienes en cuenta, estás en desventaja frente a los demás, y eso no puede ser si quieres ganar. La única manera de estar por encima o al nivel de tus contrincantes es entrenando mucho, tanto dentro como fuera del agua.

¿Qué consejo le darías a alguien que quiera empezar a surfear?

Que primero aprenda a ser autosuficiente en el mar. Después, debe estudiar el entorno: entender las olas, las corrientes, cómo usarlas, qué son las izquierdas, qué son las derechas... Hay que estudiar, necesitas saber cómo funciona lo que estás haciendo. Ese conocimiento te da tranquilidad, y desde ahí empiezas a funcionar.

¿Has tenido momentos difíciles en el mar?

Sí, he pasado sustos, momentos en los que no sabía dónde estaba. Con viento sur, no podía orientarme porque el sonido se movía. Es duro porque las espumas, que normalmente te guían, no te ayudan en esas condiciones. En esos casos, he silbado para pedir ayuda. Al oír una voz que te orienta, recuperas la tranquilidad.

¿Cómo afrontas esos momentos de desorientación?

Con paciencia. El mareo en el agua es muy malo. De hecho, era uno mis mayores miedos cuando me quedé ciego del todo. Cuando estás en un mal momento debes mantenerte calmado y rápido. Si no reaccionas rápido, puedes meterte en problemas graves. Una vez oyes una voz que te guía, entiendes todo y te relajas. He pasado pocos momentos malos, pero esos sustos me hicieron más prudente en el mar. Antes, entraba al mar en cualquier circunstancia, todo envalentonado.

¿Qué estás haciendo actualmente, además de surfear?

Escribo y también doy conferencias donde cuento mi vida y ayudo a la gente con mi experiencia. Me gusta transmitir, ayudar y aportar. En las conferencias cuento mi vida, y a la gente le gusta. No me considero mejor que nadie, pero intento que la gente aprenda de la vida, ya sea viviendo o estudiando.

Me gusta transmitir mensajes positivos e importantes, como que la gente evite las drogas y el alcohol. Es fundamental cuidar la mente para asumir los problemas que vienen con la edad. Si no tienes una mente clara y tranquila, no puedes afrontar la vida con sentido común.

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