Algunos yogures bebibles se promocionan desde hace años con la frase “ayuda a tus defensas” y con mensajes que dan a entender que pueden librarnos de ciertas amenazas que nos preocupan, como enfermedades respiratorias (catarros, gripes…) o el estrés del trabajo. Pero lo cierto es que todo eso no quiere decir lo que parece.
Hace casi treinta años, concretamente en 1995, un yogur bebible revolucionó el mercado. Se trataba en realidad de un producto lácteo fermentado (para poder llamarse “yogur” debe estar elaborado con dos tipos concretos de bacterias que en este caso no se utilizan) y era uno de los primeros alimentos funcionales que llegaron a nuestro país. Es decir, en principio cumplía una función que iba más allá de lo que se espera de un alimento común, al aportar, presuntamente, beneficios extraordinarios.
En su publicidad se indicaba que contenía un fermento llamado Lactobacillus casei inmunitass que reforzaba nuestro sistema inmunitario, un beneficio “probado científicamente”, según se decía en aquella campaña. En sus anuncios insinuaban que el producto resultaba útil para prevenir ciertas enfermedades , como los catarros de nuestros hijos.
Con el paso del tiempo, los mensajes emitidos por la empresa fueron cambiando paulatinamente. La palabra “inmunitass” acabó desapareciendo del nombre de la bacteria Lactibacillus casei y los avales científicos que en un primer momento se mencionaban para reforzar el mensaje se fueron diluyendo. Así, la frase “probado científicamente” se transformó primero en “demostrado por numerosos estudios científicos” y finalmente se esfumó. Y lo que es más importante, dejó de decirse que los supuestos beneficios del producto sobre el sistema inmunitario eran debidos a la bacteria Lactobacillus casei.
Para que una empresa pueda utilizar en la publicidad o en el envase de un alimento una declaración de salud como “el Lactobacillus casei ayuda a reforzar tus defensas”, debe contar con suficiente respaldo científico. Si no es así, la legislación no permite su uso. Y eso fue lo que pasó en este caso. No había, ni hay, suficientes evidencias científicas que permitan afirmar que esa bacteria ayuda a reforzar el sistema inmunitario o protege las defensas, así que la empresa dejó de atribuir esa declaración de salud a la bacteria con la que elabora su producto.
A día de hoy ese lácteo fermentado y otros parecidos que han ido surgiendo a lo largo de los últimos años, siguen incluyendo en su publicidad y en sus envases la declaración de salud “ayuda a tus defensas”. La mayoría de la gente sigue asociando ese presunto beneficio a la famosa bacteria L. casei. Pero si nos fijamos un poco, veremos que esa relación no aparece por ningún lado. Es decir, estas empresas ya no dicen que sea la bacteria la que “protege nuestras defensas”.
Si esa frase se sigue emoleando es porque se utiliza una estrategia que sí está permitida por la legislación: añadir determinadas vitaminas. Por ejemplo, sí existen evidencias científicas suficientes para poder afirmar que las vitaminas B6 y D contribuyen al normal funcionamiento del sistema inmunitario, así que estas empresas no tienen más que añadirlas a sus productos para poder hacer uso de esa declaración de salud.
Esta estrategia no solo se utiliza en estos productos lácteos. Por ejemplo, hay empresas que hacen lo mismo con agua mineral e incluso con galletas: añaden vitaminas D y B6 y pueden vender agua que “ayuda a tus defensas” o galletas que “contribuyen al funcionamiento del sistema inmunitario”.
El hecho de que se pueda utilizar esa declaración de salud en estos productos no significa lo que muchas veces se da a entender. Es decir orar, no significa que tomar productos lácteos fermentados con L. casei y con vitaminas añadidas vaya a curar el catarro de nuestros hijos o a inmunizarnos frente a la gripe. Lo que quiere decir es que nuestro sistema inmunitario necesita esas vitaminas para funcionar correctamente.
Ahora bien , para que nuestro organismo y nuestro sistema inmunitario funcionen correctamente necesitamos que la cantidad de nutrientes se encuentre dentro de un rango: si no es suficiente, no funcionarán bien y si nos pasamos de cantidad no funcionarán mejor e incluso puede llegar a ser peligroso; por eso se recomienda no tomar suplementos vitamínicos sin supervisión.
Además, estas vitaminas están presentes de forma natural en muchos de los alimentos que forman parte de una dieta normal y corriente, como los huevos, la leche o el pescado, y que en muchos casos son más baratos que esos lácteos.
Si los queremos consumir porque nos gustan y porque podemos permitírnoslo, no hay problema. Pero cuidado con los mensajes publicitarios. Además conviene priorizar los que no contengan azúcares añadidos ni edulcorantes.
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