¿Qué es la fiebre del heno?
A pesar de denominarse así, esta alergia no tiene nada que ver con el heno
La fiebre del heno es el nombre que se ha dado a la alergia al polen o rinitis alérgica estacional
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Aunque cada vez se utiliza menos el término, aún hay gente que se refiere a la alergia al polen o polinosis como fiebre del heno. Para encontrar la razón de esta denominación hay que viajar al pasado, concretamente a comienzos del siglo XIX.
Por aquel entonces, muchos de los trabajadores que se dedicaban a la recolección de heno experimentaban los síntomas propios de la rinitis alérgica, de modo que se consideró a esta planta como la causante. De ahí la denominación: fiebre del heno.
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Sin embargo, el heno pocas veces provocaba el típico lagrimeo, los estornudos o los dolores de cabeza, sino que estos se debían a otra gramíneas. A fin de cuentas, los agricultores pasaban mucho tiempo en el campo, especialmente en primavera, cuando se produce la floración. Y quienes tenían alergia al polen estaban totalmente expuestos a ella.
¿Qué es la fiebre del heno?
Explicado el origen de su denominación, podemos decir que la fiebre del heno es lo que habitualmente conocemos como alergia al polen o rinitis alérgica estacional. De hecho, es probable que con el paso del tiempo, el término acabe por perderse, sobre todo porque el heno no tiene nada que ver con esta patología.
Asimismo, si bien en el pasado este tipo de alergia no era tan común, en la actualidad afecta al 20 % de la población española, es decir, a unos 12 millones de personas, según la SEAIC (Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica), aunque no todos presentan los síntomas que exponemos a continuación.
Síntomas de la fiebre del heno
Los síntomas de este trastorno alérgico suelen incrementarse cuando los niveles de polen son más altos, es decir, durante los días más cálidos y secos en los que haya viento. En esos momentos, las personas alérgicas han de poner un especial cuidado, ya que, probablemente, se vean más afectadas con los siguientes síntomas:
- Picazón ocular y lagrimeo.
- Estornudos continuados.
- Mucosidad constante con goteo.
- Congestión nasal.
- Dolor de garganta.
- Dolor de cabeza.
- Tos seca.
- Cansancio.
Cómo combatir esta alergia
Una vez que un alergólogo determina que los síntomas anteriores se deben a la fiebre del heno –o alergia al polen–, es el momento de seguir los tratamientos más habituales.
- Tomar antihistamínicos. Estos medicamentos son la medida más habitual para disminuir los síntomas alérgicos y se pueden tomar tanto en comprimidos, como mediante un spray nasal o un colirio. Cabe señalar que algunos de estos antihistamínicos provocan somnolencia.
- Corticoides para evitar la congestión nasal. Uno de los principales problemas a los que se enfrentan quienes padecen alergia al polen es la congestión nasal unida al constante moqueo. En este caso el modo más efectivo es la aplicación continuada de corticoides nasales.
- Usar descongestionantes nasales. Para evitar la congestión no solo existen corticoides, también se pueden emplear este tipo de medicamentos cuya misión se reduce a aminorar la mucosidad y mejorar el tránsito del aire por las fosas nasales.
Además de los remedios anteriores, se puede optar por la vacunación contra este tipo de alergia, con el fin de estar preparados antes de que lleguen los meses en los que el polen y las gramíneas siembran el pánico entre los alérgicos. En este sentido, conviene apuntar que dados los vaivenes del clima, cada vez es más complicado saber cuándo comienzan a florecer las plantas.
Cómo se enfrentaban a la fiebre del heno en el siglo XIX
La fiebre del heno, también conocida como rinitis alérgica, es una reacción del sistema inmunológico a ciertos tipos de polen que se encuentran en el aire. Los síntomas más comunes son estornudos, goteo nasal, picazón en los ojos y congestión. En el siglo XIX, se creía que la fiebre del heno era causada por el heno recién cortado o por una enfermedad recurrente que se agravaba con el calor.
No fue hasta 1859 que un científico británico llamado Charles Blackley descubrió que el polen era el verdadero culpable de esta condición. Sin embargo, el tratamiento de la fiebre del heno en esa época era muy limitado y poco efectivo. Algunos de los remedios que se intentaban usar para combatir la fiebre del heno eran los siguientes:
- Evitar la exposición al heno, cerrando las ventanas y usando pañuelos o máscaras para cubrirse la nariz y la boca.
- Aplicar compresas frías o lavados con agua salada en los ojos y la nariz para aliviar la irritación.
- Tomar infusiones de hierbas como manzanilla, menta o jengibre para calmar la tos y el goteo nasal.
- Inhalar vapores de eucalipto, lavanda o romero para descongestionar las vías respiratorias.
- Consumir miel local o polen de abeja para aumentar la tolerancia al polen.
Estos remedios caseros y naturales podían ofrecer un alivio temporal, pero no eran capaces de prevenir ni curar la fiebre del heno. Fue recién a principios del siglo XX que se empezaron a desarrollar medicamentos antihistamínicos, descongestionantes y vacunas antialérgicas que podían controlar mejor esta afección.