Prefiero no probar ese nuevo restaurante. ¿Qué tal si nos quedamos en casa este fin de semana? Parece que tengo molestias otra vez, ¿será otra crisis? Esta situación me descoloca, no puedo controlarlo… Me marcho a casa.
Este tipo de pensamientos los suelen experimentar aquellas personas que sufren síndrome del intestino irritable. Quizá sea su caso o conoce a alguien con esa espada de Damocles en su vida diaria, porque es uno de los problemas que más gente lleva a la consulta del gastroenterólogo.
Y aunque aún se desconoce la causa exacta que lo produce, una nueva hipótesis, relacionada con la fuerza de la gravedad, podría arrojar luz sobre el enigma y cambiar la manera de enfrentarnos a él.
Clínicamente, el síndrome del intestino irritable se define como un trastorno crónico funcional (es decir, que no puede explicarse por alteraciones morfológicas, metabólicas o neurológicas) del intestino grueso. Entre los numerosos síntomas que produce, pueden citarse el dolor abdominal, la hinchazón, el estreñimiento, la diarrea y cambios en los movimientos intestinales.
Además, estas molestias se suelen solapar con otras afecciones intestinales y digestivas, como el estreñimiento funcional, la dispepsia y la pirosis o acidez gástrica funcional.
Su prevalencia parece diferir bastante entre países: desde menos del 1 % en la India hasta el 10 % de España y más del 20 % en Estados Unidos o Croacia. Un reciente metaanálisis publicado en la revista The Lancet Gastroenterology and Hepatology ha establecido la horquilla entre el 3,8 % y el 9,2 %, según los criterios utilizados.
Este estudio ha determinado también que lo padecen más las mujeres que los hombres (un 12 % frente al 8,6 %) y que es una de las causas de absentismo laboral más importantes.
Al clasificarse como trastorno funcional, son muchos los factores que propiciarían su aparición: episodios de pánico o estrés, eventos traumáticos, inflamación leve o distintos factores psicosociales pueden desencadenar las molestias. Digamos que el síndrome del intestino irritable se ha considerado siempre como una especie de “cajón de sastre” de síntomas abdominales.
En definitiva, no existe un único origen para el síndrome del intestino irritable, y justo por esto afrontarlo se hace tan complejo. No obstante, el panorama podría aclararse: como hemos apuntado antes, se ha presentado en The American Journal of Gastroenterology la poco convencional teoría de que debemos buscar su origen en una mala adaptación de nuestros sistemas gastrointestinal, musculoesquelético, cardiovascular y vestibular (responsable del equilibrio y la orientación espacial) a la gravedad.
En palabras de Brennan Spiegel, director de Investigación de Servicios Sanitarios del Centro Médico Cedars-Sinaí (Los Ángeles) y autor del estudio, “si estos sistemas no pueden controlar el arrastre de la gravedad, pueden producirse dolores, calambres, mareos, sudoración, taquicardia y problemas de espalda, todos ellos síntomas del síndrome del intestino irritable. Incluso puede contribuir al crecimiento excesivo de bacterias en el intestino, un problema también relacionado con el síndrome”.
La relevancia de la hipótesis de Spiegel es que conecta las diversas explicaciones que giran en torno al síndrome del intestino irritable con la gravedad como hilo conductor. Las anormalidades en los mecanismos de resistencia al tirón gravitacional del tracto gastrointestinal (como un mesenterio –pliegue de membranas que une el intestino con la pared abdominal– poco desarrollado o débil) generarían un colapso de órganos abdominales y los síntomas propios del síndrome del intestino irritable.
Otra consecuencia sería la proliferación anómala de bacterias en el intestino debido a un lento tránsito intestinal, lo que acarrearía un aumento de la permeabilidad intestinal, inflamación y una sobreproducción de serotonina. Este neurotransmisor no solo tiene un papel clave en la salud mental, sino que está relacionado con la motilidad intestinal y la función cardiovascular, además de ser un potente sensibilizador del dolor.
La columna vertebral, la caja torácica, el diafragma y los ligamentos actuarían conjuntamente a modo de “chasis” estabilizador de todas las vísceras de la cavidad abdominal. Si esta estructura no fuera capaz de aguantar la fuerza g (la aceleración que produce la gravedad terrestre en un objeto), se produciría estiramiento e inflamación, lo que activaría las neuronas sensoriales de forma sostenida.
Entonces aparecería la “sensibilización periférica”, que haría sentir dolor al paciente a umbrales muy bajos. Incluso sin ningún estímulo aparente.
El autor del trabajo asegura que la presencia de todos estos factores podría generar una emisión de señales de dolor de alta intensidad y frecuencia al cerebro, y que este modificaría la conducta y el estado psicológico de la persona para compensar el estado alterado.
La existencia de un eje intestino-cerebro integra ambos sistemas, pero su desregulación daría lugar a un círculo vicioso de sensaciones viscerales (dolor, calambres, hinchazón, cosquilleo…) e hipervigilancia. Esto empeoraría a su vez los síntomas gastrointestinales y la preocupación por esas molestias, lo que se conoce como “ansiedad visceral”. Si la hipervigilancia se mantiene en el tiempo, la persona puede alcanzar una situación de agotamiento vital.
Por lo tanto, la susceptibilidad al síndrome del intestino irritable estaría determinada por tres factores:
Así, una persona con poca resistencia mecánica, cuyo sistema nervioso periférico es muy sensible a estas tensiones y que, además, está constantemente alerta para proteger el cuerpo contra una tensión gravitacional –exista o no–, tendrá un mayor riesgo de desarrollar síndrome del intestino irritable.
Tras leer este trabajo podríamos preguntarnos si los astronautas padecen algún tipo de trastorno gastrointestinal durante sus vuelos espaciales en condiciones de microgravedad. La respuesta es que sí: suelen experimentar reflujo ácido, dispepsia, distensión abdominal, diarrea, estreñimiento e, incluso, cambios en su microbiota intestinal.
La idea de que el síndrome del intestino irritable sea una consecuencia de la intolerancia a la gravedad abriría un camino sin precedentes tanto en la percepción que tenemos del síndrome como en su tratamiento. Por fin podríamos organizar todos los factores o piezas de este gran rompecabezas llamado síndrome del intestino irritable, que, hasta la fecha y a pesar de los grandes esfuerzos, no hemos podido resolver. Nuevas investigaciones afianzarán o frustrarán esta fascinante hipótesis.
Artículo escrito por Elisabet Navarro Tapia (Coordinadora del Máster de Epidemiología y Salud Pública de la Universidad Internacional de Valencia, Universidad Internacional de Valencia) y Vicente Andreu Fernández (Director del Instituto de Investigación Biosanitaria de la Universidad Internacional de Valencia, Universidad Internacional de Valencia)