Ortorexia o cuando comer sano se convierte en una obsesión: "Si como ultraprocesados, me siento culpable toda la semana"
La ortorexia es un TCA o Trastorno de la Conducta Alimentaria caracterizado por una obsesión por comer sano
Inés (28 años) comparte su historia: “Yo solo quiero volver a ser la que era y que mi vida no gire alrededor de la comida”
¿Comer sano es lo mismo que comer nutritivo? Una psicóloga explica las claves para tener una buena relación con la comida
Inés decidió mejorar sus hábitos alimenticios en 2020, justo cuando comenzó la pandemia por coronavirus. “Pensé que ya que estaba en casa y no podía ir al súper cada dos por tres, podía cambiar algunas cosas”, comparte la joven de ahora 28 años con Yasss.
Lo que empezó siendo un cambio a mejor, se convirtió poco a poco en una obsesión que acabó con su salud mental: “echo la vista atrás y es muy fuerte cómo no me di cuenta. Era algo tan progresivo… Cada vez daba un paso más y al final he acabado yendo a una psicóloga tras tener una crisis de ansiedad en Navidad”. ¿El responsable de la crisis? Imaginarse frente a platos de comida que ella no había cocinado, con ingredientes que ella no había pesado y con calorías que ella no había contabilizado en la aplicación que siempre utilizaba.
MÁS
Ortorexia, el TCA silencioso en las redes sociales
La ortorexia es un TCA o Trastorno de la Conducta Alimentaria caracterizado por una obsesión por comer sano. En otras palabras, no es ser flexible y priorizar alimentos de alta calidad nutricional, sino que tu vida gira alrededor de la comida. “Yo me obsesioné con los ultraprocesados. A día de hoy, si los como, me siento culpable toda la semana”, confiesa Inés.
Este es uno de los síntomas clave de la ortorexia: la necesidad de controlar absolutamente toda la comida que entra en tu cuerpo, sintiéndote culpable si un día esporádico comes alimentos prohibidos en casa o fuera, e incluso evitando planes sociales que implican comer “comida real, solo comida real”, tal y como relata la joven.
¿Qué es comida real?, le preguntamos. “Comidas industriales que se preparan a partir de otros alimentos y que tienen muchos ingredientes, esa es la definición que te aprendes”, explica Inés, “pero en mi caso lo que hice fue instalarme una aplicación que me decía si un alimento era bueno, procesado o ultraprocesado, y ese fue el principio del fin”.
Contar macronutrientes y obsesionarse con las calorías
Inés comenzó a hacer la compra en función de lo que la aplicación le indicaba: “si era un alimento apto, lo comía sin culpa. Si lo marcaba como ultraprocesado, me lo prohibía para siempre. Y claro, esto era un sinvivir, porque después del confinamiento yo no podía controlar todo lo que comía”, recuerda. “Empecé a ir a restaurantes o a casa de amigas, o directamente a ver a mis padres y comer con ellos, y me sentía muy mal conmigo misma”.
Después de comer fuera, Inés restringía su dieta: “me volvía más estricta para compensar”. ¿El problema? Que ese círculo vicioso de culpabilidad y restricción cada vez iba a más.
“A mayores, me obsesioné con las calorías. Yo no quería perder peso ni nada cuando empecé a querer comer sano, pero empecé a tener miedo a engordar, a desarrollar resistencia a la insulina o a enfermar por comer comida muy calórica y ultraprocesada”, un miedo que nacía de las redes sociales: “seguía muchos perfiles en Instagram y TikTok que hablaban de este tema y yo pensaba que ellos sabían más que yo, así que creía todo a pies juntillas”.
Poco a poco, Inés redujo sus planes sociales para evitar la comida, pero la restricción no era sostenible: en cumpleaños y Navidades, tenía que sentarse frente a platos de comida cuyos ingredientes desconocía “y es que además me apetecía comerlos, lo que me hacía sentir todavía más culpable”.
El detonante fueron las cenas de Navidad de 2022. “Una semana tenía tres cenas: con mis padres, con mis amigos y del trabajo. Quería ir, pero a la vez me agobiaba pensar en todos los excesos. Total, que acabé con una crisis de ansiedad y con mi mejor amiga del trabajo diciéndome que por favor, fuese al psicólgo”.
Inés lleva casi dos meses recibiendo terapia psicológica y familiarizarse con el concepto de ortorexia, ya ha supuesto un gran cambio, pero todavía queda mucho: “tengo que trabajar mucho mi salud mental porque toda esta obsesión me la ha destrozado. El siguiente paso es comenzar con un nutricionista. Yo solo quiero volver a ser la que era y que mi vida no gire alrededor de la comida”, reflexiona.
Comer sano no es lo mismo que comer nutritivo
Aunque la ortorexia nerviosa es desconocida por ser un problema tan reciente, lo cierto es que afecta a cada vez más personas. Por eso es importante hablar de salud de una forma realista y, sobre todo, flexible.
Comer sano no es lo mismo que comer nutritivo. ¿Qué quiere decir esto? Que comer de vez en cuando un helado de Kinder Bueno quizá no te aporta grandes beneficios nutricionales (por lo tanto, no es una comida nutritiva), pero si estás dando un paseo y te apetece comprarte una tarrina junto a tu pareja o un amigo, te vas a sentir feliz (por lo tanto, es sano psicológicamente hablando).
Por lo tanto, comer sano implica:
- Que la comida que eliges tenga los nutrientes que tu cuerpo necesita para funcionar correctamente y, en la medida de lo posible, que no contenga sustancias perjudiciales.
Pero también:
- Que la comida que eliges te permita tener una buena salud mental, es decir, que comer no te genere ansiedad, culpabilidad, ira o frustración.
- Que no te castigues con conductas compensatorias como hacer ayuno, practicar ejercicio o restringir ciertos alimentos “para compensar”.
- Que tu autoestima no dependa de lo que comes o dejas de comer.
- Que tu vida social no gire alrededor de la comida, y que ésta no condicione ni tus planes ni lo poco o mucho que disfrutas con tus amigos, familia o pareja.