Todos tenemos muy claro cómo debería ser la relación con nuestros padres. Esperamos que nos apoyen, que nos respeten, que nos animen a ser independientes y que nos protejan sin incapacitarnos. Desgraciadamente, estos requisitos básicos no siempre se cumplen.
En redes sociales se habla constantemente del concepto ‘daddy issues’, que hace referencia a una relación conflictiva con el padre y a las secuelas derivadas de ésta. El ejemplo perfecto lo encontramos a la hora de elegir pareja, y es que muchas veces buscamos personas que repiten los mismos patrones que sufrimos en la infancia: poca comunicación, violencia, ausencias recurrentes o incluso relaciones con mucha diferencia de edad. Pero, ¿qué pasa cuando los traumas son con tu madre?
Los ‘mommy issues’ son mucho más complejos de lo que pensamos. Con esto quiero decir que discutir de vez en cuando con tu madre, no significa que tengáis una relación tóxica o un vínculo maternofilial abusivo.
Sin embargo, si que hay ciertas dinámicas preocupantes que surgen durante la infancia, pero que muchas veces siguen presentes cuando ya somos adultos.
Un ejemplo perfecto es la invalidación emocional o, en otras palabras, que tu madre te llamase exagerado/a, dramático/a o pesado/a por decir lo que sentías o lo que te molestaba. Si has sido víctima de esta dinámica, es posible que de adulto te cueste expresar tus opiniones y emociones.
Otro ejemplo es la sobreprotección. Que tu madre nunca confiase del todo en ti o que te metiese miedos en la cabeza, puede facilitar la aparición de problemas de ansiedad cuando eres adulto.
También es común la maduración forzada o que tu madre te obligase a asumir responsabilidades muy grandes a una edad muy temprana, tratándote como “la persona fuerte de la familia” o como un adulto, cuando necesitabas protección. Una de las secuelas de esta dinámica es la tendencia a la hiperexigencia cuando se es adulto.
Hay muchísimas otras dinámicas problemáticas pues cada familia es un mundo, pero la gran mayoría tienen dos cosas en común: provocan mucho sufrimiento y pueden provocar secuelas en nuestra salud mental tanto cuando somos niños, como cuando somos adultos.
Si bien hay familias en las que la madre estaba completamente ausente o había un maltrato explícito, lo más habitual es que la relación con tu madre fuese muy ambivalente. En otras palabras, tan pronto te decía que te quería más que a nada como te trataba fatal.
Para entender esto, hay que prestar atención al contexto. Hace treinta o veinte años, tener hijos no era una elección del todo libre, sino que era lo que la sociedad esperaba de ti. Por otro lado, la carga de la crianza recaía casi siempre sobre la madre. Esto puede parecer algo irrelevante, pero guarda mucha relación con las dinámicas problemáticas y los ‘mommy issues’.
Como mencionaba, todas estas situaciones eran mucho más frecuentes antaño y por eso muchas personas que a día de hoy tienen entre 20 y 40 años sufren las secuelas.
Tener en cuenta esta presión mal gestionada que pudo sufrir tu madre no va a borrar ni los traumas ni el rencor que quizá sigues guardando. Tampoco es una excusa para los abusos psicológicos. Sin embargo, sí que te permitirá entender por qué te pasó lo que te pasó.
La presión hacia las mujeres no solo provenía de la sociedad, sino que muchas veces también la reforzaban los propios hijos.
Si tu padre estaba ausente porque trabajaba o porque directamente no quería implicarse en la crianza, al final dejabas de esperar cosas de él y trasladabas todas esas expectativas a tu madre. En otras palabras, esperabas que tu madre ejerciese de madre, pero también de padre para sustituir la figura que estaba ausente, y cuando ella no podía más, te enfadabas porque no lo entendías.
¿Es injusto? Pues sí, pero con cinco, siete o diez años, nos cuesta mucho entender qué está bien o qué está mal, y más aun cuando quienes se están equivocando son nuestros padres.
Entonces, ¿cómo se podría haber gestionado esto mejor? Con una sociedad que no forzase a las mujeres a ser madres sí o sí, con padres que se implicasen de verdad en la crianza de sus hijos, con medidas de conciliación para que las madres puedan ser también personas independientes además de madres, con apoyo psicológico y con una educación respetuosa hacia los hijos. Lo sé, es tarde para cambiar el pasado, pero intentemos construir un presente que cumpla estos requisitos.