La Isla de las Tentaciones es uno de los realities más populares de los últimos años. ¿La razón? Una trama que refleja dinámicas tóxicas con la que cualquiera puede sentirse identificado.
Cinco parejas se separan para “poner a prueba” su amor. Las chicas se alojan en una villa paradisiaca con un grupo de solteros (y con mucha fiesta de por medio), y los chicos hacen lo mismo con sus correspondientes tentadoras. Mientras tanto, se celebran hogueras en las que ellos ven lo que hacen ellas y viceversa.
Fiesta, juegos con alcohol de por medio y un tonteo constante hacen saltar las alarmas (reales, pero también psicológicas). En consecuencia, algunas parejas entran en una guerra para ver quién llega más lejos. Encontramos el ejemplo perfecto en Mario y Laura, una de las parejas protagonistas de la actual temporada.
Como psicóloga, La Isla de las Tentaciones me parece una descripción gráfica de lo que a diario veo en la consulta, es decir, comportamientos abusivos en el contexto de la pareja. Esto tiene una utilidad social inmensa: muchas personas se dan cuenta de que su relación es tremendamente tóxica gracias al programa. Cuando ves en la televisión celos, desconfianza, reproches y traiciones constantes, y en tu día a día vives un patrón casi idéntico, es más fácil salir de ese círculo vicioso.
Es cierto que resulta muy difícil opinar sobre una relación viendo solo pequeños fragmentos televisados; no podemos olvidar que las parejas están en un entorno completamente diferente y que la nostalgia, los celos y las imágenes que ven en las hogueras pueden dar pie a muchas conductas tóxicas. Sin embargo, desde el primer minuto la relación entre Mario y Laura ejemplificaba las dinámicas dañinas que confundimos erróneamente con amor.
Para quien no haya visto el reality, en el primer episodio se presentan a los solteros y solteras que van a tentar a los participantes, y las parejas tienen la oportunidad de despedirse antes de separarse durante semanas. Generalmente, hay lágrimas y promesas (que casi siempre se incumplen), pero en el caso de Mario y Laura la situación fue diferente: Mario se enfadó porque Laura siempre le echa en cara que no la valora y decidió no despedirse. Discutieron mientras el resto se abrazaba y la relación se quedó en un punto muy extraño.
Después sucedió lo que todos nos imaginábamos: ella tonteó con un tentador (Adrián) hasta cruzar el límite y besarse, y él hizo lo mismo con una tentadora (Valeria). Mientras tanto, asistían a las hogueras y veían las imágenes del otro recreándose en el rencor. Ese es el primer problema de la relación: crear una competición al convertir la infidelidad en un castigo impulsivo.
Poco después, un nuevo tentador llegó a la villa de las chicas dando la casualidad de que antes del programa, se había besado con Laura (por supuesto, mientras ella estaba con Mario y supuestamente sin que él se enterase). Él, al descubrir todo, pidió ver a Laura y aclarar las cosas.
La hoguera fue caótica. Ella se justificó alegando que Mario lo sabía, pero que habían acordado ocultarlo en el programa para no herir su masculinidad ni dejarle “como un pelele que le perdonaba todo” (palabras textuales de Laura). Él lo negó y tacho a su pareja de mentirosa, marchándose de la hoguera enfadado.
Finalmente volvió y ambos se pidieron disculpas: ella por la infidelidad del pasado, él por no haberse querido despedir en el primer episodio del programa y ambos por los deslices que han tenido lugar durante el reality. ¿Cuál es el problema? Que han vuelto a caer en la tentación y a adentrarse en la dinámica de engañarse mutuamente.
Lo que esta pareja realiza tiene nombre: conflictos en escalada.
En un conflicto saludable (porque las parejas sanas también discuten), los roles son simétricos: a veces la caga uno, a veces la caga el otro, pero ambos tienen la oportunidad de expresar sus emociones y necesidades. Esto permite que la relación avance y que el amor sea más sólido.
El problema es que en muchas relaciones, por ejemplo la de Mario y Laura, los conflictos no son una herramienta para mejorar la relación, sino una patata caliente que ambos se lanzan mutuamente para ver a quién le explota en la cara.
Ambas partes quieren tener razón (es entendible, todos queremos que validen nuestras emociones), pero para conseguirlo minimizan lo que siente la otra persona o incluso la castigan con su comportamiento. Esto es lo que ocurre cuando sientes celos y en vez de expresarlo o empatizar con tu pareja, tonteas con otra persona para “ponerle celoso y que sepa lo que se siente”. La empatía en una relación no debe nacer del rencor o del dolor, sino del respeto.
Estos conflictos en escalada cada vez son más extremos. Al principio se lucha para ver quién tiene un argumento más contundente en una discusión o quién tarda más tiempo en dar el brazo a torcer, pero acaban dando pie a conductas completamente dañinas como vemos en la relación de Mario y Laura: infidelidades, insultos, etc. Además, entran en juego terceras personas para dar fuerza al conflicto en escalada, convirtiéndose los tentadores en daños colaterales.
Que es normal ser orgullosos y querer tener razón, pero que los problemas de pareja y los conflictos derivados de estos no son un arma arrojadiza.
El objetivo debe ser siempre cuidar la relación y veros como un equipo, no como dos personas que pelean hasta la extenuación. De lo contrario, perderéis la fuerza para construir una relación sana.
A veces nos esforzamos tanto por salvar una relación, que olvidamos en lo que se ha convertido (o lo que siempre ha sido pero no queríamos ver). Si hay desconfianza, problemas de comunicación o desprecios, solo hay dos salidas: que ambos estén dispuestos a cambiar (a veces con ayuda profesional de un psicólogo de pareja) o tomar distancia y cortar.