“Me tomé demasiado en serio aquello de que para fomentar una buena comunicación con mi hija no debía guardarme los sentimientos para mí. Una vez escuché a una psicóloga decir que si uno, como padre o madre, no comparte sus emociones con sus hijos, ellos tampoco lo harán contigo…y yo no quería eso. ¡No quería que mi hija vivera lo que viví yo en casa con unos padres herméticos que eran auténticos desconocidos para mí!”
Pero a Natalia, nombre ficticio de esta madre divorciada de 42 años, el asunto se le fue de las manos. Cuando su hija tenía solo 7 años fue su ex marido quien alertó. La niña estaba siempre muy triste, ansiosa y preocupada, le costaba conciliar el sueño, hablaba de cosas que no correspondían a su edad, había perdido el interés por ir al colegio, por patinar, por hacer las cosas que siempre le habían gustado.
Natalia y su ex marido buscaron un buen psicólogo infantil. Estaban preocupados por su hija. Aunque ellos se divorciaron cuando la niña tenía solo 6 meses, tal vez la pequeña estaba sufriendo ahora por eso...tal vez se comparaba con sus amigos del cole, tal vez estaba empezando a tomar conciencia de que su modelo de familia no era el más habitual en su entorno y eso le hacía sufrir.
El psicólogo necesitó bastantes sesiones para evaluar a la niña y a sus padres; juntos y por separado. Afortunadamente no había valores clínicos para poder diagnosticar a la niña una depresión, ni ningún trastorno de ansiedad, que es lo que a sus padres les preocupaba.
El psicólogo citó a Natalia a solas antes de hablar con ambos progenitores sobre el tipo de intervención o terapia que les quería recomendar. Ahí es cuando ella escuchó por primera vez en su vida este concepto de incesto emocional: un tipo de maltrato psicológico en el que el menor, se ve obligado a asumir el papel de paño de lágrimas de sus padres, un rol que no le corresponde y que puede tener un enorme impacto en el desarrollo psicológico del niño.
El psicólogo le advirtió de que su relación con la niña estaba rozando ya lo que en psicología llaman síndrome de incesto emocional. Natalia se quedó impactadísima cuando le explicó de qué se trata. Pero le dio mucha esperanza. Lo importante era empezar a cambiar esas dinámicas cuanto antes.
El síndrome del incesto emocional fue descrito por primera vez en los años 90 por la doctora Patricia Love. En su libro, The Emotional Incest Syndrome: What to do When a Parent’s Love Rules Your Life (1991) ella se refiere a este síndrome como una relación desadaptativa entre los progenitores y sus hijos, en la que los primeros recurren a los niños para satisfacer sus necesidades emocionales.
La parte más dramática del síndrome de incesto emocional, es que en la mayoría de los casos , los progenitores no son en absoluto conscientes del daño que estas dinámicas tóxicas causan a sus hijos; es más, algunos adultos -como el caso de Natalia- creen que compartir todas sus preocupaciones, todos sus abismos emocionales con sus hijos, es una manera de fortalecer los lazos entre ellos. De modo que, el incesto emocional, puede ocurrir sin que ninguna de las partes implicadas sea del todo consciente. Es por eso que este síndrome también recibe el nombre de incesto encubierto, en referencia al hecho de lo difícil que es identificar este tipo de abuso.
El incesto emocional se produce cuando el progenitor o progenitora deja de ejercer su rol de cuidador y prioriza sus propias necesidades emocionales a las de sus hijos, a los que -de alguna manera- usurpan su rol. Estos padres o madres que cometen incesto emocional entienden su relación con sus hijos como simétrica y consciente o inconscientemente, asumen que estos tienen la obligación de sostenerlos emocionalmente, algo que, evidentemente, un menor no puede cumplir por una cuestión de madurez.
Es habitual que el incesto emocional se dé en familias en las que uno o los dos progenitores carece de soporte emocional por parte de su cónyuge o de otro adulto; es más habitual en padres y/o madres divorciados, separados, viudos o solteros, aunque también se puede dar cuando los progenitores son pareja.
A los niños se les asigna un rol que debería cumplir un adulto de modo que, desde muy temprana edad, se ven obligados a actuar de manera más madura que sus progenitores y estos, terminan robándoles su infancia.
En un reciente estudio publicado en la National Library of Medicine (EEUU) Cimsic y Akdogan (2021) desarrollan una escala para identificar el síndrome del incesto emocional, así como algunos de los efectos que esta dinámica tóxica puede tener en los menores:
Como todo tipo de abuso, el incesto emocional es un tipo de trauma que es necesario sanar, cuanto antes mejor. El caso de Natalia y su relación poco adaptativa con su hija, que estaba empezando a desarrollar algunos síntomas- es un buen ejemplo de un caso detectado a tiempo y con buen pronóstico.
¿Qué ocurre cuando un niño que ha sufrido este tipo de maltrato psicológico por parte de unos de sus progenitores llega a la edad adulta sin haber resuelto el problema o sin ser ni siquiera consciente de este abuso? Es cierto que aún no existe mucha investigación sobre el incesto emocional ni sus efectos en las víctimas de este tipo de abuso, sin embargo, algunos expertos señalan que, aunque en menor grado, los efectos son similares a los del incesto físico.
Como señala el psicólogo Kenneth M. Adams en su libro Silently Seduced: When Parents Make Their Children Partners, en adultos que de niños sufrieron incesto emocional son frecuentes los problemas de autoestima, las dificultades de conexión sexual y emocional con otras personas, los sentimientos de ira o culpa hacia sus progenitores, la dificultad para identificar y satisfacer las propias necesidades y las adicciones, ya que son conductas evasivas con las que buscan calmar el malestar emocional.
El psicólogo que atendió a la hija de Natalia derivó a la familia a un especialista en terapia familiar sistémica. Se trata de un enfoque terapéutico global e integral que estudia los sistemas familiares y sus subsistemas (pareja, individuo, hijos) para identificar el origen de los conflictos y, desde ahí, cambiar dinámicas y lograr soluciones. En este caso el objetivo terapéutico principal era frenar esa relación desadaptativa de Natalia con su hija que, de haber continuado en esa línea tóxica, podría haber tenido consecuencias dramáticas para el bienestar psicológico de la niña.