No hay discusiones perfectas, pero lo cierto es que aprender a resolver conflictos es necesario para construir una relación de pareja sólida. Desgraciadamente, arrastramos muchas dinámicas tóxicas de anteriores relaciones (y no solo de pareja).
Cuando crecemos en un hogar en el que los conflictos se resuelven a gritos, aplicando la ley de hielo o con manipulación emocional, podemos interiorizar esas dinámicas. ¿El resultado? Que, en el futuro, cuando tenemos una discusión con la pareja, nos cuesta reaccionar de forma asertiva y constructiva. Lo mismo sucede cuando vivimos una relación de pareja abusiva, cortamos y comenzamos una nueva relación. Da igual el tiempo que haya pasado, hay ciertas conductas dañinas que se quedan marcadas en nuestro cerebro y nuestra primera reacción es actuar como lo hicimos antaño (o como vimos actuar a otra persona).
Aprender a discutir no es fácil. El primer paso es ser consciente de aquellos errores que no son buenos ni para ti, ni para tu pareja ni para la relación.
Si las discusiones con tu familia o expareja eran un drama total, es normal que tengas miedo de que se repita el mismo patrón. El problema es que, para gestionar ese miedo, muchas veces demonizamos las discusiones y las evitamos a toda costa.
El problema es que cuando callamos lo que nos molesta, podemos acabar actuando de forma pasivoagresiva. En otras palabras, tu pareja te pregunta qué te pasa y tú respondes “nada”, pero en tu actitud se nota que algo va mal. A medida que pasa el tiempo, la frustración puede ir a más porque sientes que tu pareja no te comprende, y acabas estallando. Lo que podría haber sido una conversación tensa de quince minutos se convierte en una discusión con gritos y reproches de por medio, y se confirma tu miedo: discutir es sinónimo de drama.
Es quizá el error más habitual y que más cuesta superar, pero la tendencia a buscar un culpable en una discusión no resuelve el problema, sino que alarga el malestar.
Pregúntate el objetivo que persigues con lo que haces y dices en una discusión: ¿Quieres ganar la discusión por orgullo o quieres que la relación sea un poquito mejor después de esta bronca? A todos nos gusta tener razón y que nuestra pareja valide nuestro malestar reconociendo sus errores, pero realmente las discusiones no son una guerra que gana o pierde uno, sino un medio para que la relación avance.
Para evitar este error, mi recomendación como psicóloga es dedicar el mismo tiempo a las tres facetas de una discusión: expresar lo que os ha molestado a cada uno, explicar el motivo por el que habéis actuado así y buscar una solución que os satisfaga a ambos.
Cuando en una discusión uno de los dos habla mucho y el otro se queda callado, es muy habitual que os enfadéis incluso más. Lo mismo pasa cuando tú necesitas hablar ya de ya porque en caliente tienes las cosas más claras, pero tu pareja necesita un poquito de tiempo para ordenar sus ideas.
La base de una discusión es la empatía, en este caso hacia las habilidades de resolución de conflictos del otro. No todo el mundo cuenta con la misma inteligencia emocional, con la misma capacidad para reflexionar sobre los problemas y con la misma asertividad para comunicar lo que siente. Si tu pareja necesita tiempo para pensar y expresarse con claridad, dáselo.
¡Ojo! Una cosa es dar tiempo a tu pareja y otra muy distinta es que él o ella aproveche ese tiempo para que se te pase el cabreo y evitar una conversación incómoda. Si tu pareja se escuda en que “le cuesta expresarse” o “necesita pensar” para posponer eternamente el conflicto, el problema no es que tú impongas tus habilidades, sino que él o ella es incapaz de afrontar una discusión.
“Es que no es para tanto”, “no sé por qué lloras”, “exageras un poco”, “madre mía, qué drama por una tontería”, “no es para cabrearte así”… Todas estas frases son ejemplos de invalidación emocional.
Aunque a ti te parezca una tontería el motivo de la discusión, tu pareja tiene todo el derecho del mundo a sentirse dolida, enfadada o preocupada. A veces, empatizar con esas emociones es la mejor estrategia para superar el conflicto y es que cuando nos sentimos escuchados y comprendidos, el malestar disminuye mucho.
¿Cómo validar las emociones del otro? En primer lugar, escuchando sin interrumpir. En segundo lugar, expresando comprensión –por ejemplo, con frases como “entiendo que te sientas así, no era mi intención hacerte daño” o “gracias por explicarme cómo te he hecho sentir, ¿puedo explicarte por qué he actuado así?”–.
También es importante centrar nuestras emociones en una conducta y no en la persona. No es lo mismo decir “que hayas olvidado mi cumpleaños me ha hecho sentir desatendido” a “tú me haces sentir desatendido”. La primera frase indica cuáles son las conductas problemáticas que hay que cambiar, la segunda es un reproche vacío que no resuelve nada.
Por otro lado, validar las emociones no significa tolerar faltas de respeto. Que tu pareja esté muy triste, enfadada o angustiada no le da derecho a insultarte, humillarte, despreciarte o intentar controlarte.
Cuántas veces has pedido perdón o has dicho que ya estaba todo solucionado porque no querías discutir más, pero en el fondo seguías dolido o pensabas que nuestra pareja no tenía razón. Es comprensible, discutir agota mucho, pero no es motivo para ceder porque seguirás molesto, tu pareja lo notará y volveréis a discutir otra vez por lo mismo.
Si la discusión se alarga y no llegáis a una solución, podéis permitiros un tiempo para pensar, pero sabiendo ambos que hay algo sin resolver. En otras palabras, no digas que “no pasa nada” o que “está todo solucionado” si no es cierto. Puedes decir que sigues dolido, que necesitas encontrar una solución real o que te gustaría volver a hablar de esto en otro momento en el que ambos estéis más calmados.