Aunque Lidia tiene 18 años y acaba de comenzar el primer año de universidad, sus padres le han prohibido tener pareja. “Siempre ha sido así”, se lamenta la joven, y es que mientras sus amistades disfrutaban de los primeros amores y aprendían de los primeros desamores, ella era espectadora. “Mis amigas me dicen que soy tonta por no hacer lo que quiero, pero me siento culpable”, comparte con Yasss.
Lo que le ocurre a Lidia es, por desgracia, más habitual de lo que pensamos. Muchos padres creen que hacen lo correcto, que están protegiendo a sus hijos y que les están ahorrando un sufrimiento innecesario, pero la sobreprotección puede afectar a la salud mental y provocar secuelas a largo plazo.
Es totalmente normal que nuestros padres quieran protegernos, pero no debemos confundir la preocupación con la sobreprotección.
Unos padres que sobreprotegen:
Si te sientes identificado con estos puntos, es importante no normalizar la sobreprotección, es decir, dejar de justificar a tus padres o ceder siempre y crear un hogar en el que tanto ellos como tú podáis convivir con calma, seguridad y empatía.
En primer lugar, párate a analizar las consecuencias de la sobreprotección a día de hoy. En otras palabras, ¿cómo te ha afectado el ambiente en el que te has criado? Es muy habitual que hijos de padres sobreprotectores reaccionen de dos maneras: o bien con muchísima rabia y rebeldía, o bien con autoexigencia e hipervigilancia. Generalmente, los padres sobreprotectores piensan que esa segunda reacción es ideal y que han criado a sus hijos para convertirse en adultos maduros y responsables. Error, porque la autoexigencia y la hipervigilancia son el caldo de cultivo ideal para que desarrolles problemas de ansiedad, baja autoestima, depresión, dependencia emocional, frustración e incluso ideaciones suicidas. Ya no suena tan bien, ¿verdad?
Como vemos, la sobreprotección no solo es grave por lo que te ha hecho sentir en la actualidad, sino por cómo te puede afectar en el futuro. Por eso es importante ponerle remedio, algo muy difícil cuando tus padres no están dispuestos a cambiar. Entonces, ¿qué puedes hacer?
Mi recomendación es que poco a poco empieces a poner límites a tus padres, aunque eso de pie a discusiones incómodas. Las relaciones sanas se construyen con conversaciones incómodas y vas a tener que compartir con tus padres aquello que no te gusta. A veces no te entenderán, pero poco a poco te darán algo de libertad porque tú la estás exigiendo activamente. En cambio, si te resignas por no molestar o por no discutir, nada cambiará.
También ayuda mucho pedir apoyo profesional. Si la sobreprotección te hace sentir culpable, inseguro o ansioso, dile a tus padres que necesitas ir a terapia. Un psicólogo te dará las pautas concretas para lidiar con ellos o incluso puede hablar con tus padres para que la relación mejore.
En caso de que seas mayor de edad e independiente económicamente, no necesitas pedirles permiso para ir a terapia.
Finalmente, apóyate en las personas que te rodean y que sí te entienden: amigos, otros familiares, tu pareja, algún profesor de confianza… Habla con ellos, explícales cómo te sientes y dedica tiempo a aquellas relaciones en las que puedes ser tú mismo.