Las preocupaciones tienen una función, nos avisan de que hay un peligro más o menos inminente. El problema surge cuando se vuelven demasiado intensas hasta el punto de generar ansiedad, persistentes porque eres incapaz de pensar en otra cosa, y desproporcionadas al peligro –o incluso surgen sin un peligro real–.
Ese tipo de preocupaciones pueden afectar drásticamente a nuestra salud mental. Todos nuestros esfuerzos se centran en darle vueltas a las cosas, en obsesionarnos con que algo malo va a pasar, en pensar en los errores del pasado y los posibles problemas del futuro, en culpabilizarnos por todo, en dudar de nosotros mismos y, en definitiva, en luchar contra la ansiedad. Cuando eso ocurre, conviene mejorar la relación que tenemos con nuestras preocupaciones. Pero, ¿cómo?
El primer paso es seguramente el más complicado. Tendemos a evitar a toda costa las preocupaciones. En consecuencia, desatendemos otras áreas de nuestra vida, ya que nos centramos en “no sufrir ansiedad”. Para entenderlo mejor, utilizaré una metáfora.
Imagínate que vas a una fiesta, y a la media hora aparece una persona que te cae fatal. Tienes tres opciones. La primera es irte. La segunda es fijarte todo el rato en lo que hace esa persona, en sus temas de conversación, en las personas con las que habla…, e incluso intentar que se vaya haciéndole sentir incómoda. La tercera opción es hablar con la gente que te cae bien y disfrutar lo máximo posible de la fiesta.
Esa persona que te cae mal son las preocupaciones. Si las evitamos (nos vamos de la fiesta) o centramos todos nuestros esfuerzos en eliminarlas (nos empeñamos en que ellas se vayan de la fiesta), lo único que lograremos es perdernos experiencias vitales constructivas y necesarias.
¿Lo que estoy pensando es realista o es poco probable? ¿Lo que estoy pensando tiene alguna utilidad para mí o solo me perjudica? ¿Hay alguna forma alternativa de gestionar esta preocupación?
Con estas tres preguntas, el objetivo es racionalizar nuestros pensamientos y emociones. En otras palabras, adoptar una visión más verosímil de la realidad.
Las actividades reforzantes son todas aquellas cosas que te hacen sentir a gusto, feliz y distraído. Por ejemplo, sacar a pasear al perro, hacer deporte, ver una serie, cuidar de tus plantas, etc.
Cuando sufrimos ansiedad o tenemos preocupaciones muy invasivas, tendemos a dejar de realizar actividades reforzantes. Es decir, todo nuestro tiempo lo invertimos en agobiarnos. Para cortar el círculo vicioso y potenciar nuestra autoestima, es recomendable fomentar actividades reforzantes que o bien antes realizabas y te gustaban, o bien nunca has realizado, pero crees que te gustarían. Así que ya sabes, si estás preocupado, ocupa tu tiempo con tareas más útiles y divertidas.
El apoyo social podría considerarse una actividad reforzante (dar un paseo con alguien, ir al cine, salir de fiesta, ir de viaje, etc.), pero es mucho más que eso.
Hablar con tus seres queridos sobre tus preocupaciones es una forma de canalizar la ansiedad, soltar un poquito de tensión y conocer otras perspectivas. Por eso, si eres de los que se comen solos las preocupaciones, pide apoyo a la gente que te rodea.
¿Y si mis amigos están hartos de que les cuente mis movidas? En ocasiones, confundimos a nuestros amigos con un psicólogo y aunque no nos digan nada, se cansan de escuchar una y otra vez las mismas preocupaciones. Si ese es tu caso, modifica el apoyo social. En vez de tener conversaciones interminables sobre tus preocupaciones, pídeles que te distraigan cuando entres en bucle y que no te den tanta coba. El apoyo social aquí debe convertirse en una actividad reforzante, es decir, una forma de distraerte y pasártelo bien.
En último lugar, pero no por ello menos importante, la mejor forma de lidiar con las preocupaciones es analizando su origen. No es cuestión de decir “vale, estoy preocupado porque mi pareja no me ha dado los buenos días y no sé si me quiere dejar”, sino de preguntarse “¿Por qué necesito muestras de cariño y atención constantes para sentirme tranquilo/a?”. Otro ejemplo: si tus amigos han quedado y tú no puedes ir, y eso te hace estar muy ansioso, pregúntate “¿Por qué necesito estar siempre presente? ¿Me da miedo perderme algo? ¿Por qué necesito decir que ‘sí’ a la mayoría de los planes?”.
Como estos dos ejemplos, hay decenas. Por eso es importante, de vez en cuando, analizar nuestros pensamientos y averiguar por qué nos preocupa tanto algo. La mayoría de las veces, la ansiedad tiene un motivo, y entenderlo te ayudará a vivir con más tranquilidad.
Es importante aprender a convivir con nuestras emociones y pensamientos, pero es todavía más importante saber cuándo pedir ayuda profesional.
Todas estas recomendaciones son útiles y si las pones en práctica comenzarás a sentirte un poquito mejor, pero a veces no serán suficiente. Cuando las preocupaciones son muy intensas, persistentes y desproporcionadas, y tú solo (o con la ayuda de tus seres queridos) no eres capaz de mejorar, conviene ponerse en manos de un psicólogo.
Cada persona es única y no siempre sirven los tips impersonales de internet. Las personas con ansiedad necesitan estrategias individualizadas en función de sus circunstancias. Que no te de vergüenza o miedo pedir ayuda a un profesional cualificado.