Fernando está especializado en realizar trabajos a gran profundidad, como la construcción de plantas petrolíferas en alta mar, incluso pasando semanas aislado en cámaras a gran profundidad. Ahora participa en el operativo especial para rescatar a los menores atrapados en la cueva tailandesa.
Es una prueba de supervivencia y como tal los niños han sido preparados psicológicamente. En esa fortaleza mental está la clave del éxito. Esa es la primera lección que recibe un niño que va a bucear y la primera que les dieron en la cueva de Tailandia. La segunda es aprender a respirar debajo del agua; no les ponen un regulador, al niño rescatado se le pone una máscara completa. Eso permite que respire incluso si perdiera el conocimiento, y lleva radiotransmisor con lo cual puede escuchar instrucciones y por lo tanto estar más tranquilo.
Cómo se lleva a cabo el rescate
El primer buzo suministra el aire al niño que va liberado de carga, el latiguillo comunica la botella con la máscara y detrás del niño va otro rescatador que le empuja suavemente. Le hace sentir que flota debajo del agua. Le mece y aunque los niños no sepan nadar, pueden bucear guiados siempre por un cabo. En la ida los buzos tardan más, unas seis horas, pero de vuelta van a favor de corriente y tardan cinco. De tres en tres, dos rescatadores con un niño, recorren los cuatro kilómetros que hay hasta la salida.
Un kilómetro lo hacen bajo el agua y para superarlo tienen botellas de aire depositadas en el camino como reserva. Cuando el buceador considera que está a punto de quedarle 1/3 entonces cambia de botella. Cuando pasan por una gruta muy estrecha deben hacer rodar las botellas que llevan en su espalda, normalmente dos en paralelo. El resto del camino lo hacen con agua hasta el pecho o reptando por oscuros pasadizos. Hay caídas de hasta 10 metros y cuevas de 70 centímetros por 30, donde hay que moverse despacio, con tranquilidad.